Ofelia me llevó de paseo, me sentía como un perro persiguiendo a su ama.
No entendí por qué actuaba de esa manera, como si ella fuera la reina del universo y yo tuviera que lamerle las botas.
—¿Dónde vamos? —cuestioné mientras caminábamos por esas tiendas donde vendían ropa de marca.
—Te diré algo —nos detuvimos de repente—: no preguntes, no hables, solo responde si te pregunto.
Incrédula, la miré, negando con la cabeza a su petición. Definitivamente me estaba tratando como una mascota, como si yo estuviera haciendo berrinche y ella, la ama madura, me estuviera adiestrando.
—¿Tengo prohibido hablar? —volví a romper la regla, atónita por sus órdenes.
—¿Qué es lo que comes que adivinas? —inquirió rodando los ojos, en un tono despectivo y arrogante—. Si te elegí a ti, fue porque me pareciste una persona complaciente, no hagas que me arrepienta, Rebeca.
—¿Por qué pretendes comportarte de esa manera conmigo? Aquí yo soy la adulta, niña, deberías respetar.
—Los adultos tienen la manía de creer que porque ellos son más grandes que nosotros estamos obligados a guardar respeto —rió con suficiencia—. No son más que unos patéticos egocéntricos —me señaló y su dedo se estrelló en mi pecho una y otra vez, a modo de advertencia—. Ni creas que porque seas adulta te voy a hablar como quieras. Ni siquiera mi papi me dice qué debo hacer, eres muy pesada.
Gruñó.
—No puedo creer que este sea mi "deporte" más desestresante y termine más estresada que la vez anterior y solo por una simple niñera patética.
Esto tenía que ser una pesadilla, tenía la esperanza de despertar algún día. Esta chica era caprichosa e insoportable. Quería retirar lo dicho cuando dije que me gustaba más trabajar con niñas, esta chiquilla era la pesadilla personalizada. Y solo tenía quince años y medio, tenía la curiosidad de cómo sería de adulta, nadie la iba a aguantar.
A nuestras espaldas había dos hombres grandes vestidos de traje negro, cuidándonos, y dos hombres más en una camioneta, la cual nos estaba siguiendo el paso lentamente.
¿En qué diablos me estaba metiendo? No debí venir aquí, no debí. Lo que tenía que hacer era quedarme en mi casa. ¿Por qué era tan atrevida? ¿Por qué no simplemente me quedé encerrada con mamá?
¿Qué sería de ella? Tal vez estaba preocupada, ni siquiera se me dejaba tocar un teléfono para comunicarme con mis seres queridos. Preocupada, me pregunté si había ido a recibir el tratamiento, ojalá que hubiera sido así, de lo contrario, por mi culpa las cosas iban a ponerse color de hormiga.
Debía aguantar todo cuanto me hicieran en esta casa hasta que encontrara la oportunidad de escapar, debía ganarme la confianza de ellos, eso debía hacer porque de lo contrario nunca me dejarían ir.
—Quiero comprar en esta —dijo, haciendo referencia a unos zapatos más costosos que mi primer sueldo de secretaria—, los quiero de todos los colores.
—Por supuesto, señorita —habló la dependienta—. ¿Algo más?
Me miró a mí, de arriba abajo, sus grandes ojos saltones me miraban con desprecio y volvió a rodar los ojos. No podía creer que me sentía tan pequeña cuando ella me miraba. No había ningún remedio, la adolescente me iba a hacer la vida miserable.
—Quiero que le consigas un uniforme a esta niñera que contraté —le pidió—, déjame verlos, y yo decido.
Otra mujer llegó, con un gato blanco en los brazos, ella sonreía mientras acariciaba el gato. No, no, no, esto no podía ser cierto. Yo era alérgica a los gatos.
Aléjese, señora.
—Ofelia, mi niña —saludó la mujer—, ¿cómo has estado? Tenía mucho sin saber de ti.
—He estado muy bien —respondió con carisma—. ¿Y tú, Rosalina?
—Ocupada, ya sabes —movió los hombros con coquetería—. ¿Y cómo está tu padre? Dile que le mando saludos y que siempre lo tengo presente, linda.
—Él también —pude notar veneno y sarcasmo en sus palabras—, créeme, no puede parar de hablar de ti.
Me picaba la nariz, así que no pude escuchar más y un estruendoso estornudo se escapó de mis vías respiratorias cuando el pelo de ese condenado gato hizo contacto con mi nariz.
—¿Quién es ella? —inquirió, observándome fijamente—. ¿Es tu nueva mascota?
Rio maliciosamente.
—Algo así —contestó, encogiéndose de hombros, para restar importancia a mi insignificante persona.
—¿Qué hay de la rubia alta que trajiste hace una semana?
—Ni me hables de esa traidora —su expresión cambió—, esa mujer se enamoró de mi papá. No soporto a las trabajadoras que se enamoran de los jefes. A mí nadie me va a quitar a mi papi.
Volví a estornudar.
Maldito gato condenado y esa mujer era una insensible que estaba viendo que moriría con ese gato y seguía parloteando hasta por los codos.
—¡Qué atrevida! ¿Cómo una simple niñera se va a enamorar de un hombre como el señor Gambino? Es muy osado de su parte.
"Tampoco mientas por convivir", pensé. A leguas se ve que estás demasiado interesada en ese señor.
—Voy a salir un momento —le avisé—, no puedo estar cerca de los gatos.
—Ya veo... Pero no, no irás a ninguna parte. Dime, ¿qué estás dispuesta a aguantar por mí? —me miró expectante, a la espera de mi respuesta, sin embargo, lo único que pude hacer fue abrir los ojos de par en par, mi credulidad estaba en cero. No podía ser más indeseable aquella niña.
La mujer estrujó al gato, más fuerte, con la intención de que el gato soltara más pelos. Esto no podía ser peor.
—No puedes irte, Rebeca, tienes que medirte el uniforme.
La mujer trajo un uniforme de enfermería. Consistía en unos pantalones, tenis blancos y una camiseta. El uniforme era muy bonito, rosa pastel como me gustaba. Sin embargo, no me sentiría cómoda con eso puesto. Mi trabajo no era este, me gustaba vestir elegante como una verdadera institutriz, no como una niñera.
—Vas a usar este uniforme —ordenó—. Compraré todo cuanto necesites. Recuerda que no me gusta que repitas la ropa, así que intenta mantenerte siempre limpia, Rebeca.
#1742 en Novela romántica
#636 en Chick lit
#47 en Joven Adulto
niñera y niña traviesa, mafioso millonario enamorado, padreviudo
Editado: 11.11.2025