Hace un par de años, un puñado de palabras, enganchó en mi memoria la historia de una niña que impactaba sin ellas —aunque para mi, "las palabras", fueron el único modo de conocerla.
No recuerdo su dirección, ni su nombre, ni el de sus padres; ni sabrán ellos que a mí también me dejó su deuda.
Sólo se de una fiesta de 15 a los 14, donde se celebraba la vida con el temblor por la muerte.
De una afición por la música, de un baile sin fuerzas, de un cuerpo de niña que nunca crece y de una mágica sonrisa que, la enfermedad, no pudo robarse.