El amanecer se filtraba entre las cortinas de la habitación de Gabriella, bañando de luz suave su rostro. No había dormido casi nada. Las palabras de su padre resonaban sin cesar en su cabeza: “Ustedes dos estarán comprometidos.” Se sentó en la cama, con el cabello ligeramente despeinado y una mezcla de frustración y confusión en el pecho.
—No pienso casarme con él… jamás. –murmuró con rabia contenida. Después de un baño rápido, se vistió con su impecable uniforme y bajó las escaleras. Pero al llegar al comedor, se quedó paralizada. Ahí estaba él. Matthew Grinford. Sentado frente a la mesa, con el mismo aire arrogante de siempre, desayunando como si estuviera en su propia casa. Su mirada se cruzó con la de ella, y una sonrisa ladeada apareció en su rostro.
—Vaya, qué coincidencia verte tan temprano. –dijo con un tono que mezclaba burla y fastidio. Gabriella apretó los dientes.
—No comiences, Matthew. No estoy de humor.
—Tranquila, tampoco estoy encantado de desayunar contigo. –respondió él, levantando su taza de café. Ella tomó asiento sin responder, tratando de mantener la compostura mientras sus padres y los de él conversaban alegremente sobre los planes futuros, como si nada fuera del otro mundo.
—Deberían ir juntos a la Academia hoy –comentó la madre de Gabriella con una sonrisa amable. —Así comienzan a llevarse mejor.
—¿Qué? –exclamaron los dos.
El padre de Matthew soltó una breve carcajada. —Vamos, no es tan terrible. Es solo un viaje corto. Gabriella suspiró con resignación, cruzándose de brazos.
—Perfecto. Un viaje corto… con el sujeto más insoportable del planeta.
—El sentimiento es mutuo. –replicó Matthew, con una sonrisa burlona.
El trayecto en la limusina fue un suplicio. Ninguno de los dos hablaba; solo se escuchaba el ruido suave del motor y el tictac del reloj del vehículo. Gabriella miraba por la ventana, intentando ignorar su presencia, mientras Matthew jugaba distraídamente con el anillo que llevaba en una cadena alrededor del cuello. Por momentos, la tensión era tan densa que parecía cortarse con el aire.
—¿Vas a seguir ignorándome todo el camino? –preguntó de pronto él, con una media sonrisa.
—Sí. Es la única forma de sobrevivir a este viaje. –respondió sin apartar la vista del cristal.
—Además, parece que hoy té levantaste para hablar hasta por los codos.
—¿Eso crees? –Pregunto Matthew, un poco fastidiado.
—Definitivamente.–replicó burlándose un poco. Por un instante, sus miradas se encontraron en el reflejo de la ventana. Ninguno habló más, pero el silencio estaba lleno de tensión contenida.
Al llegar a la Academia, ambos bajaron casi al mismo tiempo, fingiendo indiferencia. Pero los murmullos no se hicieron esperar; varios estudiantes los vieron llegar juntos y comenzaron a especular.
Una chica cualquiera, de segundo curso, observó desde la entrada con sus amigas y soltó un comentario que resonó entre los pasillos:
—¿Gabriella y Matthew…llegando juntos?
Gabriella lo escuchó y bufó, apretando el paso. —Genial, justo lo que me faltaba, chismes.
—Tranquila, Gabriella. –dijo Matthew, divertido. —No querrás que piensen que me odias tanto.
—Matthew, cállate. –respondió con voz baja pero cortante.
Él sonrió, disfrutando cada reacción suya. Pero cuando Gabriella se alejó, algo en su pecho se tensó. La vio caminar con la cabeza en alto, su cabello cayendo como una cascada dorada sobre el uniforme, y se descubrió mirándola más de lo que debería.
Negó con la cabeza, molesto consigo mismo. —No empieces con eso, Matthew… –susurró.
Durante la primera clase, Gabriella intentó concentrarse, pero no podía dejar de pensar en todo lo ocurrido. Sentía enojo, confusión… y algo más que no quería nombrar. Cada vez que volteaba, lo veía sentado unas filas más atrás, mirándola con esa expresión seria que a veces ocultaba algo distinto.
Cuando sonó la campana, Hikari se acercó a ella con curiosidad.
—Gabriella, ¿por qué llegaste con Matthew esta mañana? Todos estaban hablando de eso.
Gabriella suspiró, recostando la cabeza en el pupitre.
—No fue mi elección. Nuestros padres… –bajó la voz —decidieron comprometernos.
Hikari abrió los ojos, asombrada. —¿Comprometidos? ¿Tú y él?
—Sí, y créeme, estoy tan horrorizada como tú –dijo Gabriella con fastidio.
—Fue un acuerdo entre nuestras familias para “unir fuerzas”, o algo así.
—Eso suena tan injusto… –murmuró Hikari.
Gabriella asintió, cruzando los brazos. —Y no pienso aceptarlo. No dejaré que decidan mi vida.
En el receso, Matthew se había refugiado bajo un árbol, disfrutando del silencio y del aire fresco. No estaba comiendo ni haciendo nada en particular; solo observaba a los demás pasar con su habitual expresión distante.
Ivy se le acercó con una sonrisa ligera, jugueteando con su mochila entre las manos. —Hola, Matthew. ¿Puedo acompañarte un momento?
—Haz lo que quieras. –respondió él sin levantar la vista. Ella se sentó a su lado, cruzando las piernas con curiosidad.
—Todos estaban hablando de ti y Gabriella esta mañana. Dicen que llegaron juntos. ¿Es cierto?
Matthew la miró con frialdad, sin ningún interés en responder. —¿Y eso en qué te importa?
Ivy parpadeó, un poco incómoda. —Solo tenía curiosidad, no quise—
—Pues deja de ser tan entrometida. –la interrumpió con voz seca. —No todo lo que oyes necesita una explicación.
Ivy se quedó en silencio, bajando la mirada. Después de unos segundos, se levantó lentamente. —Recorde que tenía que hacer algunas cosas. –se alejó sin decir más.
Matthew suspiró, recostándose contra el tronco. Su mirada vagó por el patio hasta detenerse, sin quererlo, en Gabriella. Ella estaba hablando con Hikari, riendo de algo que su amiga había dicho. Por un instante, se quedó observándola, sin entender por qué no podía apartar la vista. Luego negó con la cabeza y murmuró: