Experiencia cercana a la muerte:
Había un fuerte olor a muerte, mi respiración era etérea, un aliento fantasmal que no llevar oxígeno a mis pulmones, me acostumbré rápidamente a esa extraña forma de respirar, experimenté un intenso frío, pero era más bien una sensación desconocida, como si mi piel fuese una ilusión, observé a mi alrededor, el lugar destilaba un aire de olvido, era similar al patio de una escuela tras años en abandono, el césped estaba cubierto con objetos de la vida cotidiana que yacían esparcidos por todos lados, desde oxidados frigoríficos y bañeras cubiertas de musgo, hasta lámparas y armarios con las puertas desencajadas, todo lucía antiquísimo y con colores desvanecidos. Intentaba soportar la punzada en mi cabeza, tenía la vista borrosa apenas lograba percibir la dimensión del lugar, no era ni demasiado grande, ni demasiado pequeño, un escalofrío me recorrió, tumbada en el suelo, rodeada de hierba y flores silvestres, la confusión se apoderó de mí. ¿Cómo había terminado en este sitio?.
Los punzantes rayos de sol tardío penetraban en mis cansados ojos, la tierra bajo mis pies parecía absorber toda la luz, creando sombras ondulantes moviéndose en círculo para rodearme, observé cómo las flores se marchitaban lentamente, como si la misma vida estuviera siendo succionada de ellas, se desvanecían junto a la tierra donde estaban arraigadas, convirtiéndose en polvo ante mis ojos. Al apoyar la palma de mi mano sobre el suelo frío, mi atención fue captada por su áspera textura, mis dedos se deslizaron haciendo una pausa instintiva al toparse con el relieve de un extraño símbolo, parecía ser una serpiente que mordía su propia cola, la visión de esta me desconcertó, pero por alguna razón mientras permanecía en su interior, sentía una gran sensación de opresión y asfixia, y antes de comprender su significado, desapareció cuando me puse de pie, dejándome mareada y casi al borde de la inconsciencia.
El lugar era un contraste de belleza alicaída y siniestro misterio, recuperando el equilibrio, a lo lejos divisaba un antiguo y escalofriante cementerio, sentía como si algo me acechara junto a las ruinas de lo que parecía haber sido una antigua escuela, casi completamente derruida, los únicos vestigios de vida en un entorno que parecía devorado por las tinieblas. Mi visión mejoraba en el momento en que una sombra se acercó rápidamente hacia mí, abriéndose paso entre las lápidas del panteón con una ligereza perturbadora.
—Oye, ¿te encuentras bien? —me preguntó con una mirada llena de preocupación.
—No.... No lo sé. Estoy confundida, este lugar... —respondí con un nudo en la garganta, ella sonrió dulcemente, lo cual me reconfortó de inmediato.
—No te preocupes, todos pasamos por este momento, me llamo Sora —dijo, extendiendo su mano con una cálida sonrisa que me hizo sentir tan cómoda que cada músculo de mi cuerpo se destensó casi por completo.
—Me llamo.... No lo recuerdo.... mi nombre —dije con frustración.
—No te preocupes, tampoco recordaba el mío, ni yo, ni ninguno de esos chicos —dijo dirigiendo su mirada hacia la escuela donde siluetas sin rostro se movían de un lado a otro—. Estamos aquí por alguna razón, puedes llamarte como quieras, pero es un secreto, elige el nombre que más te guste. El rostro de sora era pálido, ojos grandes y rasgados, llevaba la vestimenta interior de un Hanbok tradicional coreano, era blanco, sucio y muy arrugado como viejo papel.
—Pero.... ¿qué lugar es este? —le pregunté confusa.
—Es un plano incompleto de existencia, aquí todos somos solo estudiantes, hemos estado investigando cómo llegamos a esta realidad pero no logramos encontrar ningún indicio aún. Los profesores se limitan a ignorar nuestras preguntas —explicó Sora con un atisbo de frustración—. Esta escuela alberga alrededor de tres mil estudiantes, según las estadísticas de mis cálculos. Todos tenemos entre diecisiete y veintiocho años de edad, todos venimos de diferentes lugares y con diferentes recuerdos, e incluso unos pocos de diferentes épocas, en busca de aquello que hemos olvidado.
Al caminar por el pasillo destechado la luz del astro de fuego se colaba acariciando mi cabello, me sentí expuesta a los caprichos de alguna energía que al parecer percibía sólo yo, como si el mundo exterior estuviese observando cada uno de mis movimientos, plantas crecían exuberantes en cada grieta y rincón, pronto me encontré rodeada de un bullicio animado, jóvenes que revoloteaban en los salones creando una cacofonía que alimentaba mi perplejidad, no estaba segura de lo que sucedía, tenía miedo y no sabía por qué, sin embargo, al entrar a las aulas, sentí resguardo y tranquilidad, como si cruzar esa invisible frontera marcada por el margen de una puerta vieja significara dejar atrás el desasosiego que me atormentaba, protegiéndome de las inclemencias del exterior.
Sora me presentaba con entusiasmo al resto, no pude evitar pensar que a pesar de su aparente reserva, sus ojos brillaban con misterio que me intrigaba, parecía esconder algo más allá de su tranquila apariencia. Algunos de los estudiantes que llamaban más mi atención eran verdaderamente únicos, provenientes de un cruce temporal, la menor de todo el salón, entre alrededor de quince estudiantes, era una bailarina de unos dieciocho años, su cabello dorado estaba recogido en un moño perfectamente ajustado, que dejaba al descubierto su protuberante frente, bestia un tutú rosa ligeramente desteñido, que contrastaba con su única zapatilla y pies notablemente deformes. También estaba una chica de al menos veinticinco años luciendo un vestido de los años treinta, una especie de traje de noche estilo imperio en tonos marrón con un corte alto que caía suavemente debajo del busto, su mejor amiga era una muchacha que llevaba un Kufiyyah (turbante) color desierto, y los ojos maquillados de negro profundo. Un apuesto chico llamaba la atención con su traje bien estructurado, pantalones oscuros, camisa blanca, y un elegante saco de caballero, parecía tener alguna relación con aquella joven, una que modelaba una combinación de estilos con un toque gótico y vintage. Por último, otro estudiante de contemporánea edad, con un rostro decaído y una barba descuidada por días, su cabello largo y desaliñado, llevaba un pijama de rayas azul oscuro, calcetines agujereados y unas pantuflas casi gastadas en su totalidad.