La Necesidad Del EngaÑo

XXIX

Aquella mañana me encontraba paseando con el señor Fuller y Emily por el parque. Aquella era la segunda vez que intentaba sacarle información al señor Fuller. En la primera ocasión, él había tenido la amabilidad de invitarme a acompañarlo en su palco de la ópera. Tras una larga discusión, logré que James aceptara que no debía acompañarme, pero en aquella ocasión no estuvimos solos, la tía Agnes también se encontraba allí. A pesar de la desilusión inicial al ver frustrados mis planes, la velada fue de los más placentera. Fuller y la tía eran mi familia de París. Esa noche olvidé que Fuller podría ser un hombre muy peligroso y disfrute de la compañía.

Por suerte, al despedirnos fue él el que me propuso salir a pasear esa semana, y para mi sorpresa me animó a que Emily nos acompañara. Por lo general yo intentaba no sacar a Emily de casa sin James, pero si deseaba que el señor Fuller fuera sincero conmigo, mi marido no podía acompañarnos.

Estaba algo inquieta, a pesar de saber que no tenía motivos para estarlo. Por muchas sospechas que James tuviera, yo tenía plena fe en la inocencia de Fuller, y en el remoto caso de ser atacada por él sabía que podría defenderme. Además, Daniel nos seguía a un paso prudente y Emily estaba siendo bien cuidada por su niñera. Contemplé al señor Fuller, no era posible que él fuera un asesino.

-¿Sabéis algo de la familia de la pequeña? -Preguntó haciéndome salir de mi ensoñamiento.

-James está visitando algunas comisarías, pero no parece que nadie esté buscando a la pequeña. Yo me siento ruin.

-¿Y eso por qué? -Preguntó él animándome a hablar.

-Deseo que Emily esté con su familia, pero al mismo tiempo me alegro de no encontrar a ninguno de sus familiares… ¿Soy una persona horrible? – Él sonrió tiernamente.

-Querida nada más lejos de la verdad. Deseas que Emily permanezca con vosotros porque tienes un corazón de oro, más estoy seguro de que si encontráis a su familia te alegrarás por ella, aunque al mismo tiempo te entristezca la separación. Seguro vuestros difuntos amigos, los padres de Emily, estarán felices de todo lo que haces por su hija.

-En ocasiones olvido lo sabio que es usted. -Dije devolviéndole el tono animado a la conversación que manteníamos.

-No te atreverías a olvidarlo… -Respondió divertido.

­-Señor Fuller…- No sabía muy bien como comenzar con mi interrogatorio, pero quizás no había una manera concreta o correcta de hacerlo. - ¿Tiene usted algún pariente aquí en París?

-Pues la verdad es que no… ni aquí ni en Londres.

-Supongo que no estará usted teniendo en consideración a su familia política ¿cierto?

-Mi mujer no tenía familia…No es que me moleste que me pregunte todo esto, pero es extraño en usted. – Dijo sin más el señor Fuller, yo tragué con dificultad.

-Supongo que simplemente me preocupo…- Y eso era cierto, me preocupaba por él y por el hecho de encontrar alguna prueba que denotara su inocencia.

-No debe usted preocuparse por este viejo… puede que no tenga familia, pero jamás me he sentido solo. La verdad, sé muy bien en que emplear mi tiempo para no aburrirme. – Aquel último comentario no sonó muy esperanzador para la causa.

-A mí tampoco me gusta permanecer ociosa. – Dije interrumpiendo el interrogatorio y continuando con nuestro paseo.

El señor Fuller, Emily y su niñera se habían acercado al carrito de dulces, yo los observaba a poca distancia cuando alguien tironeo de mi falda. Bajé la vista y me encontré con un niño algo harapiento que parecía desorientado.

-¿Te encuentras bien pequeño? -Pregunté inclinándome un poco para situarme a su altura.

-Mis papás estaban y ya… -El niño comenzó a andar alejándose de mí.

-Espera pequeño… yo te ayudaré a buscarlos…- El niño andaba a paso ligero, yo aumenté mi marcha, no podía permitir que aquel pequeño se quedara solo. - ¿Recuerdas por dónde estabais cuando… - No pude seguir formulando mi pregunta, sentí un intenso dolor en la cabeza y todo a mi alrededor se oscureció.

……………………

-Parece que ya vuelve en si…- Escuche que decía una voz masculina.

-Llamar el jefe. -Dijo otro hombre.

 

Abrí los ojos con dificultad. Sentía todo mi cuerpo agarrotado, y con razón, estaba atada a una silla en una posición nada confortable. Miré a mi alrededor. Me encontraba en una pequeña habitación escasa de mobiliario. Justo delante de mí había dos hombres de oscuro semblante apoyados contra la pared en actitud relajada, pero no por ello daban menos miedo. En el momento en el que otros dos entraron por la puerta que debía estar a mis espaldas el miedo me invadió. Me habían secuestrado.

Uno de los hombres que terminaba de entrar arrastró una silla hasta situarla frente a mí y se sentó. El hombre debía tener más de 40 años, a pesar de su vestimenta sencilla, su porte y forma de moverse le daban una autoridad que muchos militares envidiarían. Debía ser el jefe.

-Así que usted es el pajarito que ha estado ayudando al señor Rinald… -Su afirmación me asustó y relajó a partes iguales. Mi cerebro funcionaba a toda velocidad. Las palabras de aquel hombre me hicieron pensar que, por lo tanto, no estaba en aquellas circunstancias por nada relacionado con mi marido y su “trabajo”, y eso era bueno.



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En el texto hay: juvenil, romance, epocavictoriana

Editado: 09.08.2021

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