La primera semana transcurrió lenta, en un principio los días me sirvieron para terminar de recorrer la casa con la ama de llaves, cuadré los horarios de comida y los menús, e intenté memorizar el funcionamiento de mi nuevo hogar. Después, todo se volvió más complicado, muchas mañanas el señor Lluch volvía a hacer su teatro al que parecía las muchachas le habían cogido el gusto, algunas tardes salíamos de paseo por la ciudad lo cual resultaba tedioso y agradable a partes iguales. La ciudad era preciosa, pero la compañía era horrorosa. Mi marido se mantenía en un mutismo sepulcral y eso unido a mi mal francés quería decir que yo estaba sola y sin hablar con nadie la mayor parte del tiempo.
Una tarde decidí ponerle remedio a mi situación, no pensaba quedarme quieta como una tonta a la espera de indicaciones del señor Lluch. Así que, sin consultarlo con mi marido pedí que me prepararan un coche y que avisaran a mi esposo de que me iba a dar un paseo. De esta forma me aseguraba de que no pudiera negármelo. Pedí al cochero que me llevara a casa de la señora Bernard y así lo hizo. Sabía que presentarme sin avisar no era lo ideal, pero necesitaba hablar con alguien.
Al entrar en el salón del té de la señora Bernard comprendí que había actuado mal, puesto que ella se encontraba rodeada de cuatro damas.
-Querida sobrina -Dijo muy afablemente. – Me preguntaba cuándo vendrías a verme.
-Siento haber venido sin avisar, pero tenía muchas ganas de verla. -Respondí dibujando mi mejor sonrisa.
-Cariño. -Dijo con demasía dulzura. – Sabes que mi casa es la tuya, puedes venir cuando gustes. – Dicho esto se dirigió al resto de damas. - Señoras, les presento a la vizcondesa de Legrintown, la señora Lluch. Ella y mi sobrino llevan poco más de una semana aquí en París.
Las mujeres comenzaron a hablarme en francés.
-Ruego que me disculpen, pero todavía no domino muy bien el francés. -Ellas me contemplaron altaneras.
-No se prreocupe.-Me respondió una de ellas.- Togas sabemos hablag su idioma.
Aquellas señoras se fueron presentando, al parecer había ido a visitar a la señora Bernard el día más adecuado, puesto que aquellas mujeres eran de las más influyentes de París. Había una duquesa, una mujer de un riquísimo comerciante que poseía el monopolio de las telas del país, la prima del príncipe y la mujer de un importante diplomático. La verdad, no logré recordar sus nombres, eran demasiado extraños.
-¿Qué tal egstá usted llevando la vida de casada? -Preguntó una de ellas.
-De maravilla el señor Lluch es estupendo y Francia es un deleite para la vista. -Me sentía contenta con mi respuesta, pero al contemplar la cara de la tía de mi esposo supe que algo había dicho mal.
-Quegida, recuegda que estás entre amigas…- dijo risueña la más joven. – Y además no nos encontramos en Inglatega. -Todas rieron ante ese comentario. – Puede llamag a su magido por su nombre ¿o no tienen esa confianza? -Aquella simple pregunta iba con malas intenciones, pero por suerte comprendí por a dónde quería llegar esa mujer.
-Querida. -Respondí con coquetería. - Se que no estamos en Inglaterra, pero me gusta decirle señor Lluch, así puedo presumir de apellido. – Aquello no era exactamente lo que habría respondido si me hubiera encontrado en Inglaterra, pero pensé que eso era exactamente lo que debía decir. Todas rieron ante mi comentario y la señora Bernard pareció complacida.
Después de un largo interrogatorio del que creo, salí victoriosa, comenzaron a cotillear sobre diferentes personalidades las cuales yo no sabía ni de su existencia. Cuando el reloj dio las ocho comprendí lo tarde que era, y tras pensar un largo rato en qué palabras emplear para excusarme dije.
-Si me disculpan, hay alguien que me estará esperando en casa con gran impaciencia.
-Oh querida, quien pudiega seg de nuevo una grecién casada.- Dijo aquella que ostentaba el título de duquesa.
-Más bien quegás decig, quien pudiega casagse con su amog.- Respondió la prima del príncipe.
-Ha sido todo un placer conocerlas, espero verlas pronto. -Me despedí de ellas.
-Te acompañaré a la salida. -Dijo la señora Bernard. – Lo has hecho muy bien, Aroha.
-Gracias Señora Bernard, y siento de veras haberme presentado sin avisar.
-Llámame tía. -Dijo besando mi frente. -Has sido toda una bendición, además ahora ya estás dentro de la alta sociedad francesa. Bueno, espero James no la regañe por llegar tarde… y si lo hace seguro tienes buenos métodos para quitarle el enfado. -Añadió risueña.
Yo me despedí de ella y subí al coche. Me preparé mentalmente para soportar el enfado del señor Lluch, seguramente estaría subiéndose por las paredes. Bueno, conociéndolo quizás no hubiera notado mi ausencia.
-Su esposo la espera en el comedor. -Me dijo el mayordomo una vez dentro.
-Dígale que no tengo hambre, lo esperaré arriba.- Dije dirigiéndome a las escaleras.
-Señora…. El señor ha insistido en que cuando llegara debía ir al comedor, tienen visita.
-Bueno si tenemos visita…- Dije dibujando una sonrisa nerviosa en mi rostro. Sabía que lo correcto habría sido primero asearme, pero las palabras del mayordomo me habían sonado a una exigencia de mi marido. – Buenas noches querido, siento haberme retrasado…- Dije entrando en el comedor, pero la voz se me apagó al percatarme de la extraña escena. En la gran mesa se encontraba mi marido y junto a él dos hombres de su misma edad. Tan pronto como sentí sus miradas recorrer mi cuerpo, no pude evitar estremecerme.