Al volver del orfanato, nombre que yo había decidido darle a la casa de acogida de Rinald, había puesto a todo el servicio manos a la obra. Josh se había pasado todo el camino de vuelta diciéndome lo mala idea que le parecía y lo poco que le iba a gustar a mi marido, mientras que Daniel no decía nada. Yo decidí no pensar en las consecuencias de mis acciones, al fin y al cabo, no estaba haciendo nada malo, ya suficiente tenía yo con fingir amar a mi marido. Además, suponía que el señor Lluch no me diría nada porque ¿por qué le iba a importar que yo ayudara a unos pobres niños? Y si lo hacía, la verdad me daba igual, yo estaba haciendo lo correcto y era libre, no tenía que pedirle permiso.
Y así, comenzó mi aventura. Pasé todos los días de la semana en esa casa, bueno yo, Josh y Daniel. Los dos primeros días, los dos hombres se quedaban como estatuas en la habitación mientras yo trataba a los niños, pero al tercero me pareció que ya que estaban ahí podían ayudar, asique tras batallar con ellos logré que Daniel me vigilara/cuidara, mientras Josh ayudaba a reparar la casa. La segunda semana fue mejor, tras hablar con Rinald decidimos que todos los niños debían pasar por la enfermería, así podría hacerles una revisión y comprobar que estaban bien. La verdad, me alegré de mi decisión en cuanto vi la cabeza del primero. Tenía sarna, el pelo se le había caído a rodales y tenía manchas rojas por todo el cuerpo.
-Buenas soy la doctora Lluch .-Me presenté para que el niño estuviera un poco más seguro. - ¿Cómo te llamas?
-Me llamo Nicola. -Respondió intentando transmitir una serenidad que no tenía.
-Es un placer conocerte Nicola. ¿Te pican mucho esas manchas que tienes por el cuerpo? -Él asintió. – ¿Me dejas que te ayude a que dejen de picar? -Nicola me miró sorprendido, aunque no sé muy bien cuál fue la razón. – Mira, te voy a poner un poco de aceite, y lo más pronto que pueda te traeré una crema especial. – Me acerqué a la mesa y anoté que debía ir a un boticario a por la mezcla para el tratamiento de Nicola. Después puse un poco de aceite en un paño y lo fui pasando por la piel del niño. Al poco rato soltó un suspiro de alivio.
-¿Por qué tengo esas manchas? – Me costó entender un poco su pregunta, por mucho que estudiara, comprender el francés me resultaba más complicado que hablarlo o escribirlo.
-¿Eres valiente? -Nicola no respondió. -Se que lo eres, sino no habrías venido a verme. -Pareció muy satisfecho con mi respuesta. -Lo que te ocurre es que un bichito ha decidido vivir bajo tu piel, pero no tienes de que preocuparte, yo lo voy a echar. Eso sí, necesito que me prometas que te bañaras con frecuencia… Si no lo haces ese bicho volverá a querer vivir en tu piel.
-Me bañaré hasta una vez al mes, se lo prometo. -No es que esa respuesta fuera muy satisfactoria, pero qué más podía pedir a un niño que no tenía nada.
-Fenomenal.- Dije con una gran sonrisa en mi rostro. -Yo te prometo que te ayudaré a quitarte los bichitos lo antes posible.
Me costó un poco acostumbrarme a los ojos saltones de todos aquellos niños, la falta de nutrición hacia mella en ellos y parecía que los ojos se les fueran a salir de la cara. Menos un niño que tenía una infección de oído bastante grave, el resto estaban relativamente bien, algunos tenían leves irritaciones por falta de higiene, piojos, raspones... En la casa había 19 niños, pero logré atenderlos a todos en dos días. Ahora ya sabía que cosas iba a necesitar para tratarlos adecuadamente.
Me froté la nuca cansada y miré por la ventana, el cielo estaba oscuro. El día transcurría en un pestañeo. Y la verdad, me encantaba. Mantenerme ocupada era lo que más me gustaba, me hacía sentir muy bien.
-Creo que es hora de irnos a casa. -Le dije a un ceñudo Josh.
-Eso dije yo hace tres horas. – Su murmullo malhumorado me hizo reír.
-¿Dónde está Daniel? -La verdad, cuando me ponía con los pacientes el resto del mundo desaparecía, y ni me había dado cuenta de que Josh había entrado y Daniel ya no estaba.
-Fue a casa a avisar de que envíen el coche. Si recuerda esta mañana nos dijo que deseaba usted venir andando y la verdad, ya no son horas de volver andando por estas calles.
-Nunca pensé que el del mal genio fueras tú… -dije riéndome un poco de él. -Siempre creí que sería Daniel. -Él me puso mala cara. -Oh vamos, lo que estamos haciendo aquí es importante. Te prometo que cuando lleve un tiempo ya no tendré tanto trabajo. -En aquel momento me creí mis palabras, pero con el tiempo descubrí que no serían del todo ciertas.
Mi marido me envió una carta para pedir disculpas por que su viaje se alargaría una semana más. Me sentí un poco mal porque la verdad desde que había comenzado a ayudar en el orfanato había olvidado que el señor Lluch existía, pero pronto recordé que tampoco es que fuéramos un matrimonio de verdad, por lo que no tenía sentido sentirme mal por ello.
Al día siguiente todavía no tenía los remedios que necesitaba. En esos momentos echaba de menos a Cami y su mano para las plantas y la creación de medicamentos y remedios. El boticario me había dicho que lo tendría en unos días, y aunque yo había insistido en la urgencia él me aseguró que no podía tardar menos de ese tiempo por falta de algunos ingredientes. Por esa razón, cuando llegué al orfanato me fui directa a la pequeña cocina. Extrañamente estaba Philipa, la cual acudía una vez a la semana a cocinar. Por lo visto, ella y otra mujer del barrio se habían ofrecido a hacerlo por un salario mínimo, y con lo que ellas cocinaban dos veces a la semana los niños se alimentaban toda ella.