La Necesidad Del EngaÑo

XIII

Tenía miedo de que aquellos hombres hubieran cometido la misma locura que nosotros y ahora se encontraran cerca, por ello continúe tumbada sin atreverme a mover un solo músculo. Me concentré en el firmamento que se extendía sobre mí y permanecí así un largo tiempo. Sólo la voz del señor Lluch me hizo reaccionar.

-¡Señorita Sant! ¡Señorita Sant! – Sus gritos resonaban en el silencio de la noche, pero aun así yo no me atrevía a moverme, aun continuaba asimilando lo que había sucedido. -¿Dónde demonios estará esa mujer?- Exclamó entre enfadado y preocupado.

-Estoy aquí. – Respondí al cabo de un par de minutos de silencio. Él se me acercó rápidamente.

-¿Se encuentra usted bien? – En la oscuridad de la noche apenas era capaz de distinguir su silueta. El vizconde tanteó con las manos el suelo hasta dar conmigo. -Tenemos que marcharnos de aquí. – Dijo mientras me tomaba del brazo he intentaba levantarme sin mucho éxito. – Mire, creo que se me ha salido el hombro y no puedo levantarla solo con un brazo, si usted no pone de su parte tendré que dejarla aquí a su suerte.

-¡No se atrevería! – Exclamé saliendo de mi letargo.

-Bien, parece que es usted de nuevo. Vamos, levántese. - A ese hombre le encantaba dar ordenes todo el tiempo.

Yo obedecí. Poco a poco y con ayuda de mi marido me levanté del suelo. Sentí todo mi cuerpo dolorido y magullado, pero estaba segura de no tener nada roto ni herida grave.

-¿Mi bolsa? – Pregunté más para mí que para él.

-Sí, aquí tiene su estúpida bolsa. – Respondió casi lanzando el objeto contra mí. – Y ahora en marcha.

-Tengo que mirarle ese hombro antes. – Dije sin moverme del sitio e ignorando la falta de cortesía que acababa de tener conmigo.

-No podemos perder más tiempo. -Respondió agarrando mi brazo y tirando de él.

-No pienso moverme sino me deja colocarle el hombro en el sitio- Será solo un momento. -Añadí para intentar convencerle.

-Tiene dos minutos. -Dijo soltándome. Yo acorté la poca distancia que nos separaba y palmeé su hombro.

-Necesite que se agache… mejor aún, póngase de rodillas. – Él obedeció sin queja alguna. – Será mejor que muerda algo, esto será bastante doloroso. -Sugerí.

-No es la primera vez que me sucede esto.

-Como quiera. Contaré hasta tres, una…- No esperé más, en un único movimiento volví a colocar el hombro en su lugar. Me sorprendió que el señor Lluch no hiciera sonido alguno, normalmente la gente no podía evitar gritar del dolor. – A resultado ser usted un buen paciente.

-Vámonos. -Dicho esto se puso en pie e inició la marcha.

Caminamos durante horas en la oscuridad de la noche hasta que está comenzó a dar paso a los primeros rayos del Sol. Yo no sentí el cansancio hasta que a lo lejos vimos un pequeño granero y el señor Lluch decidió que lo mejor sería descansar un par de horas. Una vez en el interior de este el señor Lluch se dejó caer sobre un montón de paja y yo lo imité. Creí que me dormiría al instante, pero mi cuerpo todavía estaba en tensión por los acontecimientos vividos y el frío hacía que mis dientes castañearan.

-Quiere parar de hacer ruido. – Dijo el Señor Lluch situado a un par de metros de mí.

-N-no p-puedo evit-tarlo, est-toy hel-lada.- Respondí al tiempo que intentaba cubrirme sin éxito con mi bolsa de viaje y volví a cerrar los ojos. Un par de minutos después sentí como el señor Lluch se sentaba demasiado pegado a mí y abrí los ojos sobresaltada. - ¿Q-qué q-qué hace?

-Creí que usted sabía de medicina. Intento darle calor.

No respondí, pero mi cuerpo se pegó más al suyo buscando calor, y por fin conseguí relajarme. Cerré mis ojos, poco a poco logré relajar mi cuerpo y finalmente me dormí.

Un movimiento brusco me hizo despertarme de golpe, tarde un par de segundas en ubicarme y recordar los sucesos de la noche anterior. La luz se filtraba por las rendijas del granero, por lo que supuse el día ya estaría algo avanzado.

Giré mi cabeza y contemplé el rostro de mi marido. Así dormido parecía otro, su semblante lucía relajado y en paz. ¿En qué clase de líos andaría metido para que dos hombres desearan matarnos? Intenté en vano levantarme sin despertarlo, pero tan pronto sintió que me separaba de él, se levantó casi de un salto y observó a nuestro alrededor.

-No hay nadie. – Respondí al análisis que él estaba realizando. – Creo que hemos dormido más que un par de horas, quizás cuatro o cinco. Ahora que he respondido a sus preguntas creo que usted me debe algunas explicaciones.

-No creo que le deba nada. -Y sin más abrió las puertas del granero y salió de allí. Yo tomé mi bolsa de mano y lo seguí.

-Señor Lluch, ayer estuvieron a punto de matarnos, me empujó de un tren y amenazó con dejarme tirada en medio de la nada ¿Enserio cree que no merezco una explicación? -Dije casí teniendo que correr para mantener su ritmo de movimiento.

-Jamás la habría dejado allí sola. -Respondió sin dejar de caminar.

-Está bien saberlo… y el resto de cuestiones no piensa resolverlas….

-No, no creo que sea necesario. Le basta con saber que puede fiarse de mí.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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