La niña en el espejo

ÚLTIMA PARTE

Días más tarde el trabajo de la señora Helen estaba acabado. Observó el trasfondo de la decoración impecable y respiró hondo del ambiente fresco y pulcro que se aspiraba finalmente de las paredes.

El hedor putrefacto y maloliente que desprendían al inicio de su estadía había desaparecido sin necesidad de esfuerzo; la laca lustrosa de los pisos y las paredes destacaba con una belleza absoluta y el perfume fresco y dulce se le antojaba delicioso ―pero no era un perfume artificial, hablaba de una fragancia natural, de las toxinas que desprende un ambiente colorido y lleno de vida.

A Helen le recordó mucho a su hogar, a la fragancia infantil y dulce de su hija Hannah.

Sonrió con la última maleta en mano, admirando vanidosamente en secreto su gran trabajo. Estaba a punto de bajar las escaleras cuando la oyó a unas cuantas habitaciones de distancia.

― ¿Mami?

― ¿¡Hannah!? ―Contestó Helen, impaciente por la prisa que tenía de regresar a su hogar. Dejó la maleta a un lado de la escalera y se enfiló en dirección al pasillo de luz tenue―. Hannah, ¿dónde estás? No es momento para juegos, tenemos un taxi que espera afuera, ¿crees que es gratis?

Helen llamó a su hija, revisando habitaciones al azar, hasta que las bisagras de la habitación del ala oeste chirriaron abriéndose dolorosamente lento.

La mujer bufó, consternada y llamó a su hija mientras se acercaba a toda prisa. Al otro lado de la puerta, la misma habitación vacía y pequeña relucía el único objeto atractivo que poseía, el espejo.

Helen se acercó al reflejo lustroso y brillante, con el labrado perfectamente laqueado y con el vidrio maravillosamente rejuvenecido de la humedad y el moho que notó en un principio.

― ¿Cómo es que volviste a la vida, eh? ―Maravillada, Helen no atendió al reflejo de su hija en el espejo, hasta que su expresión triste y miserable le perturbó lo suficiente―. Hannah, ¿dónde estab…?

En el momento en que Helen le dio la espalda al espejo para atender a su hija, notó que ella no estaba detrás y el silencio sordo no dejaba de molestar sus oídos.

― ¿Mamá?

La voz de Hannah fue repentina y Helen dio un saltó de sorpresa al volver a oírla. Se giró hacia su hija a un lado del espejo y le frunció el ceño con enfado.

― ¿Qué es lo que pretendes? ¿Matarme de un susto? ―Tomó el brazo de su pequeña para encaminarla fuera de la habitación y notó que ya no traía el vendaje―. Hannah, ¿por qué te sacaste el vendaje?

La niña se encogió de hombros, recelosa.

― ¿Y tú herida? ¿No te quedó cicatriz? ―Inquirió nuevamente al notar la pálida piel de su hija sin secuela alguna. Pero Hannah volvió a encogerse de hombros restando importancia al asunto.

Nuevamente con maleta en mano, Helen y su hija bajaron juntas las escaleras y observó a la pequeña correr a toda prisa al taxi que las aguardaba afuera. Se entretuvo para cerrar la puerta principal cuando volvió a oír la voz de su hija, penosa, miserable ―como cuando hacía mohines caprichosos entre lágrimas llenando sus ojitos―, abatiendo el silencio desde el primer piso de la casa.

― ¿Mami? Por favor no me dejes.

El cuerpo de Helen vibró en un escalofrío que le heló la sangre, sintió el escozor de lágrimas en sus ojos ante el paralizante sonido de su propia hija y giró tiesa hacia el coche con el rostro infantil y encantador de la niña que la observaba atentamente desde el interior.

Frunció el ceño levemente apretando sus labios con fuerza antes de preguntar:

― ¿Hannah?

Y como respuesta, recibió una risilla infantil. Era pausada, como un gorgojo intenso pero demasiado chillón.

 

FIN




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