Sabía que Fabrizio Gambino era totalmente indeseable, pero nunca imaginé que su maldad y su audacia llegarían tan lejos: pagar una deuda que no le correspondía y luego usar esa artimaña en mi contra.
Estaba completamente perdida. Este hombre se negaba a dejarme marchar y, lo peor de todo, es que no lograba entender por qué insistía en mantenerme cautiva.
Me quedé en silencio, analizando todo lo que me había dicho. No dije una palabra, esperando en tensión el próximo golpe. Era un mecanismo de defensa vital: permanecer callada ante las injusticias de alguien que tenía la facultad de disponer de mi vida cuando le placiera.
—¿No va a decir nada? —Su pregunta era una trampa, y no pensaba caer en ella de nuevo. No quería despertar a esa bestia con traje.
—Desde ahora hablaré español para que no haya malentendidos... ¿Me escuchó?
No, se escuchaba más sexy y refinado con esas palabras en italiano... Pero, en fin.
—Pues le sugiero que hable italiano, porque su español es espantoso —reí sin gracia, dedicándole una mirada asesina llena de rabia.
—Usted puede alegar que no entendió lo que le dije... Y no quiero inconvenientes.
—Habla como si esto fuera tan importante como para formar parte de un caso judicial —me encogí de hombros—. No creo que sea para tanto.
—Para mí sí lo es, y más cuando se trata de negocios —dijo con total seguridad.
—¿Y qué desea usted de mí, aparte de obligarme a cuidar a su "bebé" de ciento ochenta meses?
Silencio. Me miró con atención, de una forma totalmente distinta, casi como si le resultara agradable. O al menos eso creí; este hombre era tan impredecible.
—A veces usted dice cosas que no entiendo —declaró—. Cosas estúpidas y sin sentido. Parece una mujer infantil...
—¿Infantil, yo?
A veces hacía ese tipo de bromas; era mi manera de romper el hielo entre la víctima y el asesino, de crear lazos de empatía para que, por simpatía, no tomara mi vida. Era una estrategia maravillosa, aunque parecía no funcionar con él.
—Sì, signorina —afirmó convencido, tan convencido que no tuve energía para negarlo—. Usted se parece a Ofelia en ese aspecto.
—Perdone lo que le voy a decir, señor Gambino —me levanté de la cama para encararlo—. Pero no me compare con su demonio humano. Y si quiere, puede acorralarme con su pistola, pero jamás retiraré lo que dije. ¿Me escuchó?
—¿Qué fue lo que pasó con Fabián? Cuénteme, puede tener toda la confianza.
—¿Usted está dispuesto a creerme, a pesar de que es su hermano? Porque las cosas que voy a contarle son difíciles de digerir y pueden incomodarle.
—Adelante —me indicó—. Pero vayamos a mi oficina... si usted se siente cómoda.
—Tengo muchas cosas que decir, señor Gambino, créame.
Caminamos en silencio por los pasillos de la casa. No me atrevía a mirarlo porque temía sentir esa atracción que me cautivaba, y el mismo miedo que me cohibía. No estaba segura de si era una equivocación o solo una sensación, pero pude percibir que él me estaba mirando fijamente, ni siquiera prestaba atención al camino, lo comprobé al mirarlo de soslayo.
Adelantó sus pasos para abrir la puerta de su despacho y luego me invitó a pasar.
—Tome asiento, per favore —me pidió gentilmente mientras buscaba algo en los cajones. Tragué saliva, perturbada, mirando atentamente y en alerta. Dejé escapar todo el aire que estaba conteniendo cuando vi lo que extrajo del cajón: era un tabaco—. ¿Le molesta?
—Por supuesto que me molesta, ¿acaso voy a mentir por convivencia?
Sonrió con malicia mientras encendía el tabaco. Le dio una calada y dejó salir el humo con dramatismo.
—Pues va a tener que soportarlo, signorina —dijo con tono malicioso—. ¿O acaso creyó que iba a cohibirme solo porque a usted no le guste? Las personas no están por encima de mis placeres, y este es uno de ellos.
"Gilipollas"
Mi mente lo pensó, pero mi lengua no se atrevió a decirlo.
—¿Por qué me citó aquí? Tengo la corazonada de que no va a creerme, ¿no es así?
—Porque Fabián es mi hermano —respondió— y hay muchos rumores... Usted entiende, signorina.
—¿Rumores? —cuestioné, rogando para que fueran esos rumores de depravado sexual, para que, si no lo sabía, lo supiera de una vez por todas—. ¿Cuáles?
—Dicen que es un violador en serie —murmuró, sin pena ni vergüenza, como si fuera la cosa más normal, fumando su cigarro—. Si es así, no lo quiero cerca de mia figlia. No voy a arriesgarme a tener que lamentarlo.
No quería ser una "sapa" [chismosa]. No me convenía entrometerme en estos asuntos familiares. Él podría ser un violador en serie, pero seguía siendo su hermano, y el lazo de sangre era más fuerte. Lo único que lograría con esta conversación era ganarme un enemigo, y yo no quería eso porque nadie aquí iba a protegerme. Incluso el dueño de la casa me quería ver muerta, y Ofelia me detestaba.
—¿Por qué usted mismo no lo investiga? No quiero problemas con su hermano, así que le pido por favor que no me pregunte nada en absoluto.
—Problemas tendrá si tan solo tocan un pelo de mia figlia, así que le sugiero que, si sabe algo, la ragazza me lo faccia sapere [la chica me lo haga saber] —continuó fumando mientras me miraba con intensidad. Yo me quedé en silencio, mirando a aquel hombre atractivo y frío. Mi mente viajó lejos, fantaseando con él. No me había dado cuenta de que me estaba mordiendo el labio, y los músculos de mi entrepierna se volvieron gelatina. Algo se me estaba escurriendo entre mis bragas a causa de todo lo que estaba imaginando.
—¿Qué sucede? —inquirió, y yo salí de mi trance hipnótico y me acomodé en la silla.
—Nada.
—¿No va a decírmelo?
Negué.
—No lo sé, señor Gambino. Si tanto duda, ¿por qué no lo saca de aquí? Ofelia debería ser la prioridad, ya que es su hija la que corre peligro.
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Editado: 29.11.2025