La Niebla de Hollowridge

Capitulo 1- El regreso

El tren se detuvo con un chirrido metálico que rompió el silencio de la tarde. Hollowridge emergía entre la niebla como un recuerdo cubierto de polvo. Elara descendió del vagón con la sensación de estar caminando dentro de un sueño que no le pertenecía. La estación, pequeña y olvidada, estaba tan vacía como la recordaba. Solo el viento parecía esperarla.

Habían pasado doce años desde la última vez que pisó el pueblo. Entonces era una niña asustada que huía de las campanas que sonaban en la noche. Ahora regresaba convertida en mujer, aunque la misma inquietud reptaba bajo su piel. Su abuela, la última de la familia Ravenscroft, había muerto semanas atrás, dejándole en herencia la vieja casa en la colina norte. Nadie más en Hollowridge la reclamó.

El camino hacia la colina estaba flanqueado por árboles retorcidos. Elara avanzaba despacio, sintiendo cómo la neblina le rozaba los tobillos, casi viva. Las casas parecían observarla desde sus ventanas empañadas. Algunas luces se apagaban cuando pasaba. En el aire había un olor a madera húmeda, a cera y a flores marchitas.

Al llegar, la casa la recibió en silencio. Era una construcción imponente, de piedra oscura y tejado empinado, cubierta de hiedra. Las ventanas tenían cortinas pesadas y la puerta principal, al abrirse, exhaló un aire helado. Dentro, el polvo flotaba como ceniza suspendida en un rayo de luz. Cada mueble parecía esperarla desde hacía siglos.

Sobre la chimenea del salón, un retrato llamó su atención. Representaba a un hombre de rostro pálido, vestido de negro, con una mirada tan intensa que parecía seguirla incluso cuando desviaba los ojos. Pero lo que la estremeció no fue su expresión, sino algo imposible de ignorar: los ojos del retrato eran iguales a los suyos.

Elara retrocedió un paso, intentando recordar si su abuela alguna vez le había hablado de aquel hombre. Nada. Ni una historia, ni un nombre. Solo un silencio obstinado que ahora cobraba forma ante ella.

Esa noche, mientras la casa crujía bajo el viento, intentó dormir en la habitación principal. El reloj del pasillo dio las doce. Y entonces, desde la distancia, una campana resonó.
Una sola vez.
Profunda.
Solitaria.

Elara se incorporó sobresaltada. Recordó que el campanario del pueblo llevaba años cerrado.

Al asomarse por la ventana, vio cómo la niebla subía desde el valle, cubriendo poco a poco el cementerio. Y, por un instante que apenas se atrevió a creer real, distinguió una figura inmóvil entre las lápidas, mirando hacia la colina.

El viento apagó la vela.

La campana volvió a sonar.



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En el texto hay: misterio, thriller, suspense

Editado: 07.10.2025

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