La niña en el espejo

PRIMERA PARTE

En el primer momento en que la pequeña Hannah Grace llegó a Neal’s Yard de la mano de su madre, sintió una horrible sensación revolviéndole el estómago. Las cortinas parecían contener monstruos latosos de aspectos siniestros y ni hablar del olor a madera vieja y putrefacción que desprendían la mayoría de los muebles de la sala y las habitaciones.

La imaginación de los niños es tan pura y creativa incluso cuando no están intentándolo, pero Hannah excedía su capacidad poniendo a prueba siempre la curiosidad. Incluso mientras recorría los extensos pasillos en penumbras, imaginaba que las sombras se desprendían de las paredes o se abalanzaban monstruos de apariencia viscosa y rastreros con largas y afiladas uñas a llenarla de zarpazos.

En sus aventuras tanteando el terreno, halló una habitación pequeña sin amueblar, tan solo un enorme espejo reposaba junto a una ventana con dosel en una penumbra. A los ojos de una niña de seis años aquello debía verse aterrador, inclusive el olor putrefacto se intensificaba en esa habitación.

El olor intenso le picó la nariz y estornudó oyendo seguidamente una risilla juvenil que llamó enteramente a su atención. Hannah no se asustaba con facilidad, y tampoco lo hizo en aquel momento extraño en que la habitación vacía rio de su estornudo.

Entró observándolo todo con ojos de niño, con la imaginación desbordándose en fantasías sobre monstruos ocultos entre las cortinas, y ojos escrupulosos que estaban dentro del espejo.

― ¿Y esta habitación? ―su madre abrió las cortinas, desplazando la luz, dejando caer el polvo de sus telas―. Agh, apesta.

―Mami alguien se ha reído de mí cuando estornudé.

―Tenemos que traer a alguien que vea el estado de la madera, la laca parece lustrada, pero creo que la patinaron sobre moho o algo parecido.

― ¡Mami! ¿Me oíste? Alguien se ha mofado de mí cuando estornudé.

―Sí, te oí ―anunció y su atención pasó al enorme espejo junto a la ventana―. Vaya, es precioso. Tu abuela diría que los espejos de alguien más traen mala suerte, pero yo creo que debe costar una fortuna. Lástima la humedad de esta parte y estas manchas negras.

No es que la madre de Hannah fuese tan distante cuando hablaba con su hija ―restaurar casas podía ser agotador―, lo que sucede es que la pequeña decía muchos disparates a diario. Incluso una vez le habló a su madre de un ser pensante y peludo que vivía bajo su cama y le susurraba durante las noches que no debía dormir.

Dentro de la mente de la pequeña, aquello ocurría con normalidad.

Esa misma noche, en cuanto Hannah estuvo consciente de que su madre estaba dormida; la curiosidad picó una vez más y se entrometió nuevamente entre las sombras para encontrar la habitación del espejo.

¿Miedo? ¿Qué es el miedo para Hannah Grace? La niña de seis años les temía a los insectos, a las cosas viscosas y verdes y a cierto señor que venía periódicamente a verlas a ella y a su madre y acababa huyendo luego de herir a la última.

Sí, Hannah sabía exactamente qué era el miedo y podía calarle hasta los huesos a veces; pero aquella habitación a oscuras, con una ventana pequeña con dosel y un espejo labrado; no representaba ningún temor.

― ¿Hay alguien aquí? ―su dulce voz infantil rellenó el espacio de silencio en la alcoba―. Te escuché antes, no puedes ocultarte de mí. Tal vez de mamá, ella es muy distraída a veces, pero yo soy muy inteligente.

Mientras revisaba en los armarios de pared ennegrecidos y las viejas mantas desdobladas en el interior, Hannah murmuraba bajo intentando llamar la atención del dueño de la risilla.

Le había parecido la de un niño, uno como ella, de voz chillona y aventurera.

Hannah apremió, pero nadie en la habitación contestó, salvo una risilla discontinua proveniente del mismo espejo lacrado. Los ojos de Hannah, tan azules y brillantes estudiaron con cierto recelo el reflejo distorsionado de ella misma en la oscuridad.

Había algo extraño en la forma en que sus ojos la miraban, la curva que tomaba su sonrisa la obligó a darse cuenta que no podía ser su reflejo; ella no estaba sonriendo.

Hannah se asustó retrocediendo un par de pasos ante el reflejo escalofriante de alguien más. Su corazón se agitó velozmente observándose extraña.

La niña ―porque era una pequeña como Hannah―, tenía el cabello suelto, ojos oscuros y llenos de curiosidad y diversión. Vestía tan solo un vestido de pijama blanco y de un calado precioso que bordeaba los pliegues. Hannah también notó que iba descalza.

― ¿Cómo terminaste ahí? ―Preguntó Hannah, a pesar de que su voz sonó un tanto extraña producto de la sorpresa.

La pequeña dentro del espejo, sonrió en una expresión maliciosa y llevó uno de esos dedos a sus labios en un gesto de silencio, observando hacia la puerta de la habitación. Hannah frunció el ceño y también observó la puerta en el momento en que la veía cerrarse por completo.

La oscuridad sumía la habitación completamente, ni siquiera el reflejo de la niña en el espejo concilió observar Hannah; y aunque muchas veces jugó en la oscuridad en su hogar, por primera vez la niña pudo sentir la amenaza de aquello que la rodeaba y no podía ver.

Un fuerte jalón de cabello la arrastró hacia atrás, golpeando su cabeza contra la pared. Mientras su llanto fluía por el dolor y sobaba su cabeza intentando aplacarlo sin éxito; la risilla afloraba entre la oscuridad espesa y amenazadora. Era pausada, como un gorgojo intenso pero chillón; hasta esos momentos Hannah nunca se había sentido tan amenazada por nada que imaginara.

Pero este monstruo de su imaginación era demasiado agresivo; demasiado espantoso para soportar.

A su alrededor solo vio oscuridad, pero pudo oír pasos, golpes machando los muebles y arrojando las cosas del interior, rompiéndolas en pedazos sobre el suelo con un impacto atronador bajo un espantoso y escalofriante gruñido de animal.




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