Beatriz deambula por su apartamento con una bata de baño cubriendo su cuerpo, y su cabello envuelto en una toalla. Observa la ventana y nota que aún no amanece por lo que tendría tiempo de descansar un poco más; si tan solo pudiera conciliar el sueño.
Tuerce un poco la boca al encender la televisión y no encontrar nada bueno que ver, tantos canales y tan poco buen contenido. Desanimada, apaga el televisor y decide mejor terminar de vestirse para esperar la mañana ya lista. Una vez terminando de vestirse, se sirve una taza de café mientras toma su teléfono y lo revisa, no ha recibido ningún mensaje o llamada de Jared y eso la angustia un poco, ¿y si algo anda mal?, no puede evitar tener un mal presentimiento, por lo cual decide insistir y volver a marcar.
—Cariño... Estoy algo ocupado ahora— responde una voz ronca del otro lado de la línea, antes de colgar la llamada.
Extrañada, observa fijamente el teléfono, como si quisiera poder adivinar qué ocurre a través de la pantalla de este. Alguien toca su puerta causando que se sobresalte, dejando caer tanto el teléfono como la taza de café.
— ¡Demonios!— exclama mientras se pone a cuclillas para recoger los trozos de la taza.
La puerta es golpeada con más intensidad, lo cual le causa un fuerte dolor de cabeza. Desesperada por acallar los golpes en la puerta, decide mejor recoger los trozos luego de atender a la persona que toca insistentemente.
— ¡Un momento!— grita mientras avanza hacia la puerta soltando pequeños gemidos al sentir el frío suelo entrar en contacto con la planta de sus pies descalzos.
Cuando está a punto de tomar la perilla, su teléfono comienza a sonar. Frunce el ceño, pero no puede evitar que su corazón bombeé con fuerza al pensar en que posiblemente Jared quiera disculparse por colgar la llamada o darle alguna mala noticia al explicar porqué colgó.
Tres golpes fuertes sobre la puerta hacen que se sobresalte nuevamente separándose de esta con algo de temor ¿Y si todo tiene relación? ¿Y qué tal si Jared les avisó lo que ocurrió a ellos antes para que le informarán?, de ser así, la pregunta más importante sería: ¿Qué ocurrió? ¿Le habrá pasado algo a su hija?
Pensar aquello último hace que su cuerpo entero se estremezca y antes de darse cuenta se encuentra abriendo la puerta de golpe, topándose directamente con la claridad de la luz del sol, que, para su sorpresa, ya está en un punto alto.
—¿Hola?— inquiere confundida al notar un par de hombres desconocidos frente a su puerta.
***
Rachell suspira profundo mientras observa el cuerpo inerte acostado sobre la cama. Abatida por los buenos recuerdos junto a esa persona, camina de un lado a otro tratando de acallar esa voz que le sugiere desistir de su misión, la cual ya debería estar cumplida desde hace algunas horas, pero en su lugar, se aferra a la idea de que quizás, solo quizás, no sea necesario llegar a esos extremos. Un gemido de dolor seguido de incesantes quejidos la hacen frenar en seco, observa fijamente la pared vacía, no necesita voltear para darse cuenta de que está a punto de despertar.
—Oh, maldición— lo escucha jadear—. D-Dónde... ¿Dónde estoy?— cuestiona desconcertado. Su voz se escucha adormilada, influida aún por el alcohol ingerido el día anterior.
Rachell suspira profundamente buscando en su interior el valor para enfrentar a esa persona que siempre estuvo a su lado, y en este momento está a punto de traicionar.
—Mi cabeza— se queja el individuo en la cama mientras intenta incorporarse sin ningún éxito—. ¿Qué?
—Marcus...— susurra con voz suave mientras se gira en su dirección y lentamente se acerca a la cama.
— ¿Rachell?, ¿Qué haces aquí?... ¿Dónde estoy?— pregunta desorientado.
—Estás en casa— le habla con suavidad—. ¿Cómo te sientes?
—Me duele la cabeza— jadea mientras intenta guiar sus manos hacia esta, sin conseguirlo—. ¿Por qué estoy esposado a la cama?— cuestiona confundido mientras busca la mirada azuleja de la mujer, pero ella evita la suya.
—Bueno...— muerde su labio, pensando, mientras avanza hacia la mesa de noche ubicada al costado de la cama—. Querías practicar sadomasoquismo.
—¡¿Qué?!— exclama alterado, lo cual incrementa su dolor de cabeza—. Ah, no...— frunce el rostro mientras se remueve impaciente en la cama.
Rachell muerde su labio, nerviosa, mientras sujeta el vaso con agua entre sus manos temblorosas. Eso es todo, solo debe darle de beber agua con una dosis de CIANURO, 300 mgr de sales que podrían matarlo en quince minutos.
— ¿Tienes sed?— cuestiona mientras se gira hacia él.
—Sí— traga saliva—. Tengo la garganta seca— comenta, para luego observar a su alrededor sin poder ubicarse aún—. ¿Tuvimos sexo?— cuestiona sin poder creer todavía en lo que cuenta su acompañante.
—No— responde seca—. Te quedaste dormido.
— ¿Y optaste por dejarme las esposas?— inquiere arqueando una ceja—. Siento las manos entumecidas; y me duelen mucho.
Rachell lo observa fijamente. Siente que actúa extraño, como si no recordara nada de lo ocurrido. Sin despegar la mirada del hombre atado a la cama, deposita el vaso nuevamente sobre la mesa antes de avanzar hacia él con las llaves de las esposas.
Luego de liberar su mano derecha, siente pereza de caminar hacia el otro extremo para liberar la izquierda. Por lo que decide mejor subirse a la cama y sentarse sobre el estómago de Marcus, quien gime de dolor al sentir el peso.
—Lamento no haberte desatado, me quedé dormida— miente.
Marcus asiente con la cabeza mientras alza ambas manos hacia arriba, para luego bajarlas a sus costados para permitir que su sangre circule de manera normal.
—De verdad me sorprende que no recuerdes nada de lo ocurrido anoche— comenta, aún sentada sobre su estómago—. Aunque la verdad no me sorprende mucho. Porque estabas muy ebrio.
Editado: 29.08.2020