La niñera de la hija mimada del capo

Capitulo seis

Narra: Rebeca Ibáñez

Tuve que bajar a la cocina y tomar un vaso con agua fría; pensé tal vez que así se iban a disipar estas sensaciones desconocidas en mi cuerpo.

Mientras tomaba el agua, no dejé de repasar en mi mente el sueño intrusivo que tuve con ese ogro despreciable. Tal vez mi mente me estaba jugando una mala pasada, pero estaba segura de que no me cabía la menor duda de que lo que observé y escuché me dejó traumatizada. Fue demasiado.

Sacudí mi cabeza eliminando todo rastro de pensamientos. Me negaba a obsesionarme con esos sueños que me provocaban ansiedad, pero me resultaba totalmente difícil esconderlos, abandonarlos.

Solo algo pudo entretener mi cerebro, y fue un sonido de pasos apresurados en el jardín. Dios mío, viviendo aquí podía esperarme lo peor.

Me decidí a tomar un cuchillo de cocina entre mis manos; si era Fabián Gambino, entonces no dudaría en asesinarlo para preservar mi virtud y mi salud mental. Prefería que me asesinaran a ser el entretenimiento de esa maldita rata drogadicta y asesina.

Me encontraba muy asustada. El peligro me acechaba a todas horas; si fallaba cuidando a Ofelia, entonces Fabrizio Gambino me mataría, y si no lo hacía él, entonces su hermano no iba a tardar en aprovechar el momento.

Escuché unas voces en la puerta de atrás de la cocina que daba al patio.

—Entra— fue la voz de Ofelia que escuché en un murmullo— y no hagas uido.

¿A quién le hablaba ella a estas horas de la noche? Eran las tres de la mañana. Esa niña traviesa me iba a escuchar.

—Podemos hacer todo el ruido que sea, tu papá no nos va a escuchar— habló una chica, con voz robótica y pastosa; al parecer, estaba borracha.

—Pues hay que ser precavidas— replicó, más bajo— mi padre no se puede enterar de que salí de fiesta contigo. ¿No entiendes que me arriesgo?

—Sí, sí, Ofelia— la chica le restó importancia; escuché como su cuerpo se estrellaba con algunas ollas de la cocina colgadas en el aire.

—¡Cielos, Lina! Mi padre me matará por tu culpa. ¡Apresúrate!

—¿No dijiste que tu nonna estaba en casa? Ella puede interceder por ti, amiga.

—Pues no soy yo la única que estará en problemas, sino también la estúpida niñera que contrató mi padre para que yo no escapara de casa.

Entonces, la otra luz del pasillo se encendió mientras ellas caminaban en cuclillas. Se detuvieron; Ofelia tenía la expresión de miedo en su rostro cuando se encontró con aquel hombre de expresión áspera.

—¿Dónde estabas?— preguntó Fabrizio, en un tono serio y frío— te hice una pregunta y te doy dos segundos para que me des la respuesta.

—Papá... Yo...— se le trabó la lengua invadida por el miedo; hasta yo temblé, aunque él no me podía ver porque sabía que yo era la principal culpable, nadie tenía más miedo que yo.

—¿Este es tu papá, Ofelia?— inquirió la otra jovencita, tal vez unos dieciocho años para ser exacta— Cielos, está que se rompe de bueno.

—¡Lina! Ya cállate— ordenó rodando los ojos— por tu maldita culpa nos descubrieron.

—Usted— señaló— ¿Qué edad tiene?

La chica le respondió que era mayor de edad, pensando que él tenía algún interés por ella. Estúpida, ni siquiera sabía en lo que se estaba metiendo.

—¿Está consciente de que mi niña tiene quince años?— su español era horrible; estaba haciendo el esfuerzo por no decir palabras en italiano.

—¿Tienes quince, Ofelia?— cuestionó alarmada— Pues yo no lo sabía, señor. Ella me dijo que era mayor de edad, por eso me la llevé de fiesta.

—¡¿Dónde está esa maldita niñera inepta?!—logré asomar la cabeza e imaginé como de su nariz se escapaba humo, maldición, mi corazón se aceleró y me maldije por haberme quedado dormida. Pero en mi defensa, ya la criatura tenía quince años, imaginaba que era lo suficientemente responsable para no escapar de casa para no desatar la ira de su querido padre— Yo le advertí que te cuidara. Logró verme aunque intenté retroceder.

—Maldición— me golpeé la frente varias veces con una de mis manos— estoy frita, perdida.

—Papá, por favor, solo quería divertirme un poco ¿Qué tiene de malo?

—¡A tu habitación!— le gritó; ella saltó en respuesta— y no me digas una sola palabra. Lleva a la chica arriba contigo, no podemos dejarla que vaya sola en ese estado. Ya mañana van a escucharme.

No te vayas, Ofelia, por favor, no me dejes a la deriva con este hombre que siempre buscaba una razón para no permitir que continúe respirando. Pero para mí desgracia, escuché los pequeños pasos de las chicas que se estaban alejando. Y cerré los ojos esperando la presencia de aquel hombre que me provocaba acelerar de una manera u otra.

Bajé la mirada con el corazón acelerado y reprimiendo mi respiración agitada para no darle ningún indicio de lo que provocaba en mí.

—Signorina— pronunció; el crepitar de su voz ronca provocó que levantara la vista, error, porque me quedé como una boba paralizada, recordando aquel sueño que tuve.

—Señor Gambin...— eso fue todo lo que pude decir cuando sus ojos me repasaron con una maldita lentitud causando más estragos en todo mi sistema nervioso. Y me di cuenta de que la pijama que llevaba puesta era demasiado transparente. Intenté cubrirme con el sobretodo de la pijama y lo logré, dedicándole una sonrisa nerviosa, la cual no hizo que diera a torcer su rostro áspero y arrogante.

—Tu ed io dobbiamo parlare seriamente.

—Por favor, señor, no me amenace con una pistola de nuevo... Me quedé dormida — expliqué rascando mi nuca en un reflejo de nerviosismo.

—E si a mia figlia le hubiera pasado algo? Dimmi, ¿qué hubiera hecho usted? Davvero. E con qué mi avrebbe pagato perdere su vida, eh?"

Se aproximó a mí. Me mataría de un ataque cardíaco, pero no solo porque me provocaba miedo, sino también porque me provocaba algo más; no sabía cómo explicarlo bien.

—Cielos— murmuré cuando su mano se escapó a mi cuello; intenté escapar de su agarre tanto que terminé acorralada en la pared.




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