I. El Olor a Muerte y Monedas.
El reino de Veridia no olía a reyes ni a flores, sino a muerte, ceniza y miedo. El olor era más fuerte en el pueblo de Oakhaven, donde la Niebla—una masa sobrenatural, fría y gris que se arrastraba desde los pantanos—había reclamado otra vida.
Kaelen, un hombre que no se ganaba la vida con la fe ni el honor, sino con el filo de su espada, se sentó en la única taberna que aún servía cerveza tibia. Kaelen no era un caballero, sino un Guardabosque de Contrato: un cazador de monstruos a sueldo. Su cabello era largo y sucio, su rostro cruzado por una cicatriz que le recordaba que la lealtad solo te traía dolor, y sus ojos eran de un azul helado, cansados de ver demasiados horrores.
—Cinco monedas de plata por el Ghoul que acecha el molino. —dijo el posadero, temblando.
—Diez. —replicó Kaelen, sin mirarlo—. El Ghoul es un cadáver devorado por la Niebla. Se alimenta de la pena, y ustedes tienen mucha. Exige un precio más alto.
—¡Es un robo, Kaelen! ¡El gremio paga cinco!
—El gremio quiere héroes. Yo soy un cínico. Diez, y se lo quito de la Niebla. Cinco, y se lo queda ella. —Kaelen terminó su cerveza.
El posadero, derrotado, asintió. Diez monedas de plata. Kaelen vivía en un mundo donde el mal era la única constante, y el dinero, la única variable.
II. La Misión Sucia.
Kaelen se dirigió al molino, con su espada de acero valyrio (un regalo de un mago que nunca debió haber conocido) a la espalda. La Niebla de Veridia no era natural. Era una enfermedad mágica que transformaba a los muertos en monstruos que reflejaban sus peores miedos.
En el molino, el aire era más frío. Kaelen encontró el rastro: un rastro de baba y tierra revuelta. El Ghoul estaba aquí.
No era un Ghoul común. Este monstruo gemía, con una voz delgada y femenina, que le recordó a Kaelen a su propia hermana, perdida hace años.
Kaelen vio a la criatura: un cuerpo delgado y deforme, sus ojos inyectados en sangre y su boca llena de dientes afilados. El Ghoul estaba arrodillado junto a un pequeño santuario, mordiendo un medallón de plata..
Kaelen levantó su espada, listo para el golpe final.
—Morirás en el dolor, monstruo, y yo conseguiré mis diez monedas.
Pero justo cuando iba a cortar, el Ghoul se giró hacia él. Sus ojos, a pesar de la locura, brillaron con una lágrima cristalina. Y la criatura balbuceó una sola palabra:
—...Papá.
Kaelen se detuvo. Los Ghouls no hablan. Y no lloran.
III. El Secreto del Noble.
Kaelen bajó la espada. El medallón que el Ghoul mordía no era un juguete, era el sello de la Casa Blackwood, uno de los nobles más ricos y poderosos de Veridia.
Este Ghoul no era una víctima anónima de la Plaga; era la hija del Duque Blackwood, desaparecida una semana antes, que ahora se había transformado en un monstruo.
Kaelen entendió la verdad fría: el posadero no quería cazar a un Ghoul, quería encubrir un escándalo. Si el Duque Blackwood supiera que su hija se había convertido en una criatura de la Niebla, y que un cazador a sueldo lo sabía, la vida de Kaelen no valdría ni las diez monedas. Kaelen miró a la criatura.
—Diez monedas no valen el precio de este secreto. Pero un Ducado entero sí.
Kaelen no mató al Ghoul. En su lugar, rompió un par de cadenas oxidadas y la encadenó, murmurando para sí:
—No soy un héroe, solo un cazador. Pero un Duque que esconde un Ghoul en su molino esconde algo más grande que la Niebla. Y yo voy a encontrarlo.