¡Se busca!
Joseph Arnett, acusado de asesinar a Walter Arnett y a Rose Cooper.
Es extremadamente peligroso, en caso de verlo, debes comunicarlo rápidamente a la policía.
El joven frunce ligeramente el ceño mientras estruja el papel entre sus manos, sintiéndose realmente furioso. Ni siquiera supieron redactar bien la nota; parece una burla. Se siente realmente molesto y ofendido a la vez, no puede creer que esa mujer a la que alguna vez llamó madre se atreviera a denunciarlo.
—Esta vez fuiste muy lejos, Arnett— dice el jefe de policía a través de la bocina del teléfono celular—. Estás acusado de asesinar a Rose Cooper.
—Ni siquiera sé quién es ella— responde bufando.
—Esta vez, cometiste el error de asesinar a una chica de la alta sociedad, sus padres no descansarán hasta encontrarte.
Joseph frunce el ceño, ¿cómo su madre ha sabido de esto? No, en definitiva, su madre no ha interpuesto esta denuncia, aunque, por lo de su padre supone que sí ha tenido que ver. Pero la principal de eso debe ser ella, Beatriz.
—Esta vez, no te podré ayudar. Estás fichado, si viajas, no puede ser en los aeropuertos de la ciudad porque estarán pendientes de ti… ya no puedo hacer nada, lo siento Arnett.
—No, yo lo siento por ti— responde el joven.
Permanece unos segundos más al teléfono, disfrutando de la incertidumbre que ha causado en el hombre, quien no deja de preguntarle a qué se refiere, hasta que escucha el sonido hueco que provoca su cuerpo, estrellándose contra en suelo. Lo disfruta, disfruta escucharlo quejarse del otro lado de la línea hasta que luego de un disparo la llamada queda fuera del aire.
— ¿Y ahora qué hará?— cuestiona Jasón arqueando una ceja.
—Necesito drogas, y a una chica— responde con voz seca, mientras observa a la nada—. ¡Vayan ahora!
Ambos guardaespaldas se observan entre sí, antes de retirarse rápidamente para ir a cumplir los deseos del jefe, rogando al cielo que la chica que encuentren no tenga parientes que vivan de ella, ya que sospechan que no volverá a ellos con vida. Joseph lanza el periódico lejos de él; se siente realmente irritado, frustrado, enojado. Beatriz se ha metido con la familia equivocada. Esto, en definitiva, no se lo dejará pasar.
—Te gustan mucho esos dulces.
—Sí, también son los favoritos de mi mamá.
Escucha las voces de Megan y Katy, quienes acaban de regresar del supermercado. Enarca una ceja, realmente creyó que estarían más tiempo afuera. Permanece sentado en su silla, escuchando a la niña reír desde la cocina. Beatriz quiere recuperarla, esa es la razón por la que fastidia tanto… le dará una lección.
Se pone de pie con brusquedad y avanza hacia la cocina a grandes zancadas; al ingresar, la mujer y la niña dejan de empacar las cosas para observarlo un tanto confundidas.
— ¿Se le ofrece algo, señor Arnett?— cuestiona la mujer nerviosa al ver la expresión en el rostro del hombre.
—De ti no, Megan— responde seco, mientras acorta el espacio entre ellos—. Tú, ven conmigo.
Sin permitirle quejarse, Joseph sujeta a la niña del brazo y tira de ella, obligándola a bajar del banco en el que se encuentra de pie para alcanzar el mesón. Katy suelta un chillido de dolor, antes de frenar en seco intentando oponerse.
— ¡Tío, suéltame!— grita la niña asustada.
—Señor Arnett, la lastima.
—Tú, no te metas— señala a la mujer con advertencia—. Y tú, ven conmigo, a tu mamá le encantaría recibir algo de ti, tal vez un dedo o una oreja.
Megan amplía los ojos con horror al comprender lo que Joseph planea hacer. No quiere ni imaginar el dolor que sentirá la pequeña si le permite hacerle daño.
— ¡No! No quiero, suéltame— solloza la niña mientras golpea el brazo de Joseph con su mano libre, intentando conseguir que la libere—. Usted es malo, como su hermano.
—¡¡Cierra la maldita boca!!— grita exasperado, tira con fuerza del brazo de la niña y la saca arrastras de la cocina para dirigirse hacia las gradas. Está frustrado, no sólo no ha conseguido lo que tanto deseaba de la menor, ella le ha resultado peor que un puntapié en la entrepierna—. Hoy conocerás lo que es el dolor real.
—Señor Arnett, por favor, se lo suplico— pide Megan, mientras corre tras él—. Es una niña, tenga piedad.
— ¡Que no te entrometas he dicho!
—Déjela ir, ¡no sea bestia!
La mujer toma su brazo, con el que mantiene sujeta a la niña, y tira de él en un absurdo intento por conseguir que la suelte. Joseph presiona los dientes con fuerza, sintiéndose realmente furioso ante el arrebato de la mujer. Suelta el brazo de la niña y con la misma mano le propina una fuerte bofetada a la mujer que la hace perder el equilibrio. Megan amplía los ojos al sentirse caer, intenta sujetarse de algo, pero no lo consigue y tropieza hasta que cae contra la pared, recibiendo un fuerte golpe en la cabeza que hace crujir su cuello.
— ¡Megan!— grita Joseph, alzando su mano hacia ella con la intención de sujetarla, pero ya es muy tarde.
El golpe ha sido demasiado fuerte y la mujer que yace en el suelo inconsciente comienza a perder sangre por el golpe en su cabeza.
— ¿Megan?— solloza la niña, mientras se pone de pie e intenta ir hacia ella. Pero Joseph la detiene.
—Vete a tu cuarto…
—¡¡Megan!!— grita la niña horrorizada y rompe en llanto.
— ¡No te repetiré que te vayas a tu habitación!— grita alterado, mientras sujeta el brazo de la niña y la empuja—. ¡Maldición, obedece!
***
El médico avanza por los pasillos del hospital a pasos apresurados, bajo la mirada curiosa de cada persona que se cruza en su camino. Esto, debido a que la expresión en su rostro puede contagiar su preocupación a cualquiera.
Editado: 29.08.2020