Resurrección:
Lubak se deslizaba lentamente hacia nosotros como una vibora venenosa a través de la penumbra, extendió sus afiladas manos hacia mí, luchábamos por subir, hasta que sus garras se cerraron con fuerza alrededor de mi pierna, provocando en mi un grito de terror, Esteban forcejeaba frenéticamente para liberarme, pero la fuerza de Lubak era brutal, justo cuando creí que mis pesadillas se volvían realidad y estaba a punto de ser arrastrada hacia el abismo, Kufiyak emergió de la de blancura humeante, a su lado, mi fiel amigo peludo, la luna brillaba de manera intensa sobre el pelaje negro de Onix, quien con una metamorfosis se transformó de manera inquietante, las extremidades se alargaban como licántropo, volviéndose esbeltas, su pelaje adquiere un brillo dorado, sus dulces ojos se tornan profundos y penetrantes, su nariz se alarga puntiaguda, mutando en la imponente figura espectral de Anubis, dios del inframundo, híbrido señor de la muerte de las tierras del medio oriente, su presencia era avasalladora, convocando a las almas inquietas de la necrópolis a su favor, como ejercito estas se movían alrededor de el, su mirada penetrante se clavó en Lubak, sometiéndolo con una furia desmesurada, obligándolo a enfrentar un juicio divino por sus atrocidades, invocando el poder de los dioses para castigar al demonio con una sentencia eterna, un portal astral se abrió de repente ante nuestros ojos aterrados y sin titubear, Anubis arrojó a Lubak hacia su destino indescifrable, la presencia divina se desvaneció lentamente disipándose, dejándonos con una sensación de asombro y gratitud, Kufiyak, ahora tranquila y serena, nos brindó una sonrisa fugaz pero cargada de significado antes de desaparecer en la oscuridad.
Con nuestras almas empapadas por el agua bendita de los cielos, ascendimos hasta la cima de la escalera, con un sentimiento angustiante que te traía a la idea del miedo a lo desconocido, pero nuestro ímpetu fue más audaz, al llegar a la cúspide encontramos la mesa de piedra cubierta de líquenes, donde solo reposaban nuestros anillos, los tomamos y los deslizamos en nuestros dedos, justo cuando Sera, con una expresión de dicha en su rostro, nos dio las gracias en un ahogado susurro, en ese instante, el cielo se despejó abruptamente, al encontrarme con mi última visión: la figura de mi amiga se fundió en una silueta uniforme de luz, el estado real del alma, un capullo aún más luminoso la envolvió antes de desaparecer por completo, dejando tras de sí una estela de deslumbrante resplandor, justo en ese momento, un rayo aterrador estalló contra mí y Esteban, rompiendo el silencio con un estruendo ensordecedor.
Habíamos vuelto a nuestros cuerpos casi inertes, solos en la amplia nada, mi piel era testigo del aguacero que empezaba a amainar y la luna llena suspendía en lo alto, dándonos la bienvenida. Confundida, extendí mis manos hacia ella en un vaivén incierto, mis dedos palpaban el aire, ahí estaban, extrañas extremidades llenas de vida. (¿Respiro?) mi pecho se eleva vivo, llenando mis pulmones de aire y colmando mi ser con intensas ganas de vivir, sentí que a pesar de estar viva no pertenecía a esa dimensión tan confusa en la que estábamos.
El príncipe Buda me observa con ojos serenos, tan inmutable como las estatuas del cementerio, había una montaña singular formada por una interminable sucesión de lápidas apiladas y amontonadas unas sobre otras, cada una de estas parece sostener la memoria de un alma perdida en la eternidad y justo cuando la duda me secreteaba ilusiones, a unos metros contemplé a Esteban yacía en el suelo, me arrastré hacia él y alcé su cabeza, depositándola sobre mi regazo, implorando a sus ojos que se abrieran.
—¡Esteban! —clamé, y fui testigo de su regreso a la vida. Nos levantamos y lo abrasé con emoción, una figura borrosa surgió entre la bruma pasando por encima de un yin yang pintado en el suelo, acercándose con lentitud en su silla de ruedas.
—Perdón, jóvenes, comenzó el anciano con voz trémula, su bastón temblaba entre sus manos carnosas —¿Dónde estamos? No recuerdo quién soy, ni qué hago aquí.... Creo que me he perdido...
—Las últimas palabras se ahogaron en las lágrimas de las gotas de lluvia que lavaban su rostro.
Esteban respondió, tomando el bastón de Cade y quebrándolo por la mitad antes de lanzar los fragmentos hacia los matorrales.
—¿Por que lo has roto? —preguntó el anciano desconcertado.
—Solo era una rama inservible, no era un bastón.
—¿Recuerda su nombre? —le pregunté, ofreciéndole una mano.
—No, se me ha olvidado —murmuró.
—Ven con nosotros. Este lugar puede ser peligroso. Le ayudaremos a encontrar su hogar.
De repente un rabo de nube en el cielo se formo, por detrás de aquella capilla en la colina y comenzó a decender por encima de de los montículos de lapidas trayendo con sigo un fuerte lluvia, creando una cortina de humo al chocar contra el pavimento empolvado, desde la distancia se materializaba un sonido familiar, la caja de música giraba inexplicablemente en el aire cuando presenciamos que todo a nuestro alrededor era succionado por ella, tal y como si todo en estas dimensiones fuera un tapis estrujado, absorbidos despertamos nuevamente, solo el cementerio, nosotros y aquel maldito grial con líquido de oscuridad...