La Niña Del Orfanato

Capítulo 1

Un año atrás

Cae la noche y es la hora de que los niños duerman luego de un día agitado, ya listos todos, se reúnen una última vez en el día para decir sus oraciones. La madre superiora permanece de pie frente a los niños, mientras que las otras seis monjas se encuentran a los lados, luego de indicarles que cierren los ojos e inclinen sus rostros… la oración comienza.

Ángel de mi guarda,
dulce compañía,
no me desampares,
ni de noche ni de día,
no me dejes solo, que me perdería,
hasta que me pongas, en paz y alegría,
con todos los santos, Jesús y María,
te doy el corazón y el alma mía
que son más tuyos que míos.
Amen.

—Bien niños, suban de descansar— ordena la anciana luego de terminar la oración.

Luego de que las luces son apagadas y de que las monjas se retiraran a sus aposentos, en el orfanato se escucha un pequeño sonido proveniente de la puerta principal, la cual es abierta cuidadosamente para no provocar mucho ruido. La persona que ingresa a la vivienda, lleva sus zapatos en sus manos, mientras sube las viejas gradas de madera que chirrean al sentir su peso; al llegar a la planta alta, se dirige por los pasillos hacia las habitaciones de las niñas, consiente de cuál es la busca.

— ¡Mami! —exclama la niña con emoción mientras se incorpora en la cama.

Al fin llega, lleva horas esperando su llegada con ansias. La mujer sonríe igual de contenta mientras se acerca a la cama, la escasez de luz les impide ver con claridad, pero ambas ya están acostumbradas a ello. La mujer arriba hasta donde su hija, y la abraza con ternura mientras le recuerda que debe hacer el menor ruido posible.

Con cuidado de no incomodarla en la pequeña cama, se acomoda en una esquina para que la niña pueda acurrucarse a ella, deposita tiernos besos en su frente y luego acaricia su cabello con ternura, la niña le pide que cante una canción, como lo hace todas las noches; la misma canción de todas las noches, su favorita.

A la nanita nana nanita ella nanita ella

Mi niña tiene sueno bendito sea, bendito sea

Fuentecita que corre clara y sonora

Ruiseñor que en la selva cantando llora

Calla mientras la cuna se balancea

A la nanita nana, nanita ella

—Quiero que descanses, mi niña hermosa— le susurra mientras acaricia su mejilla, para luego depositarle un tierno beso en la misma.

—Mami, ¿te quedarás a dormir conmigo? —pregunta dibujando un tierno puchero con sus labios, intentando persuadirla.

—No bebé, mami se tiene que ir, debe trabajar —dice acariciando su cabello—. Tú, solo duerme y sueña, yo mañana regresaré a cantarte para dormir.

—Te amo, Mami —le dice sonriendo antes de recostar su cabeza en su pecho para luego bostezar.

Lentamente la pequeña se va quedando profundamente dormida. La mujer sonríe enternecida mientras la observa sujetar su muñeca con fuerza, sabe que ella no duerme sin que le canten y sin esa muñeca. Entorna sus ojos mientras observa su reloj de manos; a pesar de la escaza luz, logra visualizar la hora: diez y treinta cinco de la noche. Dirige nuevamente su mirada hacia su hija y las lágrimas se acumulan en sus ojos de solo pensar en que tiene que irse nuevamente, sin ella.

Súbita, se pone de pie, besa la frente de su hija y la cubre con una manta antes de salir de la habitación, cuidando con todas sus fuerzas no provocar ningún ruido para no asustar a los moradores del orfanato. Aunque esa acción resulta casi inútil.

—Tú haces que ella no se acostumbre a este lugar.

Escucha una voz, una vez que sus pies descalzos tocan el suelo de la planta baja. Su cuerpo entero se estremece y rápidamente gira su cabeza en dirección de donde ella cree que pudo venir la voz, pero no logra ver nada más que las paredes, hasta que una luz se enciende y del umbral de la cocina se asoma una mujer vestida con una bata de color melón.

—Madre superiora— saluda a la chica, inclinando la cabeza en forma de respeto hacia la mujer frente a ella.

—Katherine, dime qué es lo vamos a hacer contigo y con tu hija, los niños que vienen aquí son para ser adoptados en algún momento— comenta levemente mientras se acerca un poco a ella.

La chica amplía los ojos y un escalofrío recorre su cuerpo al escuchar esas palabras, el solo pensamiento de que den a su hija en adopción la horroriza.

—Por favor madre superiora, solo le pido tiempo, prometo que conseguiré un trabajo mejor y la llevaré a vivir conmigo. Por favor— suplica juntando sus manos en forma de ruego.

La anciana suelta un suspiro antes de verla detenidamente, obviamente ella no está en condiciones de criar a esa niña, no tiene ni siquiera un lugar para poder vivir.

—Eres muy joven Katherine, tu trabajo es muy peligroso... Solo mírate —dice señalándole algunos de los moretones que ella posee en su brazo—. ¿No crees que sería mejor permitir a personas que no pueden tener hijos que la críen y le den un buen hogar?

Sus ojos se cristalizan ante la pregunta, tal vez sea un poco egoísta de su parte, pero no quiere que su hija le diga mamá a otra. Es su hija, su pequeña a la que ama con toda el alma. No quiere perderla, ella es todo lo que tiene.

—No puedo dejarla ir— solloza y las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas. Suelta un jadeo mientras limpia su rostro con brusquedad, sintiéndose realmente avergonzada.

La mujer la observa fijamente, intentando comprenderla; pero sin ningún éxito, amar a una persona representa buscar siempre lo mejor para ella, aunque al hacerlo representase mucho dolor.

— ¿Ya comiste algo?

—No tengo hambre, solo vine a cantarle para que pueda dormir, ahora debo irme —se despide con la mano, mientras abre la puerta—. Gracias por cuidarla—dice sonriendo con tristeza antes de salir cerrando la puerta tras ella.



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En el texto hay: drama, amor familiar, orfanato

Editado: 29.08.2020

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