Necrancia:
Allí estaba yo, en medio de la turbia y espesa nubosidad llamada niebla, que serpenteaba entre los árboles y lápidas como dedos pálidos y fríos de espíritus, había aroma a tierra mojada, la gravilla crujía con mis pisadas, la sensación de búsqueda era apremiante, una mezcla de esperanza y desasosiego que me impulsaba adelante, guiándome por un instinto que nacía de lo más profundo del pecho, la idea de encontrar mi propia sepultura no me parecía descabellada en ese momento. Las estatuas que custodian los lechos emergen como centinelas en un reino de silencio, hay algo difícil de revelar en sus piedras desgastadas, algunas estatuas son fieles representaciones de los fallecidos, cuyos restos descansan bajo sus esculpidos pies, caballeros y damas de época victoriana, con trajes de finos sastres, sus rostros con expresiones serenas, como si estuvieran dormidos por siempre, mis vista se paseaban por todo el cementerio, las lápidas varían desde los simples y humildes sepulcros, hasta monumentos elaborados con inscripciones dedicadas, epitafios poéticos y fechas que marcan vidas de hace siglos, hasta tiempos más recientes, algunas están cubiertas de musgo y líquenes, dándoles un carácter aún más atemporal.
Absorta en la escultura que se asomaba entre el verdor creciente de la maleza, me encontraba cautivada por su aura melancólica, era la representación de un joven con la mirada elevada hacia el infinito grisáceo, como en búsqueda de respuestas, repentinamente de sus ojos de piedra, empezaron a correr lágrimas negras y espesas, alertándome de algo inminente, entonces percibí algo en un pasillo formado por mausoleos, era tenue al principio, apenas perceptible, pero crecía en dimensión y cercanía, miré hacia atrás, y la calma sepulcral se quebró, una fulgurosa silueta sombreada, una figura que traspasó de forma ágil las lápidas, y desaparecía tan rápido como aparecía, todas las estatuas comenzaron a mostrar lagrimas oscuras, sentía como si tuviera un corazón martillando en el pecho. ¿Será acaso otro buscador, un espíritu errante, o simplemente la manifestación de mis propios miedos?, el impulso de seguir adelante se mezcló con la cautela, no estaba sola, a mi alrededor, sentía el peso de miradas no encontradas desde la cortina de oscuridad, él emergió, (nuevamente volvemos a encontrarnos), mi aliento se suspendió, deteniendo el tiempo, mientras él se aproximaba sigiloso, de forma inesperada, sus labios reclamaron los míos en un beso furtivo, cuando vino a mi un flashback, fue entonces que, como piezas de un rompecabezas disperso, algunas remembranzas encajaron, mostrándome la historia olvidada....... algunas imágenes, sonidos, regresaba con nitidez al cristal de mi mente, arrastrándome suavemente hacia ellos.
Recuerdos....recuerdos.... rec....
Estábamos saliendo de la clase del profesor que siempre portaba del bastón, cuando noté a Sora enfrascada en una discusión con Vintage, parecía grave, Sora pasó a mi lado, perdida en su furia, sin siquiera mirarme, quise seguirla, entender qué ocurría, pero Vintage me interceptó.
—Escúchame, por favor —sujetándome del brazo con súplica en su voz —Quiero desvanecerme, irme con mi madre, ella ha sufrido inmensamente. Nuestra existencia ha sido un calvario. No sé cómo hemos llegado a este extremo.
—¿A qué te refieres? —pregunté, confundida.
—Mi madre.... era una buena persona, que murió de forma injusta, aunque....realmente.... ese día morimos ambas, si me voy con ella, podrá sentir cuánto la amo. Es un riesgo que estoy dispuesta a asumir, si morimos juntas, al menos no tendremos que seguir huyendo de ella... de esa criatura infame. Quizá ella no me reconozca, pero yo encontraré la forma de hacer que lo haga.
Me impactó que Vintage recordara a su madre con tal claridad, y aún más me desconcertó saber que su madre era la misma entidad siniestra que nos acechaba, algo incomprensible.
—Está bien —asentí, por la solidaridad que me hizo sentir —Te ayudaré. Sólo dime qué tengo que hacer.
—Pero guarda silencio, por favor. Sora no lo aprueba, cree que nos pondrá en peligro. Que sea nuestro secreto.
En el santuario oculto dentro de la cripta, en una búsqueda de información sobre la entidad, entre el caos de antiguos pergaminos dispersos, la mesa y la poca iluminación, hallamos pistas, la frase estaba acuñada con gotas de algún desconocido residuo, con una tonalidad coagulada: “ser víctima de las peores formas de brujería, puede provocar daños tan irreversibles como la muerte”, en ese papel hablaba de rituales para liberar almas corrompidas por demonios.
Nos acercamos a la yacente morada terrenal donde reposaba el cuerpo inerte de su amada madre, a su costado, una lápida con el mismo apellido nos confirmó que estábamos en el punto exacto de sus sepulturas.
—Tengo algo importante que mostrarte —dijo desenvolviendo cuidadosamente una bola de papel arrugado—. Este habla de un árbol especial, si plantamos una de sus ramas, podría crecer y crear un portal para escapar de aquí, serviría para las almas de los difuntos y también para casos como el tuyo.
—¿Dónde podemos encontrarlo?
—Está en alguna parte, cerca de alguno de los cementerios, es un laurel de la India, el inconveniente es que el árbol está muerto, dudo que pueda crecer.
—¿Por qué no lo dijiste antes? —pregunté con impaciencia.
—Lo siento, quería procurar poder ayudarla —dijo con cariño, refiriéndose a su madre con una mirada pérdida.
Eran minutos antes de que su espectro regresara, para codear su insaciable apetito, ella se sentó enésima de la lápida mientras tanto yo trazaba con cuidado el círculo de sal a su alrededor, creando una barrera protectora que la encerraba dentro, procedimos con el ritual, con el pergamino en sus manos, comenzó a invocar a entidades de luz, aunque no estaba del todo segura de las palabras que pronunciaba, en un acto ritualista de consagración, encendió el fuego, una pequeña llama que avivo el incienso, lo colocó a sus pies, dejando que el humo se elevara lentamente envolviendo todo su cuerpo, presenciamos el justo momento donde todo el lugar se heló de golpe, a la par que escalofríos iban y venían erizando asta el dolor una piel espectral, ese instante done la necromancia más arraigada a los abismos de la tierra se manifestaba, yo observaba a su hija acercándose sin titubear por un solo segundo, se fundieron en un nostálgico abrazo, forjándose en una sola pieza, yo estaba petrificada por el miedo, la ánima abrió sus ojos demoníacos y justo en ese instante, madre e hija, aún abrazadas, se esfumaron en un haz de luz blanca, tan intensa que me cegó pero no sin antes notar una silueta que se unía a aquel luminoso abrazo, era Ballet.