La Necesidad Del EngaÑo

XVII

Nos encontrábamos de nuevo en una, para nada recatada, reunión social. En esta ocasión, y extrañamente, no era de noche. Aun así, habían echado las cortinas y encendido miles de velas. La casa en la que tenía lugar el evento era… peculiar. Según me había explicado el señor Lluch, su dueño, al volver de una larga estancia en la india, había intentado traerse parte de esta a su hogar. Por esa razón, todo el mobiliario y las decoraciones eran de lo más curiosas.

-Ten cuidado…y no te quedes sola. -Siempre que el señor Lluch quería decirme algo que no deseaba que nadie escuchara, fingía estar haciéndome algún tipo de comentario privado.

-Lo tendré. Disfruta de la fiesta cariño. -Estaba a punto de irme cuando él tomó mi brazo y me hizo girar.

-Piensas irte sin despedirte amor mío. -Supe que debían estar viéndonos y que por eso mi marido actuaba de ese modo. Tuve que ponerme de puntillas, pero finalmente le di un beso. No pude evitar sonrojarme por mi descaro. - Justo lo que quería.

-Vamos.- Dijo Anna arrancándome de los brazos de mi esposo. -Tienes que decirme qué te ha susurrado para que tu cara se tiñera de ese modo. -Acompañó sus palabras con una sonrisa la mar de coqueta.

-A mi favor diré que soy fácilmente sonrojable. -Respondí eludiendo su pregunta.

-Oh vamos, no me dirás nada más. No eres muy justa con nosotras…- Dijo Anna fingiendo estar enfurruñada.

-¿Qué te ocurre Anna?- Preguntó Liz cuando ella y Marguerite estuvieron a nuestro lado.

-Nuestra querida mujercita no quiere revelarme las sucias palabras que su marido le susurra al oído. -Yo volví a ponerme colorada por la vergüenza, pero ellas interpretaron mi sonrojo de otra forma. -¿Tan fuertes eran que te pones roja solo de recordarlas?

-Anna, recuerda que no a todo el mundo le gusta contar sus relaciones como a nosotras. -Dijo Liz salvándome. -Pero hemos descubierto algo que quizá ayude a que nuestra Aroha suelte prenda… creo que os encantará.

-Oui oui, íbamos en vuestgra búsqueda cuando encontrgramos algo muy muy integesante. -Añadió Marguerite. -Estoy segugra de que algunas de las imágenes te sogprendegan hasta a ti Anna.

Anna y yo las seguimos la mar de intrigadas, caminamos por un par de pasillos hasta que nos adentramos en una habitación y ellas se pararon ante un gran tapiz.

-¡Qué maravilla!-Exclamó Anna.

Yo alcé la vista y casi me desmayo al contemplar aquellas imágenes. El tapiz estaba bordado con … bueno, con imágenes de hombres y mujeres desnudos… y ellos, ellos estaban demasiado pegados y en posiciones muy extrañas. Yo intenté mirar para otro lado.

-Mira Anna… crees que será tan complicada como parece. -Comentaba alegremente Liz mientras señalaba uno de los dibujos.

-No, no lo es. – Respondió muy segura Marguerite. Yo me sonrojé ante aquella afirmación. ¿Quería eso decir que ella lo había probado? – Os dije que todavía no lo sabíamos todo sobrge el sexo.

Las tres parecían la mar de felices por el descubrimiento realizado, yo de veras intentaba hacer oídos sordos a sus sucios comentarios, pero la verdad, estaba algo confundida. ¡Aquello era lo que pasaba entre un hombre y una mujer! De pronto recordé el libro que me había regalado el doctor Hall. Esa misma noche debía volver a abrirlo. Desde que en el tren había descubierto que en el interior de uno de los tres libros, había un dibujo de la anatomía de un hombre, no me había atrevido a volver a abrirlo, pero me sentía como una tonta ante aquellas tres mujeres, y la cosa fue a peor.

-Aroha… estás muy callada. Creo que es tu turno de contarnos cuales de estas has probado. – El comentario de Liz era casi una orden.

-No creo que ….- cómo iba a decir que yo no sabía muy bien de lo que ellas hablaban. Yo me jactaba de ser doctora, pero hasta ese momento no tenía idea de cómo venían los niño al mundo. En mi cabeza intentaba unir las piezas con la información que poseía, pero algo fallaba en mi deducción. A mi favor diré, que a pesar de mi ignorancia sobre el cómo se engendraban los niños, si que sabía atender un parto.

-Oh vamos, no seas tímida, todas lo hemos contado y compartido…- Insistió Anna.

-Bueno…. Pero vosotras habláis de caballeros cualquiera, yo os estaría hablando de mi marido, y creo que no es adecuado. -Trague saliva ¿Bastaría eso para que dejaran de insistir?

-Bueno… en mi defensa digé que las primegas veces fueron con mi esposo.- Dijo Marguerite provocando la risa en las otras dos.

-Señoras…- La voz de Gordon nos sobresaltó a las tres. -Veo que han encontrado algo muy interesante.

Yo me tensé aún más ¿Serían capaces de ponerse a conversar de aquellos temas con un hombre delante? Por suerte Gordón no vino solo. Sentí unos brazos abrazándome por la espalda y me relajé un poco. Si mi marido estaba conmigo seguro no se atreverían a seguir preguntando.

-James – Lo llamó Anna con demasiada familiaridad. -Tu mujer no quiere contarnos….

-¡Anna!- La corté antes de que pudiera decir algo más.

-Si mi esposa no quiere contaros algo yo tampoco lo haré… además hay cosas que preferimos no divulgar. - Dijo contemplando el telar y haciendo que me sintiera muy incómoda por la cercanía de su cuerpo. -Cuando solo hacen falta dos personas para hacer algo… quiere decir que sólo dos personas deben estar enteradas. -Parecía que él había comprendido a la perfección a dónde quería llegar Anna.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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