La niñera de Sophie

~16~

Alexander se encerró en su estudio con una taza de café en la mano. El vapor ascendía y mientras le daba un trago, marcó el número de Catherine.

La videollamada conectó en tiempo récord (milagro tecnológico), y el rostro de su hermana apareció rodeado de estanterías atiborradas de libros y una taza de porcelana que parecía más decorativa que funcional.

Bonjour —saludó Catherine, con un acento francés que rozaba lo teatral.

Bonjour, Mademoiselle la Parisienne —replicó Alexander con una sonrisa entre irónica y cómplice.

Catherine rio y dio un sorbo elegante a su té, como si estuviera en un comercial de infusiones orgánicas.

—¿A qué debo el honor, mon frère?

—Quería preguntarte si piensas usar tu departamento de Londres para las fiestas —dijo él, yendo directo al grano.

—Sí… bueno, pensaba hacerlo, a menos que alguien quiera rentarlo. ¿Por qué? ¿Hay interés?

Alexander se recostó en su silla como quien se prepara para soltar una bomba (o una idea con potencial de ser malinterpretada).

—Contraté niñera. Se llama Isabelle, viene de Shrewsbury y está en Tottenham Hale. No me parece el sitio más acogedor, sobre todo si no conoces Londres.

—¿Y estás pensando en ofrecerle mi departamento? —preguntó Catherine, ya con la ceja arqueada del modo que usaba cuando sospechaba de planes poco ortodoxos.

—Sí. Si tú estás de acuerdo, claro —respondió él.

Catherine lo miró en silencio. Luego sonrió. Sonrió como sólo las hermanas que huelen un chisme de calidad saben hacerlo.

—¿Estás seguro de que es para la niñera y no para alguna novia?

Alexander se echó a reír con esa carcajada de “¡por favor!” que usan los inocentes.

—La pregunta es absurda.

—Ay, Alex… ¿sigues sin tener citas?

Él asintió con esa resignación que se reserva para las llamadas al servicio técnico y las conversaciones con parientes sobre la vida amorosa.

—¿Nada de nada?

—Nada.

—¡Eres joven! Deberías estar teniendo aventuras románticas. ¡Deja que alguien repare ese corazón mal herido!

—Mi corazón no está mal herido. Solo está... Un poquito magullado —contestó con una media sonrisa filosófica.

Catherine, como buena hermana entrometida y a la vez leal, cambió el tono.

—¿Ella volvió? Por favor dime que no.

Alexander bajó la mirada, respiró hondo y negó lentamente. Luego la miró.

—No. No volvió. Cathie, soy un padre soltero que apenas equilibra trabajo y vida doméstica. ¿Dónde voy a meter una novia en esa ecuación?

—No tiene que ser novia full time. ¡Ni siquiera tiene que ser novia! Con que tengas una cita cada tanto...

—No sirvo para encuentros casuales. Y, además —se encogió de hombros—, Sophie no acepta niñeras. Imagínate una novia.

—Pero aceptó a esta última. Y si ya estás pensando en alojarla en mi departamento... hmm.

—Empezó el martes —aclaró él—. Está en semana de prueba. Sophie decidirá mañana si quiere seguir a su cuidado.

Catherine entrecerró los ojos con cara de “esto huele a trama interesante”.

—¿Y por qué tanta generosidad tan rápido? Espera, no digas nada. Genes Blake —se respondió sola—. ¿Y qué le sucedió a la mujer para que quieras ayudarla?

—Aún no lo sé. Pero algo le pasa. Y pienso averiguarlo.

Catherine asintió con ese aire de detective aficionado que tanto le gustaba adoptar.

—Perfecto. Renta mi departamento y ayuda a la tal Isabelle. Solo estaré tres semanas en Londres. Estaré bien mientras tengas una habitación para mí.

—Tengo habitación para ti, para Theo y para nuestros padres. Todo controlado.

—Excelente. Pero exijo sábanas de ochocientos hilos y vista al jardín.

—Te voy a enviar al ático.

—¡Oye! ¡Manda a Theo! Él ya está acostumbrado a ese trato. Hijo del medio, ya sabes.

Ambos rieron como si tuvieran quince años y acabaran de romper una lámpara en medio de una pelea con almohadas.

—¿Todo bien por allá? —preguntó Alexander.

—Excelentísimo.

—¿Clases?

—Muy alemanas. Aprendí a hacer strudel. El profesor dijo que estaba entre los tres mejores.

—¿Y el proyecto de la pastelería?

—Pronto. Te avisaré cuando necesite conseguir una tienda. Estoy reuniendo dinero. Por eso trabajo tanto, me la paso entre mousses y cremas. Es como un spa, pero con más calorías.

Alexander rio.

—A Isabelle le fascina lo dulce. Se llevarán bien.

—¿Qué edad tiene?

—Treinta y tres.

—Interesante —dijo con una ceja alzada que gritaba “¡Ajá!”




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