El hombre vestido de traje avanza por los fríos pasillos que conducen a la morgue; junto a él, sus fieles guardaespaldas avanzan con pasos firmes, de igual manera el hombre de tez morena que les ha dado la noticia. Al ingresar en la fría habitación, los guardaespaldas y el espía deciden quedarse junto a la puerta, dándole privacidad al joven que avanza hacia una camilla ubicada en el centro de la habitación, en donde se encuentra un cuerpo cubierto con una sábana color azul cielo.
—Señor Arnett— se limita a decir el hombre vestido de blanco, como saludo.
Joseph no le responde nada, solamente mantiene su mirada fija en el cuerpo sobre la camilla. Su semblante es frio y duro, tanto que el médico forense no se atreve a decirle nada más, y simple y sencillamente procede a apartar la sábana azul del rostro del difunto. El hombre arquea una ceja, alza la mirada hacia el médico por cuestión de segundos y luego la vuelve hacia el cuerpo en la camilla. Pensó que bromeaban, realmente pensó que encontraría un rostro distinto. Pero no, efectivamente es su hermano el que se encuentra en esa camilla.
Sus ojos cerrados, se cabello castaño desordenado, y la palidez en su rostro es lo primero que Joseph nota. Su corazón se encoge en su pecho al mismo tiempo que sus manos se cierran en puños y su rostro se enrojece de enojo, no, enojo es muy poco; siente ira, mucha ira.
— ¡Arzú!— grita el nombre del espía con una voz tan grave que retumba en toda la estancia.
El hombre atiende rápidamente al llamado, y se acerca a la camilla hasta posarse junto a Joseph, observa fijamente el cadáver de Jared y cierra los ojos con fuerza, suspirando. De alguna u otra forme le duele ver al hombre en ese estado, lleva años siguiéndole los pasos, días y noches de estar en vigilia; ya le guardaba un poco de cariño.
— ¿Cómo permitiste que ocurriera esto?— cuestiona Joseph, con voz áspera, mientras dirige su mirada griseada hacia el hombre, observándolo con mucha ira.
—No entiendo su pregunta, señor— expresa el hombre, mientras se gira hacia él y lo observa también—. Mi deber era vigilarlo, y cumplí mi misión. Ingresé en la mansión antes que la policía comenzara su investigación y encontré esto— dice mientras toma su mochila y saca de ella un portafolio—. Esto fue lo que causó la muerte de su hermano.
Los guardaespaldas se observan entre sí, sin necesidad de hablar, ya cada uno sabe lo que el otro piensa. El médico forense, quien se encuentra de pie frente a ellos, del otro lado de la camilla, estira el cuello hacia el portafolio, como si al hacerlo pudiera ver su contenido.
—El único culpable de la muerte de su hermano, es usted.
El hombre permanece frente a Joseph, con el mentón arriba. No muestra ninguna pizca de arrepentimiento por sus palabras. Joseph lo observa fijamente, en su rostro no se muestra ninguna emoción, lo único que lo delata es el color rojizo que posee y el que sus ojos grises estén tintados de rojo.
En un arranque de ira se abalanza hacia el hombre, quien es más bajo que él. Enrolla su brazo alrededor de su cuello y lo presiona con fuerza. El médico forense intenta retroceder, pero tropieza con sus pies y cae al suelo gritando, realmente asustado por lo que observa.
Arzú estruja las mangas del saco de Joseph, intentando apartarlo de su cuello al mismo tiempo que siente cómo comienza a perder el oxígeno en su cuerpo, pero no consigue librarse de Joseph, quien sin ningún problema alza su mano libre hacia la mesa en donde se encuentran las herramientas del médico forense, toma un bisturí y lo inserta con fuerza en su cuello, lo retira con brusquedad y nuevamente repite la acción. La sangre comienza a brotar con abundancia de la herida, manchando la mano de Joseph y parte de su ropa ya que aún lo mantiene pegado a su cuerpo, hasta que el hombre deja de forcejear, hasta que el hombre queda sin vida.
Joseph empuja el cuerpo del hombre lejos del suyo y éste cae de lleno al suelo con un sonido hueco, el médico forense lo observa con terror mientras continúa gritando a todo pulmón al notar los ojos del occiso mirarlo fijamente. No es la primera vez que ve a una persona muerta, eso es obvio, pero sí es la primera vez que mira cómo la persona pierde la vida frente a sus ojos.
— ¿Dónde está Beatriz? —pregunta mientras observa con desprecio al hombre que yace en el suelo.
—Está detenida— le informa Jasón o JD, el guardaespaldas.
—Bien, JD, investiga quién es el juez encargado de ese caso. Estaré presente en ese juicio —ordena mientras gira su mirada griseada hacia el hombre de ojos esmeraldas; este asiente con la cabeza— Y tú, Joshua, encárgate de buscar a la niña, no importa lo que hagas, encuéntrala lo más pronto posible, asesina a quien se oponga y llévala fuera de la ciudad, a mi casa— frunce el ceño ligeramente—. Que tu madre se encargue de ella en mi ausencia.
—Sí, señor— responde mientras se retira de la habitación tan pronto como las palabras abandonan sus labios.
Jasón, por su parte permanece de pie observando al rubio fijamente mientras éste, ignorando totalmente al forense, se acerca al cadáver de su hermano y lo observa con detenimiento. JD tuerce un poco la boca, y luego se gira sobre su eje para retirarse él también de la habitación, seguido por el forense, quien huye de la escena, consciente de que lo mejor para él será callar mientras piensa seriamente en lo que se ha metido.
Una vez solo en la habitación, Joseph continua con la mirada puesta en su hermano, observando con detenimiento cada una de sus facciones, su rostro se ve relajado. No parece haber luchado contra la muerte.
—Eres un idiota— farfulla observándolo con mucho enojo—. Sé lo que hiciste, ella jamás habría podido contigo— su semblante permanece frío, pero su respiración comienza a agitarse, intenta no lucir afectado, pero le es imposible cuando sus ojos se cristalizan y una lagrima traicionera se resbala por sus mejillas—. Cometiste otro error, idiota. Ahora ella pagará las consecuencias.
Editado: 29.08.2020