La Necesidad Del EngaÑo

XI

Y así, en apenas un pestañeo llegó el día de mi boda. Yo me encontraba sentada en una silla de espaldas al espejo mientras mi madre terminaba de colocarme correctamente el velo.

-Cariño hay algo de lo que debemos hablar. -Dijo dirigiendo su mirada a la puerta y comprobando que no había nadie en el pasillo.

-Claro ¿Estás bien madre? -Pregunté preocupada por su nerviosismo.

-Bueno…- dijo algo acalorada. – Supongo que habiendo asistido a algunos partos y siendo la ayudante del doctor Hall poco debo explicarte. He de confesarte que no me hizo mucha gracia que siendo doncella supieras y vieras tantas cosas, pero ahora me alegro de no tener que darte yo las explicaciones. – Yo no comprendía nada y al parecer, como siempre, mi cara reveló mis pensamientos. – Te hablo de tus obligaciones como esposa…- Añadió como si dijera algo de lo más obvio.

Iba a preguntarle de qué me estaba hablando, pero realmente no quería saberlo. Si mi matrimonio no era de verdad, tampoco debía cumplir con lo que fueran mis obligaciones como esposa.

-Seré una buena vizcondesa. – Dije como toda respuesta.

-Claro que lo serás. -Mi madre se puso en pie y me miró de arriba abajo. – Estás preciosa.

 

Cuando mi madre salió de la estancia me incorporé y contemplé mi imagen en el espejo. Yo no deseaba ver mi reflejo para comprobar mi aspecto, sino para darme ánimos, necesitaba muchas fuerzas para lograr llegar al altar y decir el sí quiero.

-Tu puedes…- me dije a mi misma. - Estás haciendo lo correcto…

-Si no estás segura no tienes que hacerlo. -La voz de mi padre me sobresaltó. – Ya sabes que tu madre y yo somos felices de que ayudes a los demás y puedes quedarte en casa para siempre. -Aquellas palabras me conmovieron, no todos los padres, por no decir ninguno, le ofrecerían tal oportunidad a sus hijas, pero yo sabía cuál era nuestra situación y el amor podría mantenernos unidos, pero no darnos de comer.

-Él es lo correcto padre.- Dije intentando sonreír.

-Pero no le amas…- Su respuesta estaba cargada de tristeza.

-Yo… este matrimonio…. Es lo mejor que podría haber pasado…- Se me quebró la voz ante aquella afirmación, puesto que a pesar de ser cierta, no dejaban de ser un duro golpe.

-La decisión es solo tuya…- Dijo rindiéndose.

-Vamos a hacerlo. - Dije tomándolo del brazo.

Una vez en la iglesia contemplé a los presentes. La señora Trick y el señor Fuller estaban sentados en uno de los primeros bancos. Ambos lucían muy felices. El resto de la iglesia estaba ocupada por personas de toda índole, casi todos pacientes de la consulta, amigos de mis padres y míos. Todas las caras que allí había me resultaban familiares y conocidas, hecho que me sorprendió ¿El señor Lluch no había invitado a nadie? Aquello era extraño, no, era muy extraño.

Cuando mi padre y yo llegamos casi al final del pasillo vi al señor Hall sentado junto a mi madre, mi hermana y mi tío y no pude evitar sonreír. Aunque me entristecía el hecho de casarme, más lo hacía el no tener junto a mí a Cami, a Gloria y a Beorn…. Ver al señor Hall era como sentir que tenía a mi mejor amigo apoyándome y aquello me dio el último empujón que necesitaba.

-Las puertas de casa siempre seguirán abiertas y si en algún momento…- Mi padre dejó de mirarme y se dirigió al señor Lluch. -Cómo se atreva a dañarla en lo más mínimo no habrá lugar en el mundo en el que pueda esconderse. -Dicho esto me beso en la frente y se situó junto a mi madre.

Las palabras de mi padre me hicieron sonreír. Acababa de amenazar a un hombre que no solo tenía un título y era más poderoso que él, sino que además era más joven y fuerte que mi padre. Aunque me hubieran dejado escoger, ni yo misma habría podido escoger unos padres mejores.

La ceremonia concluyó y tal y como yo había pedido, nos encontrábamos en el jardín de casa realizando una sencilla celebración. Más que una boda, parecía una merienda campestre, y eso me hacía feliz, todos parecían sentirse cómodos y disfrutaban de la fiesta.

-Preciosa sobrina.- Dijo mi tío acercándose a mí y rodeándome con sus brazos.- Has hecho lo correcto. Enhorabuena.

-Gracias tío.- Dije devolviéndole el abrazo.

-Me encantaría poder quedarme, pero ya he retrasado demasiado mi vuelta a casa…

-Lo comprendo… la expedición, la tía, Camille…. ¡Camille!- Exclamé. – No te marches aun, no he terminado de redactar su carta, necesito que ella entienda, si no lo hace no sólo me odiará, sino que se culpará a ella misma por todo y no aceptará irse contigo.

-De acuerdo, esperaré a que escribas la carta.

-Voy a hacerlo ahora mismo. -Dije dirigiéndome al interior de la casa. Pero mis intenciones se vieron interrumpidas por el señor Hall cuando este se plantó frente a mí.- ¿Está usted disfrutando de la celebración? -Le pregunté tras una incómoda pausa.

-No es un mal hombre… quizás tu seas la luz que necesita entre tanta oscuridad.- Parecía que intentaba convencerse a si mismo y no a mí.- Eres una mujer asombrosa y una médica estupenda. No permitas que nada te cambie ni te impida hacer tanto bien como has hecho a esta gente.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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