La noche comienza a tornarse cada vez más fría, la mujer continúa su camino hacia el orfanato con su pequeña hija en brazos, quien para ese momento, luego de que su madre repitiera su canción favorita casi la mitad del camino, ha quedado profundamente dormida.
Al llegar a la residencia, el guardia de seguridad se pone de pie para abrir el portón de rejas negras que chirrea cada vez que se mueve, la chica agradece con una pequeña sonrisa nerviosa mientras ingresa a la propiedad, en donde de brazos cruzados se encuentran tres monjas en la puerta principal, acompañadas por la madre superiora; realmente tardaron en darse cuenta de que la pequeña había desaparecido, fue hasta que una de ellas fue a supervisarlas de camino al baño y se enteró de la ausencia.
Cuando la imagen de la chica llega a su campo de visión con esa vestimenta y la niña en brazos, las monjas fruncen el ceño, observándola con desprecio y reproche al pensar que ella se había llevado a la pequeña. La madre superiora suspira de alivio y ordena a las monjas llevarse la niña para así poder hablar a solas con la mujer. El cuerpo de Katherine se estremece mientras abraza con fuerza a su hija y besa su cabello antes de depositarla en los brazos de una de las monjas de tez morena.
— ¿Qué ocurrió? —pregunta la anciana arqueando una ceja mientras la observa fijamente.
La chica permanece sentada en la isla de la cocina, intentando recuperar el aliento luego de que había olvidado como se respiraba desde que vio a su hija en la calle a altas horas de la madrugada.
—No vine a cantarle, así que fue a buscarme, me asusté mucho cuando la vi— dice mientras toma el vaso de agua y lo lleva a su boca con dificultad, ya que sus manos aún tiemblan.
—Le ordenaré al guardia estar más pendiente, así ella no ira a molestar— informa la anciana mientras se posa frente a ella del otro lado del mesón y la observa fijamente.
Katherine mantiene su mirada puesta en el vaso alojado en sus manos temblorosas que reposan sobre el mesón. De pronto un sollozo traicionero se escapa de sus labios mientras cierra los ojos con fuerza tratando de detener las lágrimas que se desbordan de sus ojos.
—Ella no es una molestia, es mi bebé—dice entre llanto, siente que su corazón se rompe con cada palabra que sale de su boca.
—Lo siento, no quise decirlo así— se disculpa—. Bueno de hoy en adelante cuidaremos que no se escape.
La chica asiente con la cabeza por miedo a que su voz se quiebre si responde con palabras, el dolor en su pecho se intensifica a medida que piensa cuál es su situación actual. Se siente terrible, se siente la peor de las mamás y es porque sabe que lo es. Las otras mamás no tienen que dejar a sus hijas en un orfanato, y peor aún trabajar en las calles de noche.
— ¿Ya comiste algo? —pregunta la anciana observando con pesar a la chica frente a ella.
Realmente la chica se ve terrible, tiene unas ojeras muy marcadas y parece haber bajado mucho de peso. Su cabello rubio se ve tan reseco y sin brillo, sus manos tan delgadas y frágiles, pareciera que en cualquier momento sufriría un colapso total.
—No tengo hambre— asegura haciendo un gesto, con la intención de ponerse de pie.
Pero justamente en ese momento, el estómago de la chica decide desmentirla y comienza a rugir con mucha intensidad. Claro que si tiene hambre, no ha comido nada en todo el día.
—Te prepararé un emparedado— anuncia la madre superiora mientras se voltea hacia la alacena y saca el pan junto a los otros ingredientes.
La chica permanece con la mirada baja, mientras continúa sujetando el vaso de cristal medio vacío, gira su cabeza en dirección al umbral que da hacia salida, su corazón se acelera mientras trata de reprimir su deseo de dirigirse a las habitaciones de las niñas, tomar a la suya e irse de ese lugar, irse de esa ciudad, irse muy lejos a un lugar en el que solo sean ellas dos.
—Tengo miedo— susurra al mismo tiempo que las lágrimas comienzan a correr por sus mejillas y su cuerpo a temblar.
La madre superiora deja lo que está haciendo y se voltea para observarla, frunce el ceño al notar lo alterada que muestra la chica, algo la atormenta y cree saber que es, pero necesita que ella se lo diga, tiene que decirlo y buscar ayuda. ¡Ah, pero que testaruda! Ella cree que puede hacerlo todo sola, y la verdad es que hasta la persona más fuerte tiene su punto de quiebre.
— ¿Quieres hablarlo?
—Temo no ser capaz de cuidarla, hay personas muy malas en mi mundo y lo último que quiero es que algo malo le pase— no puede contenerse y rompe en llanto desconsoladamente, mientras cubre su boca con su mano para acallar sus alaridos de dolor.
La madre superiora se conmueve mucho, no es la primera vez que trata con este tipo de madre y sabe lo duro que es para ellas desprenderse de un ser tan amado, ninguna madre podrá dejar atrás a sus hijos, jamás.
— ¿Y qué harás? —cuestiona con voz suave mientras avanza hacia ella rodeando el mesón, y la envuelve en un abrazo consolador que ella le corresponde sin pensarlo dos veces.
—No quiero hacerlo, no quiero renunciar a ella— solloza, mientras habla con mucha sinceridad.
La madre superiora sonríe con tristeza, dando por sentada su teoría. Katherine es una buena madre, o por lo menos eso intenta ser. Acaricia con ternura el cabello rubio de la mujer, antes de apartarse lentamente, dándole el tiempo para tranquilizarse antes de entregarle el emparedado.
— Come—ordena con voz suave mientras coloca el plato frente a ella.
Katherine observa el emparedado de jamón por cuestión de segundos, siente como su estómago ruge y su boca se hace agua por el deseo de saborearlo. Lo toma del plato con mucha vergüenza. Eso es de los niños del orfanato, no debería aceptarlo.
La madre superiora asiente con la cabeza, indicándole que está bien, ella tuerce un poco la boca mientras dirige el emparedado hacia su boca y sin pensarlo tanto, le da una pequeña mordida. El delicioso sabor del pan, con el jamón, el queso y la lechuga combinado inunda su paladar. Comienza a degustar el bocadillo, disfrutando cada mordida. ¿Cuándo fue la última vez que comió algo tan simple y tan delicioso como un emparedado? Ya ni lo recuerda. Y aunque es consciente de que muestra demasiada necesidad, más que la que quería mostrar, no es algo puede evitar.
Editado: 29.08.2020