La necrópolis de los brujos(terror, thriller, aventura)

Capítulo 12

Posesión:

Sora observaba su tumba, el segundo camposanto, el que desataba una sensación aún más inquietante, amplificada por las macabras estatuillas grotescas y los templos coloridos y deteriorados que contribuían a agravar mi incomodidad junto a los extraños y mal encarados dragones de piedra.

—Fíjate, ahí está mi nombre, aunque entiendo que eso es sólo una etiqueta —dijo ella, apuntando hacia una lápida.

—¿Te llamas Sora o no? —observé su rostro imperturbable.

—Bueno, solía llamarme Sera, Kim Sera —corrigió con calma.

—Entonces, ¿lo recordabas?.

—No, para nada, me inventé un nombre al azar, asumiendo el riesgo de que los maestros me expulsaran del juego.... Necesitaba protegerlos a ustedes, quería demostrarles a esos malditos brujos que también hay almas fuertes e incorruptibles, almas sin miedo a la libertad. —confesó inclinando la cabeza hacia delante, observando de cerca la tumba —No sabía por qué, pero en aquel momento, el nombre Sora me cruzó la mente, ahora comprendo —Hizo una pausa y señaló una tumba cercana volviendo a erguir s postura —aquí yace mi hermana mayor, se llamaba Kim Sora. Tal vez ya es la hermana de alguien más y no me recuerde, puede ser cualquier persona con cualquier nombre o tal vez aún su alma vaga por algún lugar, aunque también puede que se encuentre en la nada esperando su nueva oportunidad, espero que no la malgaste...

—¿Puedes recordar?

—Sí, a ella la recuerdo bien. Me enseñó a manejar la espada, era increíblemente amable, yo, por otro lado, solía ser bastante gruñona.

—Eso no me sorprende —contesté, esbozando una sonrisa, ella sin poder evitar que se le escapase una risita, me dio un golpe juguetón en el hombro.

—¡Ah, mira quién viene! —exclamó, dirigiendo su atención hacia el joven que estaba acercándose.

—Hola de nuevo, hola a la muchacha que una vez conocí y hoy vuelvo a reconocer —dijo él, mirándome con un claro recuerdo en sus ojos.

—Aun no hemos encontrado el árbol —confesó Sera interrumpiendo

—No te preocupes, lo encontraremos —respondió el joven mientras yo arrastraba su nombre a mis labios

—Esteban, he recuperado la memoria, no podía ocultarlo más —confesé mirándolo intensamente a los ojos
—si nos quedamos podemos terminar muriendo, se que aún no he muerto, puedo sentirlo —dije impulsada por todo aquello que me perturbaba.

—Shhh —me acalló Sera con un dedo en los labios, ojeando los alrededores con precaución— Alguien podría oírnos—susurró con una nota de urgencia.

—Tranquila, nadie me ha seguido —aclaró el muchacho — revolviendo entre los archivos que el viejo maestro desaparecido reunió, he dado con una pista.

—Cade, el hombre del bastón, su espíritu está fraccionado aquí, en alguna parte —confesó con una mirada segura.

—Y creo saber dónde hallarlo. ¿Cómo no se me ocurrió antes? —añadió Sera.
Fuimos al refugio, donde sospechábamos estaba lo que buscábamos, el pequeño fragmento del profesor Cade, un ectoplasma infantil que asechaba e intentaba que no encontráramos la forma de escapar.

—Aquí ningún espíritu de tan corta edad debería merodear, pero este, nos acechaba —exclamó Sera, irritada buscándolo por los alrededores.

La presencia del espectro infantil cobraba sentido en ese instante, era Cade, como si una parte de él, la más íntima y frágil, se desgajara deliberadamente para acecharnos. La forma vaporosa del fantasma se deslizaba silenciosamente por el aire, dejando tras de sí un rastro helado que a medida que su presencia se hacía más palpable, podíamos percibir la fragilidad de su existencia fantasmagórica, como si un soplo pudiera disolverlo en la nada.

La silueta del niño se perfiló en el rincón más remoto de la habitación, opuesta al espejo, sus ojos, cuencas vacías y profundas, de donde se marcaban venas palpitantes al relieve de su piel, sin previo aviso, un líquido espeso y oscuro como la brea inicia su descenso desde la eternidad de aquellas órbitas, se filtra lenta y deliberadamente por las comisuras de sus labios, por las fosas nasales, uniendo su corrupción en una corona de lágrimas negras que gotean y convergen bajo su barbilla. Una sombra oscura se deslizó hasta detrás de él, Lubak, se aferraba a los frágiles hombros del niño con garras afiladas, hundió una de estas en las cuencas de los ojos del espectro infantil para deleitarse con el líquido viscoso, su boca curvada en una mueca de satisfacción, sin dejar rastro, la aberración se desvaneció en la penumbra, fue entonces que el espectro del niño se deslizó a través de Esteban atravesándolo mientras la imagen de Lubak se evaporaba, el joven cae, como un títere cuyos hilos han sido cortados abrupta y cruelmente con su conciencia arrebatada.

Lubak se encontraba frente a mí, lo suficientemente cerca como para sentir su fétidas exhalaciones, un aliento que me despertaba una repulsión intensa, entonces, aquel a quien recordaba como un cachorro, incomprensiblemente ya no lo era, pues ante mis ojos se había transformado en un perro plenamente crecido, con una estatura imponente y una presencia aterradora, con energía se lanzó hacia el demonio, sus ojos brillaban con un ferocidad, mientras la oscuridad se agitaba en torno a mí, las sombras, con la apariencia de entes malignos, se acercaron a Lubak, acompañándolo de forma tal que parecían una manada de espantosos compinches, el perro fue arrojado con fuerza contra la pared, su cuerpo retumbó al impacto con sequedad, lubak palideció ante la intensidad del dolor que le habían propiciado los colmillos del can, sus gritos eran eclipsados por los sonidos distorsionados que emergían de las sombras, quienes en un principio pensé que eran sus servidoras, lo aturdían como un coro de tenores que anunciaban su canción de muerte, la figura del demonio se desvaneció, dejándonos desconcertados por el horror y la locura extrema que habíamos experimentado en tan breve lapsos de tiempo.

Corrí a socorrer a mi perro, lo observé, paralizada por un momento, su pelaje mojado en sangre, mi mente luchaba por conciliar la tierna reminiscencia de una pequeña bola de pelos con la imponente realidad que ahora se encontraba frente a mí mirándome tumbado, su silueta se esfumó entre mis manos como el humo de un botafumeiro, haciéndome llorar el hecho de no haberme despedido correctamente de el.
Esteban, recobrando sus sentidos, compartiendo las visiones que lo habían asaltado:




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