La Necesidad Del EngaÑo

XVIII

Llevábamos casi un mes en tierras francesas y todavía no habíamos recibido ninguna invitación del señor Fuller. La verdad, yo estaba ansiosa por ver una cara conocida. Es cierto que la señora Bernard era dulce y cariñosa conmigo, pero no podía… no sé, era la tía de mi marido. Me desahogaba escribiendo cartas a casa, pero la mayoría no las enviaba. Si mis padres o Camille recibieran la información que escribía en algunas de ellas, seguro se presentaban en París y me arrastraban de vuelta a casa. Lo que, para ser sincera, no me parecía tan mala.

El señor Lluch no me trataba mal, sabía que debía sentirme afortunada por mi suerte. Pocas eran las mujeres que podían decir que sus maridos no las trataban mal. No obstante, me sentía sola, desanimada… . Echaba de menos mi rutina diaria, la consulta, el ajetreo diario, ayudar a la gente etc. Tanto tiempo ocioso había mellado demasiado mi ánimo, yo no estaba hecha para la paz y la tranquilidad, necesitaba movimiento.

No todo era malo en mi nueva vida, aquel día, como muchos otros, me encontraba en la biblioteca estudiando francés. Me gustaba ser la dueña de aquella casa, porque así nadie podía decirme que podía o no hacer. Bueno, para ser sincera mi marido lo hacía constantemente, pero no en algo tan insignificante como en el cómo sentarme. Me sentía feliz de poder estar repantingada en el sofá, con las piernas sobre este, aunque eso no fuera lo más apropiado. De pronto la presencia de mi esposo me obligó a alzar la vista del libro.

-Buenas. -Saludé algo incómoda por su penetrante mirada. Y no pudiendo mantenerla por más tiempo, volví a posar mis ojos sobre las páginas. Él no dijo nada, pero se sentó junto a mí en el sillón. Yo tuve que encoger un poco las piernas, puesto que al estar recostada sobre este, ocupaba más espacio del debido.

-Tenemos que hablar de algo. -Dijo tomando mis piernas y pasándolas por encima de las suyas para poder acercarse más a mí. Estaba acostumbrada a sus toqueteos en público, pero hasta el momento, siempre que estábamos solos me había ignorado por completo. Él miró a hacía la puerta, que estaba completamente abierta, y comprendí el motivo de su comportamiento.

-Soy toda oídos. -Respondí cerrando el libro.

-Buenos días tortolitos. -El señor Gordon entró en la biblioteca como si estuviera en su casa y nosotros fuéramos los invitados. Yo iba a bajar mis piernas del cuerpo del señor Lluch, pero él me lo impidió. -Supongo que ya le habrás dado la buena noticia. -Dijo dejándose caer en uno de los sillones.

-¿Qué noticia? -Pregunté a mi marido.

-Si que eres lento con tu mujer, cuando hablas con nosotros no tienes problema alguno. -Yo miré a mi esposo, pero fue la voz Gordon la que me dio la respuesta. – Debes agradecerme… te libero de tu marido durante unos días.

-¿Perdón? – La pregunta fue dirigida al señor Lluch, a pesar de que había sido el señor Gordon el que había hablado.

-Cariño -Dijo Lluch presionando ligeramente mi pierna izquierda. – Acompañaré a nuestros queridos invitados a cerrar unos negocios fuera de la ciudad. -Mi marido me miraba de forma extraña y continuaba presionando ligeramente mi gemelo izquierdo. Aquel toque me habría desagradado si no hubiera estado tan concentrada en tratar de interpretar sus señales.

-¿Cuándo partís? – Aquello fue lo único que se me ocurrió decir. Las carcajadas del señor Gordón resonaron en toda la estancia.

-Lo ves, tú preocupado por cómo decirle a tu esposa que nos íbamos una semana y ella deseando…

-No sé qué está insinuando. - Dije comprendiendo que quizás debía haber reaccionado algo más entristecida o reacia a aquel viaje. – No voy a cuestionar las decisiones de mi marido y menos en tu presencia Gordon. -Mis palabras no habían sido duras o frías, pero sí claras.

-Oh claro… les dejaré su intimidad…- Dijo entre risas. – Señora Lluch… adoro que me tutee- Añadió antes de salir por la puerta. Yo me sentí algo avergonzada por haber perdido las formas con el señor Gordon, ni siquiera llamaba a mi marido por su nombre. Sin embargo, no pareció que ninguno de los presentes les hubiera importado.

Él se marchó, pero como la puerta continuaba abierta, la actuación también debía hacerlo.

-Lo siento. -Dije en un susurro. -Nunca tengo muy claro cuál debe ser mi papel.

-Partiremos esta tarde y estaremos fuera una semana o como mucho dos. -Mientras hablaba se acercó un poco más a mí, de esa forma nadie podría escuchar la conversación.

-No sé qué se supone debo decir. Entiendo que simplemente me informas de tus movimientos. -Lo observé unos segundos. – Y entiendo que piensas ordenarme algo.

-Mira… esta situación es muy complicada. Solo te pido que mientras yo no esté, no asistas a las fiestas a las que hemos estado yendo. -Yo lo miré interrogativa. -Asistir a ese tipo de fiestas sola sería lo mismo que anunciar que estas disponible para cualquiera que desee intentarlo.

-Y por supuesto yo soy solo tuya amor. -Mis palabras desbordaban resentimiento por todas partes. Él no parecía dispuesto a decir nada más, pero el sonido de unos pasos firmes por el pasillo le hicieron cambiar de opinión. Tiró de mis piernas, haciendo que casi estuviera sentada sobre su regazo y situó una mano sobre mi mejilla.

-Olvide mi… -La voz de Gordon se cortó al contemplarnos y añadió con picardía. -Haced como si yo no estuviera…



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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