La necrópolis de los brujos(terror, thriller, aventura)

Capítulo 2

El espejo del alma:

Por alguna razón rememoro haber estudiado magia, a pesar de ello, nuestra educación tenía una peculiaridad desconcertante, al final de cada clase impartida por los distintos profesores, nos encontrábamos atrapados en un curioso enigma, ya que nuestros recuerdos de las lecciones se esfumaban como si nunca hubiesen acontecido, estaba consciente de que durante las disertaciones de la veterana profesora, mis manos danzaban fieles sobre el papel para anotar cada palabra, pero al consultar mis notas, cada página del cuaderno estaba impolutamente vacía desafiando toda lógica, habíamos intentado descifrar este misterio, incluso recurriendo al cálido resplandor de las velas en busca de escrituras invisibles, citando técnicas utilizadas por antiguos alquimistas y ocultistas, pero el papel se mantenía obstinadamente mudo negándose a desvelar sus secretos.

Contábamos con más tiempo libre del que se experimentaría en una preparatoria o universidad convencional, los profesores impacientes por impartir sus lecciones aparentaban temer a la soledad más que a cualquier otra cosa, de hecho, dos de ellos se iluminaban de felicidad ante la llegada de nuevos estudiantes, al mismo tiempo que yo me convertía en una más entre muchos internos. En el transcurso de unas pocas horas, dos chicos más se unieron a nosotros, y aunque cada hora parecía dilatarse hasta sentirse como una tarde entera, nadie lograba recordar ningún detalle de su vida pasada, a veces, yo logro entrever imágenes, oigo sonidos y risas, un cuervo negro se recorta contra el cielo plomizo, veo la silueta de un muchacho y las manos de una mujer acariciando mi rostro.

Parecía flotar en una pesadilla perpetua, un lugar olvidado por dios, un reino donde los espíritus vinculados a aquel espacio encontraban reposo durante la tarde y cobraban vida al caer la noche, como un reloj maldito, a una hora concreta de la oscuridad, emergía una presencia demoníaca que según mis observaciones, emprendía su acecho cada noche sin excepción, los eventos que rodearon mis encuentros con esa entidad aún los visualizo con claridad, se nutría de las almas tanto humanas como animales, mostrando una predilección macabra por las de perros y gatos. Era la representación espectral de una mujer joven, su cabello lucía denso y de un intenso negro, sobre una bata de hospital, su imagen advertía la maldad más hórrida encarnada, infundía un horror visceral, una señal que presagiaba infortunio, la única forma de librarse de ella y conservar el espíritu, era el refugio en sellados espacios, como si su forma etérea aún conservara las capacidades físicas para perseguirnos, exigiéndonos ocultarnos.

Los gritos desgarradores de todos trazaban un mapa acústico del verdadero horror inmisericorde, la primera vez que se manifestó ante mis ojos, mi mente no lograba procesar ni una ruta de escape, ni un escondite seguro, me encontraba ajena y vulnerable frente a la siniestra condenación que era aquella criatura. Su sonrisa, se estiraba grotescamente de oreja a oreja, atravesada por una cicatriz prominente, en intermitentes momentos, sus dientes adoptaban una forma puntiaguda, evocando la ferocidad de un depredador profano, sus uñas crecían desproporcionadas, emulando garras dignas de una bestia, sus ojos se tornaban de un blanco poseído, otorgando a su mirada una intensidad vacía que te devora desde adentro, su nariz se adelgazaba, esculpiendo una silueta esquelética en su rostro, ahora transformado e irreconocible.

¿Qué habría sucedido si Sora no me hubiera encontrado aquel día?, la duda rondaba en mi cabeza persistentemente, mientras ella dirigía mis pasos hacia un recoveco oculto dentro de una estructura ruinosa que miraba de frente a la escuela, era nuestro refugio de emergencia, el sitio donde habitualmente nos escondíamos, la antigua edificación, en avanzado estado de deterioro, preservaba en su planta baja, los vestigios de lo que alguna vez fue una bodega de quesos, nos escondimos en uno de los escaparates de curación, las puertas de madera podrida gimoteaban cada vez que se abrían, el hedor en el interior era agrio y pesado. El resto de los compañeros, impulsados por el pavor se dispersaban huyendo de aquella bestia, buscando refugio entre los armarios, refrigeradores vacíos y maltrechos, esparcidos caóticamente por todo el patio del colegio, una vez la criatura se marchaba dando una tregua execrable la extraña paz volvía. Nos acostábamos como podíamos en el sucio y húmedo suelo del salón esperando el pasar de las horas sin la posibilidad de dormir, sin la posibilidad de sentir sueño.

En la tarde solía sentarme sobre un ruinoso muro, descolgando las piernas y balanceando mis zapatos, lanzando piedrecitas que desprendía de los ladrillos a mi lado, me gustaba tararear melodías que venían a mi cabeza, perdiéndome en la distancia del horizonte observando la desolada nada, fascinada con las emplumadas aves, cerraba los ojos y escuchaba sus silbidos, se afinaban con el aire suave y gélido que acarician mis pestañas, fue entonces cuando Sora se acercó a mí con urgencia, yo podía imaginar de que se trataba, ya me habían comentado sobre el ritual que todos hacían al llegar aquí, pero aún así estaba curiosa.

—Necesito que vengas, hay algo que tienes que ver —me dijo con un tono que retaba mi curiosidad.

Nos encaminamos hacia el camposanto, donde estatuas se cernían en la neblina, ángeles y querubines de la era romántica emergían decadentes entre la fina bruma, mostrando miradas eternamente fijas y detenidas en el tiempo. Pude captar las emociones que yacían dentro de las lápidas y mausoleos; algunas desprendían tristeza, mientras que otras irradiaban paz y gratitud.

—No permitas que te abrumen —comentó Sora—. Es común ser más receptivo a ciertas energías —Piensa que también hay seres vivos casi tan sensibles como nosotros. Además, he notado que todavía no percibes por completo tu entorno; estas sensaciones no solo se limitan a los cementerios —añadió con una mirada serena.
Sora sostenía un candil de cabeza con una estrella en su base, llevándolo como si fuese una linterna apagada.




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