La mujer abre lentamente la puerta, procurando no asustar a la niña mientras se introduce en la habitación y camina a paso lento hacia la cama. La pequeña no se mueve, solamente permanece en la misma posición, pareciendo estar en estado vegetal.
—Cariño...— le habla con voz suave para no asustarla mientras se sienta en el borde de la cama, que chilla al sentir su peso, pero ni aún así consigue que ella se mueva. El miedo la invade, ¿Y si la niña no despierta?, ¿y si está muerta? La sola idea la aterra.
Asustada, se inclina hacia la niña y con mucho cuidado la gira, dejándola boca arriba. Lo primero que nota, es su temperatura alta y su cuerpo bañado en sudor; tiene fiebre y parece estar demasiado alta. La niña está pálida y sus labios parecen papel de tanta blancura al igual que se respiración es entrecortada y dificultosa.
La niña trata de abrir los ojos, pero no tiene la fuerza suficiente, intenta hablar, pero su voz no pasa de ser débiles susurros.
—¿Ma…má? —balbucea débilmente, mientras una pequeña lágrima se desliza por su mejilla.
El corazón de la mujer se encoge en su pecho, ¿Cómo alguien puede ser tan cruel, como para tener a una niña en estas condiciones, una niña... una niña que cualquier mujer, al igual que ella, quería? Una niña por la que ella mataría por ser su madre, por ser la mujer que la lleve a la escuela, le haga la cena, le peine el cabello. Por ser la mujer a la que esa niña ame con todas sus fuerzas ¿Qué no daría por que una niña le salude todas las mañanas con esa frase que, para algunos hoy en día es insignificante, pero para ella, significa todo… "Mamá". La frase más hermosa que existe.
No se da cuenta de que está llorando hasta que una lágrima cae sobre la mejilla de la niña, rápidamente la abraza apretando su delgado cuerpo contra su pecho. Queriendo quitarle toda su enfermedad con ese abrazo, queriendo que todo se le pase a ella para que la niña esté bien.
Toma su pequeño cuerpo y lo envuelve con una manta, la carga en brazos y se apresura para sacarla de aquella habitación. Rápidamente se dirige a las escaleras y baja con cuidado de no lastimarla.
Al llegar a la plata baja, sus trabajadores, quienes juegan con los niños, al igual que el resto de las monjas se detiene a observarla, la vista de todos viaja desde su rostro manchado en lágrimas, hasta lo que lleva en brazos. Todos fruncen el ceño en confusión.
Las monjas, al percatarse de quién se trata, se ponen de pie con la intensión de acercarse. Pero, la mirada de enfado y amargura que la mujer les dedica las hace desistir de sus intenciones; y solo se limitan a bajar la mirada apenadas.
—Alex, acompáñame, los demás quédense aquí— ordena con la voz temblorosa mientras avanza hacia la puerta sin siquiera despedirse.
Alex, el chofer, corre tras ella. Tras salir del enorme portón del orfanato, se apresura a abrir la puerta trasera del auto para que la mujer pueda ingresar, antes de subirse en el asiento del piloto para encender el auto. Pero entonces, la puerta trasera del auto se abre y una figura delgada entra al auto.
—Rachell, ¿qué haces aquí? Te dije que te quedarás con los niños— reclama la señora Johnson molesta mientras gira la cabeza en su dirección.
—Beatriz, ¿A dónde vas? ¿A quién traes allí? ¡Te espero hace horas!, había un par de niñas que quería mostrarte— replica sin prestarle atención a la situación.
—Señora Johnson, ¿A dónde vamos? —cuestiona Alex mientras conduce hacia la carretera principal.
—A casa, Alex —responde rápidamente abrazando la niña a su pecho con más fuerza—. Está ardiendo... hay que darse prisa.
— ¿Por qué no la llevamos al hospital?— pregunta Rachell frunciendo el ceño—. Y, aparte, ¿quién es?
—Es una niña, no sé su nombre… además, tengo un médico privado que puede atenderla en casa sin necesidad de ir al hospital en donde comenzaran a hacer un montón de preguntas estúpidas en lugar de atenderla… cada minuto cuenta— expresa alterada—. Llama a Marcus ahora mismo para que llegue pronto a casa— ordena sin apartar la mirada de la niña en sus brazos.
—Bien, ahora mismo lo haré— contesta resignado.
Al llegar a la mansión Johnson's. Alex corre rápidamente a abrir la puerta del auto, Rachell sale primero y extiende los brazos hacia la señora Johnson con la intensión de ayudarla con la niña, pero ella se niega y se las ingenia para salir del auto con la niña en brazos.
Luego de cruzar el portón que separa la calle de su propiedad, la mujer ingresa prácticamente corriendo a la casa. El miedo y la desesperación la invaden y solo se contiene para no entrar en crisis en ese momento.
—¡Beatriz!... He venido lo antes posible— dice el médico mientras se pone de pie al verla.
Su mirada viaja desde el rostro de la mujer, hacia el pequeño cuerpo envuelto en una manta que ella lleva sus brazos.
—Es una niña y está muy enferma, tienes que hacer algo Marcus— dice angustiada mientras suben las gradas para llegar a la habitación que ella había preparado y decorado para su futura hija, ya que era lo que buscaba en el orfanato.
Con mucho cuidado, deposita la niña en la cama y rápidamente el doctor se acerca a examinarla. La señora Johnson se aleja para darle espacio y se posa en el marco de la puerta en donde se encuentra Rachell.
—Está en muy mal estado Beatriz, su presión está muy baja y de milagro tiene un poco de pulso— le informa el doctor.
—Beatriz, aún no entiendo porqué traes a esta niña a tu casa—. Debiste llevarla al hospital. ¿Y ahora qué, tendremos que volver otro día a elegir a la niña que adoptarás?
—Nunca la dejaría en un hospital para que muera, al menos sé que estando Marcus aquí hará hasta lo imposible por ella… no confió en nadie más que en él para tratarla.
Rachell frunce el ceño y rápidamente dirige su mirada azuleja hacia el rostro de la mujer. La expresión en su rostro no le da confianza. Toma su mano y tira de ella para guiarla lo suficientemente lejos como para hablar a solas.
Editado: 29.08.2020