La niñera de la hija mimada del capo

Capítulo dos

Nunca en mi vida me sentí tan atemorizada, ni siquiera cuando creí que iban a violarme en aquel bar de mala muerte en el que trabajé.

—¿Acaso... acaso va... a violarme? —cuestioné, con voz temblorosa. Esperaba su respuesta, pero su silencio me perturbó más. ¿Qué carajos se suponía que estaba buscando?

Su mirada gélida se encontró con la mía. El cañón de la pistola tocó mis labios y un mal sabor se instaló en mi boca. Mi corazón ya no estaba latiendo en mi pecho, lo sentía en el interior de mi garganta.

—¿Cree usted que estoy tan necesitado? —Me colocó de espaldas y mi cara se estrelló contra la pared. Sus manos empezaron a requisarme lentamente, buscando algo. Palpando mis senos, bajando hasta mis caderas, me sentí atrapada por mil años en los brazos de esta bestia con ropa—. Tengo cientos de mujeres hermosas... No se crea tan importante.

—Al contrario, me siento aliviada —pensé.

—Pero... no cante victoria —su acento italiano en su español era tan distinto y tan refinado—, podría matarla ahora con mis propias manos.

Su comentario no me afectó; al contrario, me sentí aliviada de que no iba a profanar mi virtud. Sin embargo, no estaba menos preocupada, porque si no quería violarme, ¿entonces por qué estaba haciendo todo eso? ¿Me quería asesinar?

No, esto tenía que ser una broma de cámara escondida. ¿Dónde diablos estaba la cámara escondida? ¿Por qué me pasaban este tipo de cosas? ¿Por qué a mí?

—Por favor, déjeme... Deje que me vaya —le supliqué entre lágrimas. Sospechaba que esto no era una casa de personas normales y que este hombre no era solo un psicópata, sino también uno que estaba ligado al narcotráfico. ¿Acaso este hombre era un asesino en serie? ¿O era de esos mafiosos con delirio de persecución?

—¿Dónde está el micrófono? —volvió a preguntar—. Si no me lo dice, entonces le va a ir peor.

No entendía, por más que le expliqué que no era policía. ¿Qué carajos le pasaba? Si vine a esa casa fue porque vi el maldito anuncio. Llegué a creer que él lo sabía, pero le encantaba torturar a las personas infringiendo terror psicológico, como lo estaba haciendo conmigo.

—No... no soy policía... Le dije que... soy... institutriz —tragué grueso cuando sobó su pistola—. ¡Cielos! ¡Cielos! ¡No!

¿Hasta cuándo? No sabía cuál arma me mataría primero: si el susto de saber que iba a terminar con una bala entre ceja y ceja, o la bala disparada por esa arma. Parecía elaborada en oro, repleta de pequeños diamantes que brillaban en la oscuridad.

—Sepa usted que esto no es un juego —tiró de mi cabello mientras reía. Ahogué un grito—. Amo cuando envían policías que son mujeres. Creen que soy estúpido y no puedo controlar mi lujuria... Por eso se las envío en una bolsa de basura, porque eso es lo que son.

—Déjeme ir y le prometo que haré como si esto nunca hubiera pasado. Esto nunca pasó, lo juro. Se lo juro por Dios.

—Por desgracia, eso no será posible —argumentó en tono serio—. La mia ragazza quiere que usted se quede. ¿Y sabe algo? —negué—. Los deseos della principessa son órdenes. A menos que usted... no sea una Polizia Stradale.

Me dejó en libertad y fue en aquel momento que pude respirar con normalidad. Limpié mis lágrimas y lo miré atentamente; todos sus movimientos supongo que eran mi mecanismo de defensa interior. Se movió hasta su escritorio, mirando mi currículum vitae.

—Rebeca Ruíz Ibáñez —dijo mientras observaba mi foto—. No es niñera, pero sí institutriz —volvió la vista hacia mí—. ¿Qué espera para tomar asiento?

Temblé y caminé lentamente hasta sentarme al frente de él. Intenté cubrir mis pechos, pegando los bordes de mi camisa con una mano, mientras las lágrimas de horror se deslizaban de mis ojos por inercia.

—Co... como... le dije... no soy... no soy niñera —intenté explicar—. Soy maestra, estudié para... para impartir clases a niños desde casa...

—Ragazza, no me interesa lo que usted quiera explicar, eso no cambiaría nada —replicó—. Tiene solo dos opciones: Accettare o morire. Si abbandonare, entonces la mataré.

—¿Por qué? —cuestioné como una maldita estúpida. Es que no podía mantener mi bocota cerrada.

—Pregunta demasiado. ¿Quiere que considere cortar su lengua? Al final, su trabajo se basará en cuidar alla mia ragazza.

—Haré lo que sea, pero... por favor, no me haga daño.

—¿Entonces por qué no empieza por callarse?

(...)

Vine buscando un trabajo y terminé secuestrada. Perfecto. En cuanto al trabajo de niñera, que por supuesto era en contra de mi voluntad, se me dio algunas instrucciones en una hoja, la cual leí detenidamente cuando se me cedió una habitación.

También se me comunicó que Ofelia era una adolescente de aproximadamente de quince, pero aparentaba más pequeña por un defecto congénito que yo ignoraba.

Cuando Olga me vio salir de la habitación del hombre, se acercó a mí de una manera enérgica.

—Señorita —pronunció—, no llore. El señor no siempre es así; lo que pasa es que —se acercó para susurrar— está de mal humor.

—No sé por qué no me dijiste que esto era obligatorio —le reproché entre lágrimas—. Ahora no tengo más opciones que quedarme... o morir.

—Lo siento, como verá no puedo dar información, ya que todo tiene que ser confidencial. Tampoco se queje mucho, que la paga es muy buena.

Me volvió a sonreír y me pregunté cómo podía estar con ese semblante sabiendo que posiblemente me hubieran matado en aquella habitación y en este momento probablemente estuviera limpiando la sangre de mi cadáver.

—¿Y a ti también te reclutaron de esa manera? —murmuré mientras caminábamos por el pasillo.

—No, mi padre trabaja para el señor Fabrizio Gambino y su familia.

Estaba segura de que había escuchado ese apellido en algún lugar, pero mi cabeza estaba tan perturbada que no podía recordar dónde.

—¿Él es mayordomo?

—No, señorita, su trabajo es variado.

—Escuche, tal vez este trabajo sea por un periodo corto de tiempo —me dijo—. Ofelia se aburre rápido de las personas.




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