Alexander conducía como alma que lleva el diablo, rogando que ningún semáforo decidiera ponerse en rojo y arruinar su misión de rescate. ¿Una mujer rubia colgando de una ventana? ¿Qué demonios había hecho Sophie esta vez? Normalmente tardaba quince minutos en llegar a casa conduciendo como un ser humano civilizado. Pero lo había hecho en ocho.
Al llegar, frenó de golpe, saltó del auto y corrió hacia la puerta. Todo había comenzado con una llamada de la señora Carter (su vecina de noventa años y ganadora vitalicia del “Premio a la Mayor Chismosa del Vecindario”) quien había anunciado, con dramatismo digno de telenovela, que una mujer de cabello rubio estaba colgada de la ventana del segundo piso. Alexander había intentado conservar la calma mientras hablaba con ella, pero colgó el teléfono con el corazón latiendo al ritmo de una banda de rock.
Entró como un rayo, dispuesto a ver escombros y paramédicos, pero se topó con una escena tan apacible que pensó que se había equivocado de casa. Isabelle y Sophie estaban sentadas en la mesa, tan tranquilas como si estuvieran esperando que les sirvieran el té. Isabelle señalaba el cuaderno con un bolígrafo, y Sophie asentía obedientemente. Ni rastro de drama.
—¿Qué haces aquí tan temprano, papá? —preguntó Sophie con la misma serenidad con la que se pregunta la hora en un domingo por la tarde.
Alexander parpadeó, aún en modo “papá en pánico”.
—¿Todo está bien? —inquirió, con el ceño fruncido y un tono que sugería que aún esperaba que apareciera una pierna colgando de algún lado.
—Todo en orden —respondió Isabelle con una sonrisa de lo más zen—. Sophie tiene una imaginación fabulosa, así que la tarea de literatura fue pan comido. Ahora nos tocan las temidas matemáticas —añadió, con una mueca digna de una tragedia griega.
Alexander las miró como si esperara que en cualquier momento alguna de las dos confesara que había matado a alguien y escondido el cuerpo bajo la alfombra.
—La señora Carter me llamó para decir que había una mujer rubia colgada de la ventana de arriba —soltó por fin, esperando el escándalo que justificara su carrera a lo “Misión Imposible”.
Isabelle y Sophie se miraron... y se echaron a reír. No una risita educada, sino carcajadas completas, con lágrimas incluidas.
—La señora Carter es nuestra vecina —le explicó Sophie a Isabelle, entre risas—. Y se está volviendo un poco demente.
—¡Sophie! Eso no se dice, y menos de una señora mayor.
—Pero la tía Cathie dijo que estaba senil…
Por supuesto que lo había dicho Catherine. Podía contar con ella para lanzar comentarios sin filtro frente a una niña como si fueran confeti.
—No le hagas caso a tu tía —suspiró Alexander.
Sophie se encogió de hombros con resignación.
—Voy al baño antes de las matemáticas —anunció como quien pide tiempo antes de una tortura medieval.
Cuando se fue, Alexander observó el entorno aún desconfiado. Todo parecía demasiado tranquilo para ser verdad. ¿Era él el que se estaba volviendo senil?
—Bueno, ya que estoy aquí, me quedaré —dijo, resignado—. Puedes irte si quieres.
—Prefiero quedarme —replicó Isabelle—. Nos falta la parte más horrible de la tarea y después pensaba salir al jardín a jugar un rato. Pero si querés sumarte…
—Claro, creo que a Sophie le gustaría.
Isabelle sonrió, y con ligereza, lanzó:
—Así que tienes una hermana.
—Sí, Catherine. Y claramente voy a tener que darle una charla sobre lo que no se dice frente a los niños.
—¿No vive en Londres?
—No. ¿Cómo lo sabés?
—Porque hablas de darle un ligero regaño, pero tus ojos dicen que la extrañas —dijo, sonriendo con dulzura—. Hasta me atrevería a decir que es más pequeña que tú.
Alexander rio por lo bajo.
—Sí, es la más pequeña de la familia. Y sí, la extraño. A ella, a mis padres y a mi otro hermano.
—¡Tienes una familia grande!
—Sí. Mis padres viven en Barolo. Mi madre es italiana, hija única, y heredó propiedades de mis abuelos cuando ellos murieron. Así que después de jubilarse, se mudaron sin dudarlo.
—¡Qué lindo! Bueno, no la parte de heredar por fallecimiento, pero sí lo de vivir en un lugar tan pintoresco.
—¿Lo conocés?
—Yo no conocía ni Londres hasta hace poco —rio—, pero el nombre suena pintoresco y... me lo imagino como uno de esos lugares donde se desayuna al aire libre con flores alrededor.
—Sí, algo así. Es realmente hermoso.
—¿Tus hermanos también están en Barolo?
—No, Catherine está en Francia haciendo una especialización en pastelería. Y Theodore viaja por el mundo hace años. Es artista. De hecho, estuvo aquí en abril para una exposición. Quizá lo conozcas como Mathis Calloway.
—¿¡Qué!? ¿¡Mathis Calloway es tu hermano!? ¡Por favor! ¡Quise ir a su exposición! Me parece fascinante cómo pinta, pero sobre todo... lo que escribe. ¡Es poesía pura!