La Niña Del Orfanato

Capítulo 4

La niña corre por las calles que llevan al orfanato, está exhausta y siente que casi no puede respirar, tiene que obedecer el mandato sin razón de su madre. Corre y corre hasta que ya no puede más. Se sienta sobre el asfalto mientras respira entrecortadamente, su cuerpo está cubierto de sudor y su cabello molesto se pega en su frente, siente su cuerpo pesado y de pronto el frio la abraza. Lo único que desea es poder recostarse en su cama y abrazar su muñeca mientras espera a su madre. Pero entonces recuerda que olvidó su muñeca, y ya no siente la fuerza como para poder regresar. Ojalá su mami se la regrese al volver.

— ¡Oigan!, ¡veo algo allí!

Comienza a escuchar voces cerca, reconoce claramente la voz de una de las monjas, Sor Mary. Los pasos continúan acercándose, la niña lucha con sus pocas fuerzas para poder ponerse de pie, le prometió a la madre superiora no salir, sabe que la mujer estará muy molesta con ella. Ya de pie, flexiona sus pequeñas rodillas posando sus manos sobre estas para intentar sostenerse, el frio en su cuerpo aumenta y sus dientes comienzan a castañear.

— ¡Katy!, bendito sea Dios— escucha la voz de la madre superiora y levanta la mirada para observar a la mujer frente a ella—. ¡Me prometiste que no saldrías!— reprocha la mujer muy alterada.

La niña la observa directamente con arrepentimiento a los ojos, mientras continúa dando bocanadas en un intento de calmar su respiración entrecortada. Su cuerpo entero tiembla de frio, se abraza a sí misma intentando darse calor, su vista se torna borrosa y siente que todo a su alrededor comienza a dar vueltas, la voz de la mujer comienza a tornarse amortiguada y distante, impidiendo que pueda comprender lo que ella le dice. La madre superiora nota la reacción de la niña, con suma preocupación da un paso hacia ella extendiendo sus brazos justo en el momento en el que la niña se desvanece por completo.

— ¡Madre superiora!, ¡madre superiora!

Los incesantes gritos del guardia de seguridad llegan a los oídos de la mujer, el hombre se muestra muy exhausto, las palabras de su boca salen entrecortadas y su rostro se encuentra pálido. La mujer sabe que algo anda mal desde que lo divisa a la distancia, observa a la niña, inconsciente en sus brazos, y rápidamente se dirige hacia una de las monjas cercana a ella.

—Sor Mary, lleve a la niña adentro— ordena entregando la niña en brazos de la monja, quien no escatima en darse prisa y llevarla en dirección al orfanato para atenderla.

— ¡Madre superiora! — repite el hombre jadeando, se detiene y flexiona sus rodillas, mientras trata de recuperar el aliento.

— ¿Qué ocurrió Marcel? — pregunta la mujer angustiada.

—Hay una... mujer, una mujer asesinada, es la mujer que siempre se escabullía aquí para ver a su hija.

El corazón de la madre superiora da un brinco al escucharlo, sus ojos se amplían de manera exagerada mientras guía una de sus manos temblorosas hacia su pecho intentado calmar los fuertes latidos de su corazón. La noticia le afecta más de lo esperado, sus ojos se cristalizan mientras niega repetidas veces con la cabeza.

— ¿E-Estas seguro de que era ella? — pregunta con angustia mientras sus manos se cierran en puños con impotencia.

—No pude acercarme al cadáver, la policía estaba en camino y no quería que me involucraran, pero la vi, su cabello rubio y además encontré esto cerca de allí, se lo he visto a la niña siempre— dice extendiendo la muñeca en sus manos.

—G-Gracias Marcel. Responde la mujer mientras trata de contener sus emociones y no lucir afectada.

Toma la muñeca entre sus manos temblorosas y se voltea para dirigirse nuevamente hacia el edificio. Al ingresar, sube lentamente las escaleras, tan lento como su viejo cuerpo la obliga a hacerlo, hasta que llega a la habitación en donde se encuentra la niña. Entra con cuidado de no hacer ruido alguno y se sienta en el borde de la cama, observando a la niña profundamente dormida. No puede evitar sentir pena por ella, tan pequeña y perder a su mamá en esa situación, no se lo desearía a nadie. Con cuidado de no despertarla, coloca la muñeca debajo de su brazo mientras acariciaba su cabello.

Las lágrimas se desbordan de sus ojos mientras solloza casi inaudiblemente. Ella se lo dijo, Katherine, debió haberse alejado de ese mundo. Pero la pobre chica de verdad deseaba conseguir dinero para llevarse a su hija a vivir con ella. ¿Quién podría juzgarla? Nadie comprende lo que es el amor de madre, más que una madre. Dios les otorgó a las madres un don: la fuerza de voluntad, con la que no se dan por vencidas. Las madres hacen lo que sea por sus hijos, aunque eso les cueste la vida.

Tras retirarse de la habitación de los niños, la madre superiora se dirige hacia su oficina. Tiene mucho en qué pensar, incluyendo en cómo hacer para recuperar el certificado de Katy del lugar en el que Kath vivía, se suponía que la chica los llevaría. No tienen ningún solo documento, Kath se negaba a entregarlos por miedo a que decidieran dar a su hija en adopción, no hay segundo nombre ni apellido, ir al registro de las personas tampoco sería una opción, no hay segundo nombre ni apellido de la madre… La niña será, solo Katy.

— ¿Madre superiora, es verdad lo de esa mujer?

Sin tocar la puerta, ni pedir permiso para pasar, un grupo de monjas guiadas por sor Edith ingresan a la oficina, entre murmullos y quejas, el grupo ya había conseguido información gracias a Marcel, pero, aun así, tenían que discutir el tema.

—Me temo que sí— responde la mujer con expresión triste en su rostro, sintiendo un gran pesar por la chica.

—Pff, se los dije, sabía que algo así pasaría, esa mujer era una cualquiera— comenta sor Edith volviéndose hacia el resto de monjas tras ella—. Sabía que Dios la castigaría.

— ¡No aceptaré ningún comentario cruel e inhumano sobre esa pobre alma de Dios, que lo único que quería era proteger a su hija!



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En el texto hay: drama, amor familiar, orfanato

Editado: 29.08.2020

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