Una noche antes.
—Encontré un anuncio en internet— le comenté a mi madre, muy entusiasmada, aunque también algo insegura por mi falta de experiencia— y tengo un buen presentimiento, mamá.
—¿Y qué tal es?— inquirió, con voz apagada— ¿Crees que sea bueno?
—Supongo— contesté— el trabajo es en una casa, todavía no sé los detalles, pero presiento que puede ser una niña. Adoro trabajar con niñas, porque los varones son más enérgicos.
Luciana sonrió, se le notaba que en el fondo, a pesar de los efectos secundarios del medicamento, hacía el esfuerzo para mantenerse de pie y con un estado de ánimo optimista.
—Ojalá que por fin puedas conseguir ese trabajo que tanto anhelas, no solo por mí, sino también para que puedas ejercer tu carrera porque te lo mereces, Rebeca.
—Mamá, confío en que así sea— exhalé— necesitamos cuanto antes otra fuente de ingresos.
Me quedé pensativa...
¿O sería capaz de cometer cualquier locura tan solo por salvarte?
Negué sacando esos pensamientos negativos de la cabeza, cuando imaginé la escena más grotesca del mundo, sin embargo, si esto continuaba así esos pensamientos se iban a convertir en realidad.
Cuando trabajaba de *stripper* no me desnudaba, por suerte, tampoco dejaba que me tocaran los hombres. Una ventaja que teníamos las mujeres era que podíamos decidir qué *shows* dar en el bar y yo escogí lo más digno, aunque eso significara ganar menos que las demás. Mi *show* solo consistía en bailar con poca ropa, y una ventaja que tenía era que en mi adolescencia practiqué el *pole dance* solo por *hobby*.
A esas mujeres que se acostaban con hombres por dinero les tenía un gran respeto porque yo no hubiera podido soportar tan siquiera que un hombre que no me gustaba me tocara superficialmente.
Sin embargo, si esto no resultaba entonces no iba a dudarlo y con el dolor de mi alma iba a poner en venta mi virginidad. Había agotado todo cuanto pude para pagar los medicamentos de mi madre, el tumor era mediano y solo teníamos una oportunidad.
Le rogué mucho a Dios que me diera fuerzas para lo que viniera y que me dejara conservar la poca dignidad que tenía, no quería incursionar en ese mundo tan cruel de la prostitución, no rehusaba, esto me tenía que salir bien, de lo contrario, estaba hecho.
Me despedí de mamá muy temprano en la mañana, ella me dio su bendición y un beso en la frente, compré un pasaje en autobús y me dirigí a la estación más cercana.
El *Sestiere* de San Marco es el corazón histórico y el centro de la riqueza en Venecia, y puede resumirse como un lugar de contrastes dramáticos:
Es el centro monumental, dominado por la Piazza San Marco con la Basílica dorada y el imponente Palacio Ducal. Las calles principales, como las Mercerie, son pasajes comerciales repletos de tiendas de lujo, donde se concentra el dinero y la vida turística.
Lejos de la plaza, el *sestiere* se transforma en un laberinto de callejones estrechos y canales silenciosos. En estos rincones, el bullicio cesa, revelando la decadencia elegante de los antiguos palacios y los patios secretos donde reside la alta burguesía veneciana.
San Marco es el barrio más caro y prestigioso. Por lo tanto, los residentes que tienen una vivienda permanente aquí son típicamente personas con un alto poder adquisitivo.
Es la zona con la menor cantidad de residentes permanentes venecianos "tradicionales" y la mayor concentración de propiedades de alto valor, a menudo en manos de una élite adinerada.
Poco a poco los nervios de encontrar personas que pudieran secuestrarme menguaron un poco desde que vi el lujo, llámenme clasista, pero ¿quién en su sano juicio con esta casona tiene la necesidad de secuestrar a una insignificante institutriz? Y mi confianza se agrandó más.
Tragué saliva, y tomé aire cuando llegué a una casa hermosísima que si empezaba a describir me faltaría todo el tiempo del mundo porque las palabras no eran suficientes.
Me acerqué hasta la puerta grande y toqué el timbre, con cuidado de no dañar nada. Agitada, el corazón empezó a latir con fuerza cuando vi que un hombre mayor vino a recibirme.
¿Acaso este hombre era el padre de la familia?
Reí en mi mente.
¿Cómo el padre de familia va a salir a recibir a una simple empleada, Rebeca? Enfócate, ¿qué sucede contigo?
—Buenos días— dije, a lo cual el hombre me sonrió.
—¿Cómo está, señorita? La estábamos esperando. ¿Viene por el puesto de institutriz?
—Sí, señor— acomodé mis lentes en otro reflejo de nerviosismo. Conociendo a estas personas de seguro eran demasiado exigentes y tal vez deseaban contratar a alguien con experiencia y yo no tenía ninguna.
—Llega justo a tiempo, señorita— me confirmó mientras ayudaba a abrir la puerta— el señor la espera en su oficina.
¿Acaso estaba bien vestida o mi ropa era insignificante alrededor de todas estas majestuosas paredes y pisos de mármol?
Me había quedado tan boquiabierta cuando vi el interior de la casa, inmensa y con muchísimos lujos, hasta podía jurar que algunas cosas estaban hechas de oro puro. Intenté mantenerme serena sin mostrar mi ensoñación, pero es que era totalmente algo que en mi vida jamás había visto.
Quería sentirme a la altura, que por fin estas personas vieran mi potencial, que todo en la vida dejara de ser tan difícil para mí y para mi familia, quería que por fin la vida empezara a sonreírme porque yo estoy segura de que lo merecía.
—La señora Olga— pronunció mientras la mujer caminaba en nuestra dirección, vestida con un uniforme de servicio— ella te llevará a la oficina del señor de la casa para la entrevista de trabajo.
—¿Hay más personas esperando?
—No, esas chicas ya se fueron— respondió con amabilidad— las citas son de diez minutos, si la niña no se convence entonces la cita termina rápido.
—¿La niña?— cuestioné, extrañada.
Sonrieron.
—Sí— afirmó la mujer — la niña es quien decide y por lo visto es muy exigente porque todas las que han venido han terminado llorando en el pasillo.
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Editado: 11.11.2025