La Necesidad Del EngaÑo

XVI

-No pienso quedarme aquí encerrada con usted. -Respondí con inocencia. En aquel momento me habría estremecido si hubiera comprendido las palabras de mi marido, pero en mi ignorancia sólo me encontraba algo malhumorada. 

-Haber pensado antes. Tampoco es que a mí me apetezca pasar dos horas con usted.

El señor Lluch caminó hasta la puerta que comunicaba nuestras habitaciones y desapareció de mi vista. Yo me tumbé en la cama, no veía el motivo de tener que cumplir los deseos de ese hombre, pero tampoco tenía nada mejor que hacer que descansar, y ahora que el silencio reinaba en la habitación era un momento propicio.

 

La presencia del señor Fitsgarden y el señor Gordon en la casa cambió la rutina a la que me había acostumbrado hasta ahora. Los tres hombres salían durante parte de la mañana, pero regresaban a comer y todas las noches acudíamos a alguna fiesta de lo más peculiar.

Nos encontrábamos en casa de una tal Madame Austen, llevábamos más de una hora y todavía no conocía a la anfitriona. El señor Lluch no se alejaba de mi lado, y yo me sentía como una niña molesta y aguafiestas con la que él estaba obligado a cargar. La gente a nuestro alrededor era de lo más escandalosa, y parecía que la sutileza estaba sobrevalorada aquella noche. Tanto hombres como mujeres ocupaban el salón sin ningún tipo de orden, cada cual hacía y decía lo que le venía en gana. Yo permanecía en silencio contemplando todo aquello e intentando descifrar cómo podría encajar yo en ese extraño entorno.

-Cariño. -La voz de mi “amadísimo” esposo me sobresaltó. Sentí su brazo rodeando mi cintura- Aquel gesto tan poco apropiado en público parecía ser el favorito del señor Lluch. -Bailemos. -Dijo sin más conduciéndonos al centro de uno de los salones. -Se que esto no es a lo que estás acostumbrada. -Me susurró mientras bailábamos. -Pero necesito que finjas pasarlo más que bien. -Yo lo miré dudosa. – Por favor.

-Sabes que no puedo fingir, pero la verdad es que tampoco lo estoy pasando mal. Simplemente, me cuesta adaptarme a esta nueva forma de vida.

-Quizá deba integrarse poco a poco. – El vizconde comenzó a inventar los pasos de baile yo alcé mi rostro interrogativa y me topé con una gran sorpresa. ¡Estaba sonriendo! Aquello me pilló tan desprevenida, que no pude evitar devolverle el gesto. Seguimos casi brincando por todo el salón, sus movimientos y los giros que me hacía hacer me resultaron tan cómicos que las risas no tardaron en llegar. Cuando por fin nos detuvimos a ambos nos costaba respirar, pero lucíamos la mar de felices.- Ves… - Dijo juntando nuestras narices.- No es tan complicado. Y sin más me dio un beso, apenas fue un roce de nuestros labios, pero aquello no estaba bien, no podíamos besarnos en medio de un salón repleto de gente. Yo miré a nuestro alrededor, mucha gente nos miraba sin disimulo alguno, pero todos ellos parecían disfrutar del espectáculo que habíamos hecho.

Tan pronto como abandonamos la zona de baile una mujer vestida de un rojo demasiado brillante y con un escote falto de tela se acercó a nosotros.

- Madame Austen. -Saludó mi esposo con demasiada familiaridad. -Le presento a mi esposa.

-Es un placer. – Respondí intentando ser cortés. Pero ella no dijo nada, me miró de arriba abajo un par de veces, parecía estar evaluándome. -¿Encuentra usted lo que busca? -Mi voz no sonó brusca, pero mis palabras eran directas.

-Me gusta. -Dijo Mirando al señor Lluch.- Pensé que sería una estirada, pero veo que tiene carácter. Puede usted llamarme Anna todas las mujeres me llaman así. -Ella pareció esperar a que yo le dijera mi nombre de pila, pero cuando no lo hice prosiguió sin más. – Qué le parece si le presento a algunas invitadas… e invitados. – Yo miré a mi esposo. -O vamos James no me seas así, no puedes retener a tu esposa junto a ti toda la noche.

-Si ella desea ir es libre, verdad cariño. – Dijo dirigiéndose a mí y animándome a ir con esa mujer.- Pero te lo advierto Madam, si no vuelve contenta ….

-Sí Sí …- dijo al tiempo que zarandeaba su mano para quitarle hierro al asunto. -Señora Lluch, -Se dirigió a mí extendiendo su brazo para que lo tomara. – Ahora vamos a divertirnos.

Recorrimos el salón, Anna parecía conocer todo de todos. Tenía sus propias opiniones y rebatía los cotilleos que ella misma contaba, lo cual me hizo mucho gracia.

-Parece usted conocer a estas personas mejor que ellas mismas. -Dije intentando responder a sus constantes comentarios.

-Bueno, la gente no sabe mantener la boca cerrada. Parece que no hay nada como contar un cotilleo para recibir otro.

-Siento decirle que yo no tengo cotilleo con el que pagarle.

-Por supuesto que no. Parece usted… poco dada a las habladurías. Extraño para ser inglesa. -Sus palabras no pretendían ser ni un insulto ni un alago, pero me vi en la obligación de preguntar a qué se refería. -Bueno querida, como habrás podido comprobar, soy inglesa y como todos bien saben, mi traslado a Francia fue causado por las habladurías de malas mujeres.

-Siento mucho oír eso…. Algunas personas pueden ser muy crueles.

-Yo no lo siento en lo más mínimo, ahora soy libre. No tengo que responder ante nadie… si alguna vez te hartas de tu maridito, no dudes en venir a verme y yo te mostraré la felicidad que trae consigo la libertad.



#1733 en Otros
#95 en Aventura
#4499 en Novela romántica

En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

Añadir a la biblioteca


Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.