La necrópolis de los brujos(terror, thriller, aventura)

Capítulo 6

El mara:

El Mara que una vez me atacó, regresó, en mayor número, se congregaron al rededor de la necrópolis, arrastrándose y contorsionándose sobre manos y pies, era como si hubiéramos invocado a estas abominaciones al adentrarnos en la niebla, o mejor dicho, yo lo había hecho, sin detenerme a considerar las consecuencias, pronto puede sentir su aliento gélido en mi nuca, sus dedos largos y ásperos arañando mi espalda, estábamos inmovilizados, sus formas se erguían delante de nuestras adormecidas almas, insinuándose en los recovecos de los pensamientos más profundos e infectando nuestros sentires.

Aquella noche se convirtió en un festín de sufrimiento, los perturbadores ruegos de mis compañeros se unían en una polofonía agónica, contrastada con los desgarrantes arañazos que surgían del interior de las tumbas, donde hasta los muertos que aún continuaban en el plano físico manifestaban su inquietud ante los consume almas. La aurora, pálida traía consigo un respiro efímero, se retiraron satisfechos con el caos que habían sembrado, dejaron a su paso rostros demacrados y exhaustos, sin fuerzas para comprender lo sucedido, ni comenzar el día debidamente, nos quedamos en un silencio funesto, así con pocas fuerzas nos preparábamos para asistir a la escuela.

Sora venía a buscarme a mi cripta, cuando escuchamos las risas de unos niños, el color de la tarde se tiñó de un naranja siniestro, las risas infantiles salían de entre las tumbas, apenas podía articular palabras, mientras veía con ojos mortecinos a aquellos infantes jugando en medio de la morada de los muertos, entre ellos, había un niño cuya mirada atravesaba las barreras entre el mundo de los vivos y el reino fantasmagórico, ¿era acaso un niño de carne y hueso, capaz de ver nuestra esencia condenada? Sora, intentaba comunicarse en vano, el pequeño giraba su cabeza confundido, nos saludó con inocencia, ajeno a nuestra tragedia, tomo su balón y se perdió entre las lápidas, mis ojos apuntaron en dirección a Sora, cuyo semblante reflejaba una tristeza profunda y una sonrisa forzada, no deseábamos aceptar la aterradora certeza de que en aquellos mausoleos yacía el que era ahora nuestro hogar.

Escuchamos otro tipo de bullicio desconocido, vislumbrábamos ante una nebulosa como cristal empañado, sombras que se adentraban en las criptas que creíamos abandonadas, una realidad ajena se vinculaba con nuestra dimensión de esfinges atormentadas y vagabundas, una conexión impensable. ¿Por qué seres vivos elegirían habitar entre los muertos que descansaban bajo nuestras anidadas camas?, eran de esos vivos extraños, capaces de desafiar las fronteras, la incertidumbre llegaba a su fin, el cielo, se bañó nuevamente de su habitual gris opresivo, se cerraba sobre nosotros como puño de hierro, las figuras de los infantes se desvanecían en la distancia corriendo hacia la callejuela de tumbas que doblaba la esquina.

A medida que nos aproximábamos a la imponente estructura de la escuela, sentíamos cómo nuestras fuerzas se revitalizaban, como si estuviéramos siendo nutridos por la esencia oscura de un espacio maldecido.

—No caigas en su artimaña, todo esto es su culpa, buscan manipularnos, pretenden que creamos que están de nuestro lado. —aclaró Sora con voz decadente antes de entrar en el salón, cuando detuve su avance con un gesto imperioso.

—¿Por qué no ponemos fin a todo esto? Tienes un arma —propuse débilmente.

—Un arma, por más afilada que sea, no puede derrotar a un ente que ya no tiene forma física tangible —respondió, acariciando la empuñadura de la espada—. Tanto tú, como yo, o ellos, existimos ahora en un plano distinto al físico, por lo que las armas materiales no tienen efecto sobre nosotros, al no ser que estén embriagadas de energías que van más allá de cualquier paralelismo.

—¿Y si simplemente rompemos este ciclo infernal y escapamos de aquí? —planteé, dispuesta a emprender la huida de aquel lugar maldito que amenazaba con consumirnos del todo.

—La maldición persistirá, aunque poseas la campana de la muerte, en el mejor de los casos, tendrías que tener el pergamino con la forma definitiva de salir de aquí —musitó.

—La campana... —murmuré con estremecimiento, evocando la imagen del misterioso joven que me había rescatado del infierno la noche anterior.

Tras la inquietante clase con el perturbado director, nos encaminamos sigilosamente hacia nuestro refugio, donde compartí con los demás mi experiencia vivida en la necrópolis de los brujos, sin embargo, pronto descubrí que ya estaban al tanto de la presencia del enigmático joven que ocupaba mi asiento, en un entorno cifrado de misterios y conspiraciones, los demás compañeros estaban inmersos en la búsqueda de los oscuros secretos que envolvían a las campanadas de la muerte.

El joven misterioso portaba en sus acciones la clave para nuestra redención colectiva frente a la vorágine de tristeza y ponzoñosos secretos que nos rodeaba.




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