La Niña Del Orfanato

Capítulo 50

Es increíble cómo la vida puede cambiar de un momento a otro; ya puede ser para bien, o para mal. Algunas personas con suerte se ganan la lotería y salen de la miseria, mientras otras de un momento a otro pierden todo lo que poseen.

Siempre debes dar gracias por todo; hay personas que la pasan mucho peor.

¿Mucho peor que ella? No lo cree, la verdad le parece injusto que una niña tan pequeña deba pasar por tantas desgracias en su vida. Eso en definitiva no es justo.

—Usted tiene que acatar las órdenes de su superiora, sor Mary— dice la mujer mientras mantiene su mirada fija en los papeles sobre su escritorio, sin observar a la otra—. Ya no tiene fiebre, ahora reintégrela a la habitación de las niñas.

—Madre superiora— responde la monja arrastrando las palabras—. Katy aún no está bien, está muy afectada por los recientes sucesos; no come, no duerme, tiene pesadillas, y temo que su salud empeore.

—Basta ya, sor Mary, en este lugar no se cometerán los mismos errores que antes. Ningún niño tendrá un trato preferencial. ¿Cuántos niños de los que hay aquí no han pasado por cosas peores? Les he oído gritar y llorar en las noches y a ninguno de ellos se les ha sacado de su habitación… Katy no será la excepción.

—Pero, madre superiora.

—No se diga más sobre el tema. No más comida a la habitación ni tratos especiales.

Sor Mary suspira con cansancio, sabe que es inútil discutir con sor Edith; en dos años ha aprendido a mejor callar ante la incompetencia de la mujer. Sin responder más, se retira de la oficina y se dirige hacia su habitación; lo que encuentra no le sorprende, pero sí hace que su corazón se encoja en su pecho.

Katy se encuentra de pie frente a la ventana, observando hacia afuera. La niña aún lleva puesto un vestido de pijama como el de las demás niñas: blanco y largo hasta los tobillos y mangas largas, y su castaño cabello largo suelto.

—Todavía no te has duchado— comenta la mujer con voz suave mientras se adentra en la estancia. Una vez junto a la niña, se pone de cuclillas y toma su mano intentando ganar su atención—. Katy, esta noche dormirás con el resto de las niñas.

La niña desvía su mirada hacia ella, y un puchero se apodera de sus labios. Ella no quiere volver a las habitaciones junto a los demás niños, ella quiere irse a casa, o ir a casa de Benjamín. Se pregunta porqué el niño no ha regresado a visitarla como prometió, o su madre, ella dijo que vendría atrás, y tampoco ha llegado.

—Quiero irme a casa— se limita a responder mientras vuelve su mirada hacia la ventana, con un brillo de tristeza en sus ojos.

—Lo sé, cariño, pero por ahora no puedes, ¿sabes lo que ocurrió con tu madre verdad?

—Mi mamá, Beatriz, se metió en problemas por mi culpa, no debí decirle que el señor Jared me golpeaba— dice la niña con voz temblorosa—. Se pelearon por mi culpa.

—No, no, cariño.

—La madre superiora murió por mi culpa, y mi mami también— las lágrimas ruedan por sus mejillas—. Solo espero que la señora Sasha y Benjamín estén bien, dijeron que vendrían a verme.

Sor Mary tuerce un poco la boca con tristeza mientras envuelve a la niña en un tierno abrazo, intentando consolarla. Si por ella fuera, mantendría a esa pobre creatura bajo su cuidado las veinticuatro horas, y no la dejaría sola ni un segundo. Si pudiera, le quitaría ese dolor y asumiría ella todas las consecuencias del mismo.

Pero no puede.

Katy avanza a paso lento, cruzando la sala de juegos, arrastrando una pequeña silla para sentarse frente a la ventana. Sor Mary y otras monjas la observan fijamente, es como si el tiempo hubiera retrocedido dos años y medio, y la niña volviera a su estado de aquel entonces, en el que no hablaba con nadie y solo permanecía sentada frente a la ventana a la espera de su madre.

Las monjas no pueden estar de pie en el lugar toda la tarde, tienen que volver a sus quehaceres, por lo que todas se retiran del lugar, dejando a los niños a solas.

—Miren quién volvió— se escucha una voz infantil que Katy reconoce a la perfección. El niño que intentó cortar el cabello de su… su muñeca.

Sus cejas de fruncen ligeramente al mismo tiempo que un puchero se apodera de sus labios. Extraña su muñeca, y a sus cachorros, se pregunta cómo estarán.

—Oye niña fea— dice el menor mientras lanza una bola de papel a la cabeza de Katy. Al no obtener respuesta por parte de la niña, frunce el ceño con molestia—. Volviste aquí, tienes muy mala suerte, una mamá prostituta y la otra asesina.

Katy amplía los ojos con sorpresa mientras gira su cabeza en dirección al niño, observándolo con confusión.

— ¿No lo sabias?— inquiere el mayor con burla al notar el desconcierto en el rostro de la menor—. Tu mamá era una mujer mala, que salía con hombres por dinero.

—Eso no es cierto— responde Katy frunciendo el ceño.

— ¡Sí lo es!

Todos los niños a su alrededor dejan de hacer lo que están haciendo y se giran en dirección al niño que intenta provocar a la otra.

Katy presiona los labios con fuerza mientras se cruza de brazos y vuelve su mirada hacia la ventana. Su mami no era una mujer mala, ella no era lo que ese niño decía, su mamá Beatriz, o Sor Mary se lo hubieran dicho. ¿O no? Su labio inferior comienza a temblar y antes de poder contener las lágrimas, estas comienzan a rodar por sus mejillas. Se abraza a sí misma mientras llora desconsoladamente bajo la mirada confusa de todos los presentes, inclusive del niño de doce años que pensó que ella lo volvería a atacar, pero no.

—Ya no sigan molestando y vuelvan a sus cosas— se escucha una voz infantil muy autoritaria.

Katy sorbe su nariz mientras gira su cabeza en dirección a la dueña de la voz, y observa a través de un paño de lágrimas que nublan sus ojos, a una niña de unos once años que avanza en su dirección. Limpia sus lágrimas con las mangas de su camisa y observa nuevamente a la niña, amplía un poco los ojos cuando la nota cojear, es ahí, cuando la reconoce.



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En el texto hay: drama, amor familiar, orfanato

Editado: 29.08.2020

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