El timbre sonó exactamente a las siete en punto. Pero en realidad, Isabelle llevaba cinco minutos parada en el porche, fingiendo que había llegado justo en ese momento. Cinco minutos no era tanto, pero tampoco quería que se notara lo desesperada que estaba por causar una buena impresión.
Alexander abrió la puerta con una sonrisa cordial, de esas que no intimidan ni enamoran, pero que funcionan muy bien a primera hora de la mañana.
—Buenos días —saludó, con una energía perfectamente medida.
—Buenos días, Isabelle. Adelante, por favor —dijo, haciéndose a un lado para dejarla pasar.
El interior de la casa era cálido, olía a tostadas y... ¿chocolate caliente? ¿Eso era parte del protocolo matutino? Porque de ser así, Isabelle ya se sentía parte del equipo. Alexander la guio por un pasillo decorado con plantas colgantes y cuadros que claramente alguien había colgado con nivel láser.
—Sophie está en la cocina. A esta hora puede parecer un poco... —hizo una pausa, buscando la palabra adecuada—...áspera. Como una toalla olvidada en la cuerda.
Isabelle rio por cortesía. Tenía experiencia con niños, pero también sabía que uno nunca debía subestimar la capacidad de una criatura de siete años para ser intimidante.
En la cocina, la escena hablaba por sí sola: una niña de cabello negro, recogido a lo rápido con una liga que no había atrapado todo el cabello, estaba sentada sobre un taburete. Su espalda recta y su cara decían “ni se te ocurra intentar ser simpática”. Frente a ella, una taza de chocolate caliente y unas tostadas reposaban en silencio, como sabiendo que cualquier crujido sería considerado una ofensa.
—Sophie —dijo Alexander, con tono de padre que mezcla afecto, firmeza y deseo de evitar una crisis antes de las ocho—, quiero presentarte a Isabelle. Ella será tu niñera.
Isabelle dio un paso adelante con una sonrisa cálida y prudente.
—Hola, Sophie. Es un gusto conocerte. Puedes llamarme Izzy, si quieres.
Sophie la observó de arriba abajo, como quien inspecciona una solicitud de ingreso al club más exclusivo del planeta.
—Buenos días, Isabelle —respondió con voz perfectamente educada, pero con la calidez emocional de una puerta cerrándose.
No era un rechazo explícito, pero tampoco un “hagamos pulseras de la amistad”.
Alexander le dio una palmada amistosa en el hombro a Isabelle, como quien consuela a alguien que está por enfrentarse a un león enjaulado que no alimentan hace un mes.
—¿Desayunaste?
—Solo una taza de té —respondió, con tono de mártir victoriana.
—Entonces ven con nosotros. Siéntate, ponte cómoda —le ofreció con una sonrisa de anfitrión cinco estrellas—. ¿Chocolate caliente o café?
—Chocolate caliente suena perfecto —dijo, agradecida, como si acabara de ganar una rifa celestial.
Mientras él servía la bebida humeante (y posiblemente mágica), Isabelle aprovechó para intentar acercarse a la pequeña criatura conocida como Sophie.
—Qué precioso cabello tienes. ¿Quieres que te ayude a peinarlo?
—Ya lo tengo peinado —respondió Sophie, con la emoción de un buzón de correos.
Alexander intervino:
—Quizá sea buena idea que Isabelle te ayude. Tienes un mechón un poco… artístico.
—Está bien —murmuró con resignación.
Alexander le dejó la taza a Isabelle, quien dio un sorbo y pensó que sí: el chocolate caliente definitivamente estaba en el Top 3 de razones para seguir viviendo.
—Tienes tostadas por aquí —añadió él, señalando la mesa—, también mantequilla y mermelada de naranja.
—¡Qué amable bienvenida! Te agradezco —dijo Isabelle, con una sonrisa.
Alexander asintió con modestia y se sentó a beber su café, con ese aire de hombre que ha hecho lo correcto.
—¿Y a qué hora entras a la escuela, Sophie? —preguntó Isabelle.
—Ocho cuarenta y cinco. Ya terminé —anunció con la voz de una ejecutiva que acaba de cerrar una reunión importante—. Iré a buscar el cepillo.
Sin más palabras, bajó del taburete con la dignidad de una reina bajando de su trono y se fue.
Entonces, Alexander se inclinó sobre la barra, tomó una hoja cuidadosamente prensada bajo una maceta con un cactus falso y la extendió hacia Isabelle como si le estuviera pasando un documento clasificado.
—Esto es… el cronograma de supervivencia —anunció solemnemente.
Ella tomó la hoja con interés y leyó con atención:
HORARIO DE SOPHIE
Entrada: 8:45 AM
Salida: 2:00 PM
Importante: Sophie almuerza siempre en casa, no le gusta la comida escolar.
LUNES