La niñera de Sophie

~3~

La mañana había transcurrido con una calma tan sospechosa que Isabelle llegó a pensar que quizá el universo estaba conspirando… pero para bien. Lo cual era raro, pero bienvenido.

Después de acompañar a Sophie a la escuela (una misión que incluyó mochilas, impermeables y una Sophie que tenía la energía de una persona que ya había vivido tres lunes esa semana) y de que Alexander dejara claro que ella, Isabelle, sería la encargada de llevar y recoger a su hija, volvió a casa de los Blake.

Y qué casa.

Desde fuera ya era una preciosura. De esas que uno ve en revistas de arquitectura mientras piensa “algún día” y luego se come una galleta para consolarse. Tenía molduras elegantes, jardineras simétricas, y una puerta principal que gritaba “tengo seguro de cinco cifras”. Pero por dentro… oh, por dentro la cosa se ponía aún mejor. Isabelle casi podía oler el aroma de las velas aromáticas caras y el eco de pasos en un suelo tan brillante que podía peinarse mirándose en él.

La curiosidad le hacía cosquillas en los talones. ¿Habría una sala secreta? ¿Un pasillo que daba directo a una biblioteca con escalera corrediza? ¿Un cine privado? Todo era posible. Demasiado posible.

Pero claro, una cosa era ser la niñera nueva. Y otra muy distinta era ser la niñera nueva pillada en bata de baño ajeno mientras inspecciona la vajilla como si valorara la porcelana para una subasta.

Así que, con el mayor autocontrol posible, se obligó a ignorar las puertas tentadoras y se dejó caer en uno de los mullidos sillones de la sala. Encendió la televisión y dejó que un canal de música setentosa llenara el ambiente. Luego sacó el horario de Sophie que Alexander le había entregado.

Lo leyó una vez. Y otra más. Y por último subrayó mentalmente lo importante como: “práctica de coro” y “no olvidar el violín” en letras mayúsculas y brillantes)

Después, con una taza de café en una mano, un bolígrafo en la otra y una libreta en frente, empezó a planear actividades para la tarde lluviosa que les esperaba: manualidades sin objetos punzantes, tal vez una película infantil con palomitas, y juegos que no implicaran desordenar media casa.

A la una y cuarenta se puso el abrigo, revisó dos veces que tenía las llaves (porque ya tenía edad para no confiar ciegamente en su memoria) y salió rumbo a la escuela.

Llegó diez minutos antes. Porque era nueva, aplicada y quería causar buena impresión. Se acomodó frente a la reja, entre padres y cuidadores que hablaban de lo caro que estaba todo y de lo poco que comían sus hijos cuando uno les servía lentejas (un tema universal, al parecer).

Cuando vio a Sophie, su sonrisa se activó como un sensor de felicidad. Levantó la mano para saludarla, como quien espera una ola de cariño infantil. Pero en su lugar recibió un par de ojos en blanco tan expresivos que podrían haber congelado el alma de un volcán. Sophie se despidió de una niña (que seguramente era su amiga, porque hubo un apretón de manos misterioso digno de club secreto) y se acercó a Isabelle con el paso digno y resignado de una princesa que ha aceptado su destino.

—Hola, Sophie —la saludó con entusiasmo.

—Isabelle —dijo ella, mientras escaneaba los alrededores con la mirada—. ¿Dónde está el auto?

—Allá —señaló Isabelle, con una sonrisa tranquila.

Sophie no respondió, pero la siguió sin quejarse, lo cual, para una niña de siete años con opiniones firmes, ya era ganancia.

Subieron al auto. Isabelle abrochó su cinturón, esperó a que Sophie hiciera lo mismo, y entonces le lanzó una mirada lateral mientras ponía la llave en el encendido.

—¿Cómo estuvo el día?

—Regular —respondió Sophie con tono neutral, como si estuviera dando un informe meteorológico.

—¿Regular tipo normal o regular tipo "fue un desastre de proporciones épicas"?

—Normal.

—Ajá. ¿Qué fue lo más aburrido?

—Matemáticas. Demasiadas sumas con llevadas.

—Uf, las llevadas. Esas siempre arruinan la fiesta.

—Ciencias fue interesante —continuó Sophie—. Hoy vimos cómo germinan las semillas. Pusimos unas en algodón.

—¡Eso suena muy bien! ¿Y arte?

—Divertido. Pintamos con esponjas. Un compañero se pintó la cara entera. No era parte del plan, pero fue gracioso.

Isabelle asintió mientras arrancaba el auto, controlando la sonrisa que se le escapaba poco a poco.

—¿Y tienes tarea?

—Sí. De matemáticas tengo que hacer tres problemas con llevadas —Sophie puso los ojos en blanco con la misma desesperación que si le hubiesen encargado cinco páginas de álgebra cuántica en chino mandarín—. Y en ciencias, tengo que dibujar la semilla que puse en algodón y escribir qué creo que va a pasar.

—Perfecto, entonces nos encargamos de eso más tarde. Primero llegamos, te pones cómoda, y yo caliento la comida. Y después... —Isabelle hizo una pausa digna de tráiler de película, justo mientras giraba hacia la avenida—. ¿No es un día espectacular para estar en pijamas y comiendo palomitas?

Sophie la miró de reojo, claramente considerando la oferta con la atención que merece una propuesta seria.




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