Narra Rebecca
No, esto tenía que ser una broma de mal gusto o una pesadilla. La suerte no estaba de mi lado, me había dejado a la deriva.
¿Por qué la vida se encargaba de demostrarme, o torturar, a esta simple institutriz, recordándole que su vida la tomarían esos hombres peligrosos? Lo irónico es que aquella vez me salvé, pero yo misma me metí en la boca del lobo.
No hablé, la voz nunca me salió. Recordé cómo esos hombres me siguieron para secuestrarme y tan solo imaginar lo que iban a hacer conmigo una vez que me raptaran, se me erizó la piel a causa del terror.
—Lei è muta —preguntó expectante y curioso, en un tono enérgico, como si estuviera contento.
La chica me observó con desprecio y negó.
—No —negó cruzándose de brazos— no sé por qué está callada. Cuando necesito que guarde silencio, habla hasta por los codos.
Ofelia, por favor, ya guarda silencio, ayuda a tu nana y no hagas que ese hombre se interese más en mí.
Se encogió de hombros y volvió a mirarme. Yo sudé frío cuando los ojos de esa rata volvieron a posarse en mí. De tan solo pensar lo que le hicieron a mi amigo, se me revolvía el estómago.
Le abrieron el estómago y lo colgaron para que todo el mundo lo viera, en señal de advertencia por salvarme. Él era un buen hombre, tenía esposa e hijos y no se lo merecía.
¿Pero cómo pude ser tan estúpida para no darme cuenta de que estaba trabajando para esta familia tan peligrosa? Es que estaba tan ocupada preservando mi vida que no pensé en la jauría de lobos en la cual estaba metiéndome.
—¿Y por qué no habla? —insistió y mi corazón se aceleró—. ¿Acaso Fabrizio contrata a mujeres maleducadas? ¿Cuál es el ejemplo que le quiere dar a sus hijos?
En otro momento le hubiera encarado y le hubiera dicho que el peor ejemplo se los estaban mostrando ellos y nadie más.
—¿No vas a saludar a mi tío? —preguntó. Entonces se me ocurrió fingir que tenía gripe. Estornudé y me sostuve la garganta. Hice un esfuerzo sobrehumano para sonreír y ceder mi mano para que no creyera que era una maleducada. Si no le demostraba un gesto de amabilidad, entonces me tendría en la mira. Iba a mantener esa mentira hasta que encontrara la manera de escaparme, porque yo no podía estar un día más aquí, era demasiado peligroso.
Él correspondió a mi saludo, su mano fría estrechó la mía y una sonrisa ladina y socarrona se dibujó en sus carnosos labios. Pude jurar que me dedicó una mirada indecorosa, que reflejaba las cosas sucias que estaba pensando hacerme.
Cielos, cielos. Quería lograr pasar desapercibida, pero no lo logré. Tal vez esto solo lo había obsesionado más en el intento de conocerme.
—¡Hermosa! —exclamó, eufórico, sonriendo, hasta pude jurar que estaba bajo los efectos de sustancias prohibidas a causa de sus pupilas dilatadas.
Esto estaba mal, muy mal. No podía ser cierto, ahora había visto mi cara, no estaba detrás de un antifaz. Si escapaba probablemente me encontrarían y era cuestión de tiempo para que este hombre volviera a obsesionarse conmigo.
—No, tío —la chica empezaba a hacer berrinches y me salvó de la mirada lasciva de ese hombre maniático—, se supone que es mi niñera y no deberías enamorarte de ella.
—No, no —su voz se suavizó—, yo no estoy enamorado de ella.
—Menos mal, porque ella solo es mi niñera.
Ofelia hablaba como si yo le perteneciera y me aterraba, porque cuanto más se aferra a mí, menos probabilidades tenía de que me dejaran ir. No sabía cómo hacerlo, cómo lograr que me despreciara. ¿Enamorando a su padre? No, definitivamente esto era una mala idea. ¿Y si ese hombre también se obsesionaba conmigo?
Respiré profundamente y tomé a Ofelia de la mano para retirarnos.
—Perdóname, tío —se disculpó—, ya llegó mi estilista, debo arreglarme el cabello. Nos veremos a la hora de la cena, espero verte presente.
—Todos lo estaremos, y te tengo una pequeña sorpresa.
Ella le dedicó una sonrisa y tiró de mi brazo, lo cual me provocó tropezar, desestabilizando mi equilibrio.
—Camina —ordenó—, no tengo todo el día.
Caminamos por todo el pasillo de la casa.
—Sé que no tienes resfriado, pero te sugiero que no le dirijas la palabra a mi tío Fabián —me miró, su mirada fría era de advertencia—, está interesado en ti.
—¿Cómo sabes eso?
—Escucha, no debería parecerte raro, pero... Yo no soy como los demás —explicó—. Creo que ya deberías haberte dado cuenta de que... Soy superdotada.
*Y muy malvada*, mi mente murmuró, *demasiado. Tú tienes una gran porción de toda la maldad mundana dentro de ese cuerpo*.
—Iré arriba —avisó—, me están esperando. Si quieres, puedes tomar la hora libre. No sé.
Ofelia se retiró y yo me quedé quieta en el pasillo, pero no por mucho tiempo porque ese hombre venía en mi dirección. Entonces la adrenalina corrió por mis venas, no pensé en nada, solo pensé que debía correr, entonces lo hice. Desde que empecé a correr, él no dudó en perseguirme y, para mi mala suerte, todas las puertas se encontraban cerradas.
Lo malo de esta casa era que contaban con poco personal, y los pasillos eran tan largos para llegar de un lugar a otro. No dejaba de sentir las pisadas del señor Fabián.
—Aspetta!
Pero claro que no le iba a hacer caso. No quería terminar abusada por esa rata de alcantarilla.
Dios, por favor, sálvame. No me dejes morir hoy. Sálvame, he sido buena.
Estaba desesperada porque cada puerta a la que intentaba abrir se encontraba cerrada. Y era estresante tener que correr y abrir puertas y no permitir que me encontrara, porque yo sabía qué quería hacerme. Ese hombre estaba drogado y cachondo.
Entonces me encerré en una habitación. Mi miedo no me permitió medir lo que hacía, solo quería estar a salvo, nada más. La habitación estaba vacía, busqué algún lugar donde esconderme y lo encontré en el clóset de la casa. Había mucha ropa y era un alivio porque ella me ayudaría a esconderme si acaso aquel hombre entraba y decidía buscar aquí.
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Editado: 29.11.2025