Narra Rebeca:
Había una voz en mi cabeza que me susurraba constantemente que no era exactamente un susto lo que le iban a provocar a esa joven, y lo deduje porque a Fabián Gambino se le notaban en la cara sus intenciones cuando observó a la chica.
Su mirada lujuriosa la repasó una y otra vez conforme los hombres se la llevaban mientras ella forcejeaba.
—Diles que paren—le pedí cuando se encontraba lo suficientemente fuera, atemorizada por todo lo que mi cabeza imaginaba—. Ofelia, dile que la deje en paz.
—¿Y tú quién te crees que eres para darme órdenes?—inquirió con una sonrisa socarrona en los labios—. Ella mintió anoche sobre aquello, sabía perfectamente en el problema que me involucró y que todavía no se ha solucionado—caminó de un lado a otro con preocupación—. Escucha, mi padre así como me consiente de esa misma manera me castiga. ¿Sabes lo horrible que se siente que te quiten el celular por varios días?
Esta chica no se responsabilizaba de sus acciones. Aún si salió con la chica y mintió, eso no la eximía de la responsabilidad.
—Aunque ella mintió, sigue siendo tu responsabilidad—declaré—. No toda la responsabilidad es de la chica.
—¿Quién lo dice?—volvió a encogerse de hombros mostrándose despreocupada—. Ya deja de sermonearme que no eres mi mamá, además solo le van a dar un susto que olvidará.
—No creo que solo sea un susto—dije con los nervios de punta—. Además, creo que no eres la única con problemas. ¿O me vas a decir que no sabes en el problema que me has involucrado con tu padre?
—Tu trabajo es cuidarme, Rebeca, no es mi culpa que te hayas quedado dormida—volvió a sentarse en la cama dejándome incrédula, tomó una revista y empezó a leer con despreocupación.
No podía dejar que a esa chica le hicieran daño, así que corrí por los pasillos que parecían ser infinitos hasta que llegué a caerme varias veces, raspándome la rodilla. La sangre se me escurría, pero pensar en lo que le pasaría a la chica me mantenía en alerta.
Escuché gritos, en algún lugar, entonces abrí la puerta y vi que Fabián estaba encima de ella. ¡Cielos, ella estaba gritando!
—¡Déjame ir, desgraciado!
No perdía el tiempo, definitivamente, y yo había tomado como un deporte meterme en problemas que no me concernían. Sororidad femenina, de lo cual Ofelia carecía.
—Déjala ir—pronuncié, y probablemente me iba a arrepentir de esto, pero no había de otra manera, no podía permitir que ese hombre le hiciera daño a esa pobre chica. Los gritos se detuvieron, entonces Fabián Gambino me observó atentamente como si hubiera estado estudiando mi voz en el interior de su cabeza, revelando por fin lo que realmente fui en el pasado: una cabaretera.
Y me daba vergüenza lo que pudiera llegar a pensar y lo que tal vez le iba a contar a su hermano, sin embargo era lo mejor, tal vez solo así me dejaría escapar y lo mejor de todo era que no iba a exponer a mamá a que viniera a esta casa.
Se levantó del suelo y se quedó observándome atentamente, aproximándose en mi dirección, temí por mi vida e inmediatamente me arrepentí, sin embargo todo era por un bien mayor. La chica al saberse libre se levantó, horrorizada, y salió corriendo.
—¡¿Cómo te atreves?!—la agresividad en su voz provocó que mi estado de alerta se agravara más, busqué algo con la mirada para defenderme, mas no lo encontré—. ¿Te vas a quedar callada? ¿No hablas español?
Su español era terrible, tanto que más que provocarme miedo, provocó una risita en el interior de mi cabeza que lo hizo parecer menos aterrador. Fabián Gambino no era tan aterrador como Fabrizio, tal vez porque nunca me acorraló en una habitación con un arma de fuego o tal vez porque a pesar de que escuché cosas perturbadoras de él, su cara parecía menos fría y más enérgica.
—Hablo español—declaré y un sentimiento de seguridad invadió mi cabeza—. ¿Por qué la gente aquí quiere apurar a los demás? Es decir, ¿por qué la gente quiere que las cosas se hagan como ellos las esperan?
Frunció el ceño, con confusión, no entendiendo lo que quería decir. ¿Acaso era tan estúpido o se le dificultaba entender el español?
—Pues yo sé decir algunas *coisas* en español—confesó sonriendo—. Pero... Tal vez no tengamos que hablar tanto... Las *coisas* que quiero hacer... Contigo... No necesariamente tenemos que hablar.
—Creo que está equivocado, señor...
—En absoluto—negó, sin dejar de aproximarse—. ¿Crees que no reconozco tu voz?
Todo en mí se descontroló y toda esa seguridad que dije que sentía empezó a desvanecerse.
—No sé... ¿De qué está hablando?
El tono de mi voz delataba lo nerviosa que me encontraba en aquel momento y no me sentía capaz de esconder esta sensación por más que intentaba.
—Creo que sabes perfectamente de que estoy hablando, Rebeca Ibáñez.
Estaba seguro de que era cierto y todo apuntaba a que no importaba lo que dijera, jamás iba a estar cerca de convencerlo. Con esto, una sonrisa indigna y maliciosa curvó sus labios.
—¿Crees que no vi tu identificación cuando te fuiste de aquel bar?
—Creo... Que me está confundiendo con otra persona...
—¿Sabes lo que creo? Que eres una ramera... Que busca dine...ro. De no haber sido así, entonces no estuvieras trabajando aquí.
—Aléjese—le ordené poniendo las manos al frente.
—¿Por qué... Si buscabas dinero no aceptaste lo que te ofrecí...? Hubiera sido más fácil...—cuando llegó a mí me tomó de la cintura y un grito desgarrador se construyó en mi garganta cuando me colocó de espaldas y su aliento desagradable tocó mi oreja—. Cuando Fabrizio se entere de que no eres más que una zorra *putana*... Desearás no haber nacido, Rebeca.
—¿Tío? ¿Qué demonios estás haciendo?—cuestionó Ofelia salvándome de esa bestia que me provocó temblores en el cuerpo—. ¡Suelta ya a mi niñera! No seas atrevido.
—Ofelia, *piccola mia*—sonrió de oreja a oreja y me soltó lentamente. Sus toques me provocaron náuseas, jamás me había sentido tan asqueada—. No estábamos haciendo nada...
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Editado: 29.11.2025