KIRA
Abro los ojos por un instante, pero los párpados pesados vuelven a cerrarse enseguida. Aunque ya es de día, todavía tengo unas ganas enormes de dormir. Hoy es domingo, así que puedo darme el lujo de quedarme un rato más en la cama.
De pronto me pongo tensa al oír que alguien carraspea. Me incorporo de golpe. El pánico me invade al ver a Maksim Vladislavóvich de pie en mi dormitorio.
—¿Qué hace usted aquí? —pregunto asustada, sin aliento.
—¡Buenos días, Kira Volodímirovna! No tendría por qué estar aquí si usted hubiera llegado a tiempo al trabajo.
Resoplo con fastidio y, con descaro, replico:
—No voy a trabajar con ustedes. Tengo otro empleo. Puede decírselo así a Demián Tarásovich.
—Kira...
—Maksim Vladislavóvich, váyase. Porque si no se marcha, llamaré a la policía...
—Llame también a la ambulancia y a los bomberos, no se olvide —responde con ironía, haciendo un gesto con la mano—. No va a cambiar nada. No pierda tiempo. Vístase, la espero.
Parpadeo, desconcertada, y digo:
—Puede esperar sentado.
El hombre resopla y entrecierra los ojos.
—Kira Volodímirovna, tiene veinte minutos como máximo para prepararse. Si no, se va tal como está —advierte con severidad.
—No pienso ir —contesto también con terquedad.
—Kira Volodímirovna...
—Maksim Vladislavóvich, no quiero trabajar para su jefe —digo sin rodeos.
—Kira, la entiendo —suspira él—. De acuerdo, mi jefe no le cayó bien, pero Artemko la espera. Se va a desilusionar si no viene.
Bajo la mirada. No quiero volver a ver a ese hombre. Claro que me da pena el niño. Él no tiene la culpa de nada. Pero el trabajo de niñera me asusta. Temo no dar la talla o, peor aún, hacer algo mal.
—Maksim Vladislavóvich, aunque hoy acepte trabajar de niñera, mañana tendré que ocuparme de mis diseños, porque tengo un empleo oficial.
—Kira, desde mañana ya no trabaja más en la empresa de su tío. Su lugar de trabajo principal será la residencia de Demián Tarásovich.
Apenas alcanzo a abrir la boca, sorprendida por lo que acabo de oír, pero él se me adelanta:
—Kira, antes de que se indigne, escúcheme —toma aire—. Todo lo que voy a decir ahora es mi opinión personal, basada en lo que observé. Ayer la vi con Artemko y quiero decirle algo: nunca lo había visto tan feliz. Su padre ha cambiado de niñera incontables veces. El niño no logra llevarse bien con nadie. No le gusta nadie. Siempre arma un lío, provoca problemas y hace todo a propósito cuando lo presionan. Demián Tarásovich está cansado de buscarle niñeras. Ninguna dura demasiado. —Hace una pausa y luego continúa—: Lo de ayer fue un milagro. Artemko es muy exigente y quisquilloso con las personas, pero a usted la aceptó como si fuera suya.
Exhalo con fuerza cuando él se queda callado. Entiendo que exagera un poco para convencerme, pero tengo una pregunta que me carcome desde ayer.
—¿Y la madre de Artemko? Ayer no la vi —humedezco mis labios y, como él guarda silencio, agrego mi reflexión—: Al fin y al cabo, debería ser la madre quien se ocupe del niño, no una niñera. Eso sería lo mejor. Claro, no es asunto mío, pero aun así...
—Kira, no puedo responderle esa pregunta —se sacude con frialdad.
Eso me molesta muchísimo. Me apoyo en el respaldo, cruzo los brazos sobre el pecho y digo:
—En ese caso no voy a ningún lado. No quiero tener problemas con una madre desequilibrada que desaparece no se sabe dónde y después se desquita conmigo, y que, Dios no lo permita, termine montando escenas de celos o escándalos.
Maksim Vladislavóvich suspira con pesadez y añade, tenso:
—Kira, créame, nadie le va a armar ningún espectáculo.
—Explíquese —insisto.
—No puedo.
—Entonces yo no puedo ir —replico con capricho.
Él vuelve a suspirar ruidosamente y, con un tono casi suplicante, dice:
—Kira, es un secreto de familia.
—¡Ya entiendo! —bufé y pedí—: Salga de mi casa con la misma discreción con la que entró.
Su mirada de reproche me atraviesa y dice con amargura:
—Preciosa, me está empujando a cometer un delito.
—Usted tiene opción —me encojo de hombros con indiferencia.
—Está bien. Pero prométame que no lo contará a nadie. Si no, me despedirán.
Comprendo que me he pasado un poco. Es cierto, no necesito conocer los secretos de la familia Buinói.
—Maksim Vladislavóvich, no necesito detalles de la familia. Solo dígame dónde está la madre del niño. Breve, sin rodeos. ¿Existe o no?
—Existe. Pero se fue cuando el niño era apenas un bebé. Nadie la ha visto desde entonces. Demián...
—Suficiente —lo interrumpo—. Salga de mi dormitorio y espere afuera.
—Lleve, por favor, ropa para unos días —me pide con insistencia.
Solo alcanzo a suspirar, y él se marcha de mi habitación.
No quiero ir a ninguna parte, pero me da mucha pena el niño, porque esas pocas frases que acabo de escuchar no me caben en la cabeza.
#175 en Novela contemporánea
#559 en Novela romántica
muy emocionales y fuertes sentimientos, héroe autoritario y exigente, hijo de millonario
Editado: 18.09.2025