La niñera de la hija mimada del capo

Prólogo

-Es cáncer- dijo mi madre, Luciana, llorando, después de leer los análisis de la biopsia, los cuales tenía entre sus manos-. Me voy a morir, hija, me voy a morir.

Mi corazón se rompió en mil pedazos, no podía ver a mi querida madre sufriendo de esa manera.

-No, mamá, no te vas a morir. Por favor, no digas eso sin antes escuchar la opinión de un médico.

-No tenemos dinero, hija- me recordó- y esta enfermedad es...

-No, mamá, no te preocupes por esas cosas- tomé sus manos-. Yo voy a hacer lo que sea necesario para poder ayudarte. Me tienes a mí, tú solo tienes que luchar contra esta enfermedad. No pienses en dinero.

-Tenemos muchas deudas, la pastelería no nos ha dejado nada más que deudas. Mejor déjame morir, hija, así te ahorras gastar tanto dinero.

Eso fue lo que me dijo mamá seis meses atrás; sin embargo, yo hice todo lo posible por pagar los tratamientos para el diagnóstico de cáncer de mama. No podía negar que nuestra economía no estaba en su mejor momento, pero lo más importante y la prioridad era salvar su vida.

El doctor nos dijo que con una operación, después que se trabajara el tumor, era más probable que pudiera estar libre de cáncer. El problema era que las quimioterapias eran muy caras, esto era demasiado para mí, una joven de veinticuatro años, recién graduada de la universidad y sin ninguna experiencia para conseguir un empleo decente.

Lo único que nos salvó fue la pastelería, que a la misma vez generaba deudas, y que por las noches yo tenía una segunda vida que me avergonzaba demasiado: era bailarina en un bar de esos de mala muerte, *stripper* para ser más exacta. No me gustaba, pero la paga era muy buena. Ni siquiera mi mamá lo sabía, yo le dije que trabajaba de camarera en un restaurante, sé que era una mentira, pero no me iba a dejar y no teníamos la posibilidad de salvar su vida.

Estaba desesperada, asustada, aterrorizada, no tenía a nadie, solo tenía a mi mamá y, aunque me avergonzaba demasiado, me veía en la obligación de hacerlo ya que no tenía otras opciones. Eso no me convertía en una zorra ni mucho menos, pero podía afectarme en el futuro ya que mi carrera profesional ameritaba que fuera una mujer con principios y valores, y no todos tenían la mente abierta. El mundo laboral podía ser tan cruel y solo la persona apropiada no sería descartada.

Y aquí estaba yo, bailando, enlazada a un tubo, y unas zapatillas de tacón de aguja, tratando de no pensar en el dolor de mis rodillas y mis tobillos. Solo faltaba que viniera un borracho a pasarse de listo conmigo, ese era el pan de cada día.

Terminó la canción y fue en ese momento que pude exhalar aliviada y recoger mi propina. Lo hice, bajé del escenario y en ese momento me encontré con Rodrigo, el encargado del bar.

-Hola, gatita- pronunció, y su voz se amortiguó con el sonido de la música.

-Hola- saludé, nerviosa. A pesar de mi trabajo atrevido, solía ser muy tímida cuando me bajaba del escenario e intentaba no hablar mucho con las personas; mientras menos información tuvieran de mí, me olvidarían pronto. Además de eso, por precaución y para no ser reconocida por nadie, solía usar mucho maquillaje, lentes de contacto, una peluca rosada y una máscara de antifaz, donde solo dejaba ver mi boca, parte de mis lentes de contacto marrones, mi nariz y mis labios.

-Hay un hombre que está interesado en ti- confesó sigilosamente-. Le gustó cómo te mueves en el escenario.

Se me revolvió el estómago cuando me propuso ese tipo de cosas sucias. Si bien, yo necesitaba el dinero, pero jamás iba a entregar mi cuerpo a cambio de nada. Demasiado me había rebajado en este mundo que no era para mí. Detestaba bailar, sexualizarme a mí misma y, aunque no lo pareciera, de una manera u otra me estaba vendiendo porque los hombres repartían dinero por lo que veían.

-Pues dígale que no soy una prostituta. Usted sabe que no hago esa clase de trabajos, tiene mujeres dispuestas a venderles el alma al diablo por dinero, vaya donde ellas y deje de perder el tiempo conmigo.

-Ahora te las quieres dar de digna- una sonrisa burlona curvó sus labios-. Sabemos que las mujeres que trabajan aquí están dispuestas a lamerle las botas al mejor postor tan solo por dinero y por cocaína- se acercó más a mí para susurrar y empecé a sentir su desagradable olor a alcohol-. Ese hombre de ahí, es Fabián Gambino.

Miré al hombre y me encontré con su mirada lasciva estudiando cada centímetro de mi cuerpo, me estaba desnudando con la mirada, eso fue lo que pude percibir.

-Quiere una gatita latina como tú- prosiguió-. Nunca ha tenido una como tú en su cama... Son diez mil dólares en efectivo, ¿lo tomas o lo dejas?

-No, no quiero, ya se lo he dicho- di por terminada la conversación cuando me moví lejos de él.

Se encogió de hombros de una manera despreocupada y se encaminó hacía donde estaba el hombre para darle respuestas.

-Aumento la tarifa, a mí nadie me rechaza- escuché decir cuando se acercó-. Si lo hace nuevamente lo lamentará.

-Pues yo a usted no le tengo miedo- repliqué, armándome de valor aunque estaba aterrada por lo que podía pasar, el hombre solo río burlonamente como si fuera un Dios, amo del universo-. Tiene que aprender a lidiar con el rechazo, o terminará matando a todas las mujeres de aquí, porque...- lo miré de arriba abajo-. Con esa actitud no creo que ninguna mujer quisiera estar cerca de usted... Es más... Señor... Hasta podría jurar que usted nunca ha estado rodeado de mujeres.

Demonios. Hora de irme de este maldito lugar de mala muerte. Caminé con rapidez y mientras levantaba el pie para deshacerme de estas zapatillas que estaban quemándome el tobillo. Cerré los ojos intentando aguantar y no estrellarme en el cuarto en el intento.

Sin embargo, cuando llegué a mi camerino, una manos fuertes me tomaron por la cintura y me hicieron patalear, pero por más que intenté, empujó mi cuerpo al clóset y las puertas se cerraron. Me cubrió la boca y me susurró al oído: Guarda silencio. Era la voz de Aston Martin, el conserje. Después de unos cuantos segundos pude escuchar unos pasos de unos hombres.




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