Beatriz avanza por los pasillos de su empresa, distraída del resto del mundo ya que su total atención la obtienen los papeles en sus manos, intenta interpretarlos, quiere descifrar cuál es el problema que ataca a su compañía, pero no encuentra nada. Sus empleados la observan expectantes, girándose en sus asientos para observarla cada vez que pasa por sus cubículos u oficinas. Nadie puede negar que la jefa se ve estresada, comenzando por el hecho de que la mujer ahora mismo porta su típico vestuario que consta de una falda ceñida al cuerpo, delineando sus curvas, con una blusa formal de tela fina color verde acqua... pero, casualmente la mujer porta unas zapatillas negras en lugar de sus típicos tacones punta de aguja; su cabello, aunque se encuentra en un moño alto, luce muy desordenado con pequeñas hebras cayendo sobre su rostro extrañamente pálido. Es muy notable que algo le ocurre.
—Beatriz, si tan mal te sientes no debiste venir a la empresa, estás angustiando a los empleados—comenta Rachell frunciendo ligeramente el ceño mientras ingresa tras ella a su oficina.
La mujer no le presta atención mientras se encamina hacia su escritorio para posteriormente sentarse en su silla, se siente realmente agotada, pero tiene mucho que hacer como para quedarse en casa a descansar.
—Rachell, ¿Me traes un descafeinado con algunas donas?, no me dio tiempo de almorzar en casa —pide mientras revuelve más papeles sobre su escritorio—. Y no estoy enferma, me siento perfectamente.
—Beatriz, no te avergüences de enfermar, las personas normales enferman— comenta Rachell mientras se acerca al escritorio de su amiga—. Además, no te traeré café y donas, es pasado el mediodía. Te traeré alguna rica ensalada de frutas con leche condensada. Lo disfrutaras más.
—De paso tráeme un helado de vainilla con chispas de chocolate, otro de fresa y otro de chocolate y menta.
—Guau, estás muy antojada hoy ¿No? ¿Tienes idea de cuantas calorías contiene todo eso?
—No es para mí, Rachell, es para mamá, se quedó a cuidar a las niñas. Y también para las niñas obviamente.
—Bien, veré que puedo hacer— asegura mientras se retira de la oficina luego de anotar el pedido.
Beatriz suspira profundo mientras se recarga en su silla de escritorio, muerde su labio inferior nerviosa ante las complicaciones que ha sentido últimamente, le duelen demasiado sus pies y ni hablar del calambre que siente en sus extremidades. Definitivamente el estrés la matará si no encuentra una solución lo más antes posible.
—Hola, cariño— saluda Jared, mientras ingresa en la oficina—. Supuse que aún no almuerzas porque eres muy terca, así que te traje una ensalada, tiene tus verduras favoritas.
—Aww, gracias amor— responde la mujer contenta mientras se incorpora en su asiento—. Estoy muy hambrienta.
—Y estresada también— comenta y deposita la bandeja sobre el escritorio para luego posarse tras ella y masajear sus hombros.
Beatriz no lo duda dos veces antes de comenzar a comer de la apetitosa ensalada, realmente se siente hambrienta, y disfruta del relajante mansaje que su esposo le da. El teléfono comienza a sonar, interrumpiendo su momento perfecto. Frunce el ceño antes de inclinarse sobre el escritorio para alcanzar el aparato.
—Sí, Johnson habla... Oh, no, lamentablemente aún no tengo noticias, pero descuide, cualquier cosa les aviso o en cualquier cosa que pueda ayudar, no duden en hacérmelo saber. Muy bien— cuelga la llamada y se recarga en su escritorio suspirando pesadamente, mientras acaricia su sien.
— ¿Ocurre algo?— cuestiona curioso mientras se inclina hacia ella para besar su mejilla.
—Los señores Cooper aún no tienen noticia de Rose, cariño han pasado cuatro días y nadie tiene idea de dónde pueda estar.
Las cejas del hombre se elevan con sorpresa al mismo tiempo siente que se asfixia con su propia saliva, comienza a toser intentando calmar la terrible sensación. Beatriz lo observa horrorizada mientras se pone de pie, indicándole que debe sentarse en la silla para calmarse.
— ¿Estás bien?— cuestiona con angustia.
—Sí, solo me atore un poco— responde jadeante. Tose un par de veces intentando calmar el ardor en su garganta y bebe un poco del agua que le entrega su angustiada esposa—. Amor, no te preocupes, estoy seguro que pronto encontrarán a Rose— le habla con suavidad una vez que se calma del todo.
Beatriz asiente con la cabeza, rogando que el cielo lo escuche y puedan encontrar pronto a la chica, conoce a Rose desde que solo era una pequeña de diez años, y le preocupa en gran manera que algo le haya pasado.
—Estoy agotada— comenta, se sienta en su regazo y recuesta su cabeza en el hombro de su esposo.
—Lo sé, amor— responde mientras le envuelve en sus brazos—. Por eso quiero pedirte que me acompañes.
Beatriz frunce el ceño mientras se incorpora y gira su cabeza hacia él para observarlo.
— ¿De qué me hablas?
—Salgamos de vacaciones, será una semana. Alejémonos de todo este ambiente pesado y disfrutemos de unos días en la playa— esboza una pequeña sonrisa persuasiva—. Anímate, llevo años de no verte en un bikini.
—Tonto— murmura, y suelta una media risa—. Sabes que te acompañaría hasta el fin del mundo, cielo— la sonrisa en su rostro se va desvaneciendo lentamente—. Pero, no lo haré sin mi hija.
Jared resopla, y rueda los ojos desviando su mirada hacia la ventana, mientras Beatriz suspira profundo y se pone de pie para luego sentarse a horcajadas sobre él; sujeta su mentón y lo obliga a verla a los ojos.
—Le prometí jamás volver a irme sin ella, no romperé esa promesa.
—Bien, hay que llevarla con nosotros, supongo que no conoce la playa— se alza de hombros mientras envuelve la cintura de la mujer con sus brazos y la presiona con fuerza contra su cuerpo hundiendo su nariz en el espacio entre su cuello y hombro.
—Cariño, estamos en la oficina— murmura Beatriz un tanto incómoda.
Editado: 29.08.2020