Esos ojos dorados me inspeccionaban, por unos segundos me sentí en una especie de burbuja donde solo existíamos aquel extraño y yo.
—¿Qué haces aquí? Un alma pura no debería estar en un lugar tan oscuro como este.
—Yo solo...
—¿Featr sar vajay? —Una voz profunda pronunció aquellas palabras en un idioma desconocido para mí pero que de alguna manera incomprensible supe su significado.
Él sabía que alguien estaba aquí, y no creo que precisamente sea el ser encadenado ni el perro diabólico que ahora mordusqueaba una de sus colas.
Las paredes retumbaron bajo su voz y un pasadizo se abrió, dejando pasar a un monstruo de más de tres metros con una armadura de huesos y su cabeza era el cráneo de un carnero. Arrastraba un hacha la cual emitía un sonido doloroso a mis oídos.
Caí —otra vez—, de culo al suelo gracias a la fuerte impresión y miedo que recorrió mi sistema.
—No te muevas —ordenó entre dientes el chico atado pero como en estos momentos yo era un manojo de nervios obedecí a lo único que me había mantenido con vida: a mi instinto.
Me puse de pie y corrí buscando una salida.
—¡A grets! —gritó la bestia y comenzó a avanzar hacia mí.
—¡Que intruso ni que nada! ¡Solo quiero salir de aquí! —respondí mientras buscaba con mi vista alguna posible salida.
—¡Magot, raisth! —gritó el chico encadenado.
—¡Eso, hazle caso! —pedí.
—¡Jasfe gar kerbo! —pronunció en cólera y lanzó su hacha.
Y para la suerte que me cargo en el día justo golpeó tras de mí, provocando que me librara por los pelos al saltar.
—¡Joder! ¡No desperté a nadie! —grité—. ¡Qué iba a saber que era tu prisionero!
«Las cadenas eran un buen comienzo.»
Conciencia, no ayudas.
—¡Deja de hablar con él! ¡Te va a matar! ¡¿Serás tonta?! —Se queja el peliplateado.
—¡¿Quién mierda es el que está encadenado, baboso?! —grité.
—¡Aparta de ahí!
Miré hacia el carnero demoniaco que comenzó a correr hacia mí.
«Pánico, pánico, pánico.»
Me puse de pie a tropezones y corrí en dirección al peliblanco.
—¡¿Pero que haces?! —gritó al verme ir hacia él perseguida por la cabra mutante.
Miré hacia arriba y vi el hacha justo sobre mí. Ya comenzaba a rezar tres padre nuestro cuando el perro del infierno saltó sobre la cabra mutante y la tiró al suelo, haciendo que el hacha se desviara y me permitiera continuar.
—¡¿Niqué gar futbir, Cerbero?!
Lo mismo me pregunté yo, pero no me iba tomar el tiempo que no tengo en pensar por qué el perro de tres cabezas me había protegido.
Logré llegar a donde el ser encadenado se encontraba y me detuve frente a él.
—Dime, ¿cuál es tu nombre? —pregunté y frunció su ceño.
—¿Por qué carajos te lo diría?
—Si quieres ser libre lo harás.
Nos debatimos en una pelea de miradas por unos segundos y asintió con su cabeza.
—Mi nombre es Killian. Killian Averno, humana.
—Muy bien, ¿crees poder terminar con él? —cuestioné viendo al carnero diabólico sacarse de encima a Cerbero y lanzarlo contra una pared.
Casi me dio lástima el chucho infernal...casi.
—¿Con Magot? —Una sonrisa lobuna apareció en sus labios, mostrando los incisivos superiores que sobresalían con maldad—. Hace mucho quiero patearle el culo.
—Pues esta será tu oportunidad, pero si te ayudo debes salvarme y protegerme de todas las criaturas del infierno hasta que salga de aquí.
—Bien, bien. Acepto, pero quita el diente de dragón de una vez y por todas.
«¿Diente de Dragón?»
Me fijo en el puñal sobre su pecho. Así que esa cosa era...
—¡Turano rag ger! —exclamó la cabra, avanzando hacia nosotros.
Ni loca me apartaría de mi pase de salida de esta locura.
Sujeté el puñal y este emitió una luz ante mi toque. Observé el rostro del chico y sus ojos dorados estaban fijos en mí.
—Tú entras dentro de las criaturas de las que me debes proteger —aclaré, y una de sus comisuras se elevó para luego asentir.
—Ger, ¿featr se? —escuché la voz del guardián de este ser.
Y algo incógnito dentro de mí supo la respuesta.
—Señor Monstruo, ¿por qué casi no lo veo?
—No estés triste, Lira. Dentro de poco ya no podremos vernos.
—¡No! ¡No me deje sola! ¡Quiero quedarme a su lado!
—No puedes.
—¿Por qué?
—Porque yo soy oscuridad...y tú eres luz. La luz más brillante de todas.
Con fuerza tiré de la empuñadura y logré sacar aquella arma que mantenía en cautiverio a Killian.
Un aura de poder lo envolvió y una onda de energía salió de su cuerpo. Me aferré a su torso con todas mi fuerzas solo por la necesidad de no salir volando como lo hizo la cabra que se estrelló contra la pared contraria a él.
Unas escamas blancas cubrieron la mitad de su rostro y torso del lado izquierdo. Sus garras se hicieron más grandes y tras de él apareció una cola escamada con puntas oscuras, parecida a la forma en las que lo tienen los leones.
—Tú, niña, ¿cómo te llamas?
Me quedé tan absorta con la situación que mi cerebro no llegó a procesar bien la información de su pregunta. Estaba en shock y creo que se dio cuenta de ello.
—Oye...
Sus ojos viajaron a mí, esta vez eran más humanos, dos pupilas de un color dorado me recibieron dejándome sin aliento. Inhaló y exhaló, con calma, las escamas desaparecieron de su piel al igual que su cola. Quedando en la forma que tenía originalmente cuando lo vi.
—Humana, ¿cuál es tu nombre? —preguntó.
—Alora —respondí, casi hipnotizada.
—Muy bien, Alora —Mi nombre en sus labios se sintió de alguna manera exquisito, como si hubiese saboreado cada letra al pronunciarlo—. Necesito que con ese mismo puñal rompas las cadenas, ¿de acuerdo?
—Pero...
—¿Quieres salir de aquí sí o no?
—Sí —susurré.
—Entonces tendrás que confiar en mí.
«Sí, confiemos en la peligrosa criatura sellada y encadenada en el infierno, ¿que más da? De algo hay que morir.»
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Editado: 26.09.2025