La niñera de Sophie

~12~

Alexander se quedó con Isabelle en la cocina cuando Sophie anunció que iba a ponerse el pijama. Había dicho que volvería en cinco minutos, lo que en idioma infantil significaba “cuando se me dé la gana”.

—¿Listo para la competencia? —preguntó Isabelle, ya arremangada.

—Claro que sí. Pero te advierto que tengo años de experiencia haciendo estallar granos de maíz en el microondas —dijo Alexander, sacando orgulloso una bolsa del paquete.

—Qué nivel —respondió ella con fingida admiración mientras colocaba una cacerola en la hornalla—. Yo lo hago al estilo rústico. Más auténtico. Menos... radioactivo.

Alexander resopló una risa y puso la bolsa en el microondas. Mientras los primeros estallidos comenzaban a resonar, Isabelle ya estaba echando los granos en su olla caliente, moviéndolos con una cuchara de madera como si dirigiera una orquesta.

—¿Azúcar? —preguntó Alexander, frunciendo el ceño cuando la vio espolvorear una vez que los granos exploraron.

—Ajá. Azúcar, sin mantequilla —dijo Isabelle, sin dejar de revolver—. Así las hacía mi abuelo, y yo respeto la regla a rajatabla. Quedan dulces, pero no empalagosas. La proporción justa.

—Pensé que harías caramelo y se lo tirarías encima.

—Pecado capital —dijo, escandalizada—. Eso empasta los dientes. Mis palomitas son elegantes.

Alexander rio bajo, observando cómo ella seguía revolviendo con una concentración religiosa.

—¿Te llevabas bien con tu abuelo?

—Muchísimo —dijo con una sonrisa amplia—. Fue mi figura paterna, por decirlo de algún modo. Falleció cuando yo tenía unos veinte. Me enseñó a montar, a pescar, y a hacer las mejores palomitas del universo.

—¿Montas? —preguntó, francamente fascinado.

—Muy bien, de hecho.

—¿Y pescas?

—Claro que sí. Puedo pescar, hacer fuego y cocinar mi propia cena. Mi abuelo adoraba acampar, así que solíamos ir con mi abuela y mi mamá.

Él, que consideraba una proeza cambiar la bombilla de la cocina sin llamar a alguien, se quedó unos segundos en silencio, mirándola como si acabara de decirle que podía volar.

—¿Y tú? —preguntó Isabelle—. ¿Qué te gusta hacer?

—Bueno... Me gusta jugar al golf —respondió con una media sonrisa.

—Debí suponerme que tus actividades serían muchísimo más sofisticadas que las mías.

—¡Oye! —protestó entre risas—. Soy un hombre de ciudad, pero sé hacer fuego. Aunque jamás he acampado ni pescado.

—Debes probar la experiencia —insistió Isabelle—. Es divertido. Y no sé... Tan pacífico.

—Si algún día decido hacerlo, te invitaré para que seas mi mentora.

—Encantada. Hace tantos años que mis familiares fallecieron que no encuentro sentido a ir sola. Pero amaría tener una excusa para volver. Shropshire está a media hora de Shrewsbury y es precioso. Aunque, estando en noviembre, no lo recomiendo para principiantes.

—Entonces por ahora me quedo con el golf —dijo él—. Pero quizás en primavera podamos organizar algo. No quiero celebrar antes de tiempo, pero que Sophie haya dicho que tus palomitas son buenas… es un buen indicio.

—Espero que sí, porque me parecen una familia muy linda y quiero quedarme —dijo Isabelle con una calidez que lo hizo sonreír.

—Eso intento. Aunque solo seamos Sophie y yo —respondió él, encogiéndose de hombros.

Isabelle lo miró. Alexander notó que parecía querer preguntar algo, pero no lo hizo. Así que decidió hablar primero.

—Aunque pronto llegarán mis padres y mis hermanos. Este año celebraremos Navidad aquí.

—¿Se reúnen todos los años?

—Sí. No importa en qué parte del mundo esté cada uno, pactamos un punto de encuentro y vamos allí. Es como una regla familiar. Nuestro mínimo indispensable.

—Qué bonita tradición —dijo Isabelle, y la nostalgia en su voz fue palpable.

Alexander la observó mientras ella concentraba su atención en las palomitas. Recordó que había mencionado estar sola, y de pronto sintió una punzada de culpa.

—¿Sabes? Podrías pasar las festividades con nosotros, si quieres.

—Es muy lindo de tu parte, pero no quiero importunar. Es una reunión familiar importante.

—Tonterías —dijo Alexander, restando importancia con un gesto de mano—. Mi familia es muy sociable. Les encantará conocerte.

—Sophie aún no me ha aceptado —recordó Isabelle, medio en broma.

—No importa. Si no resultas como niñera, te ayudaré a conseguir empleo. Y tal vez podamos ser amigos.

Ella lo miró de inmediato, con una mezcla de curiosidad y sorpresa. Luego apagó la cocina y sonrió.

—Ya sé que dije que estoy sola aquí, pero en serio, no debes sentir lástima.

Alexander sonrió también.

—No es lástima. Es solo que... hacía tiempo que no me sentía tan cómodo delante de alguien que apenas conozco. Quizá sea la cercanía en edad.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.