El mundo no terminó con un estruendo, sino con un susurro gélido.
Hace trescientos años, Veridia fue el pináculo de la magia y la nobleza. Sus castillos, bañados por el sol, albergaban caballeros de honor y magos de gran poder. Se creía que el corazón de Veridia, el Pacto de las Tres Familias, era irrompible.
Pero la fe es la primera en pudrirse. El pacto fue roto no por demonios del exterior, sino por la codicia de un Rey.
Cuando el Juramento se desvaneció, el mundo de Veridia respondió.
Una masa espectral y fría—la Niebla—se levantó de los pantanos antiguos, arrastrándose sin cesar sobre los campos y pueblos. Esta no era una niebla de agua; era una condena mágica que se alimentaba de la desesperación y el arrepentimiento.
Los muertos no permanecían quietos, y los vivos aprendieron que los peores monstruos no tenían garras, sino coronas y túnicas.
La Iglesia falló. La nobleza se escondió. La única solución que encontró el reino fue la desesperación: contratar.
Así nacieron los Guardabosques de Contrato: hombres y mujeres cínicos, desterrados de la sociedad, cuya única moral era la moneda. Ellos mataban a los ghouls, a los wights y a las bestias que la Niebla engendraba, no por la salvación de Veridia, sino por el precio de una hogaza de pan o un trago de vino.
Esta es la historia de Kaelen, uno de esos hombres. Un cazador cuya cicatriz en el rostro era el menor de sus daños. Él juró no amar, no confiar y nunca luchar por el honor. Él juró que solo viviría para sí mismo.
Pero la Niebla tiene una forma retorcida de recordar los juramentos rotos. Y en el corazón de un secreto noble y corrupto, Kaelen estaba a punto de descubrir que a veces, el precio de un contrato es mucho más alto que el precio de diez monedas de plata.
El juego no era sobre matar monstruos. Era sobre elegir a qué monstruo servirías.