La niñera del hijo del millonario

Episodio 16

DEMIÁN

Max se fue a buscar a mi nueva niñera y yo, después de prepararme un café, espero su regreso como sobre alfileres. La doncella de arriba cuida el sueño del pequeño y, apenas despierte, vendrá a avisarme. Lo que me inquieta es por qué Max tarda tanto en llegar con la chica.

Incapaz de aguantar más, llamo a mi subordinado, porque Artemko está a punto de despertarse y montar una revuelta con interrogatorio incluido. No quiero inventar excusas ni mentirle a mi hijo. Aunque sea un caprichoso, lo quiero con todo mi ser. Es mi todo, mi mundo, mi motor. A pesar de que a veces soy estricto, Artemko está creciendo terco y con un carácter nada sencillo.

Parpadeo cuando suena el primer tono, luego el segundo, y siento que mi corazón se ralentiza, latiendo al compás de esos pitidos interminables.

—Lo escucho, jefe —resuena por fin la voz de mi subordinado.

—Max, ¿por qué tardas tanto?

—Señor Demián Tarásovich, apenas logré convencer a la muchacha. Espere —responde demasiado bajo mi jefe de seguridad.

—¿Cómo que “apenas la convenciste”? Max... —me indigno, pero él me interrumpe.

—Jefe, tenga paciencia. No todo en la vida puede ser como usted quiere. La gente tiene sus gustos, sus deseos y sus principios. Y quizá le esté descubriendo América, pero hay que respetarlos.

Trago saliva con nerviosismo. Sus palabras me caen como un derechazo. La furia me hierve por dentro.

—¡Max!

—Jefe, ¿de verdad quiere que esa chica trabaje para usted? —me corta en seco.

—¿Qué clase de pregunta es esa? —resoplo.

—Entonces tenga paciencia, y guárdese bastante también para el futuro —advierte. —Además, tenga en cuenta que la muchacha ya tiene un trabajo. Así que contenga su ímpetu. Porque yo no volveré a ir a buscarla, y si usted la ofende, ella se irá... ni falta hará consultarlo con una adivina —me advierte con firmeza—. Y después será usted quien corra tras ella. Porque la que nos hace falta es ella a nosotros, no al revés. Nada más, jefe, no puedo seguir hablando. Ya llegamos.

La línea queda en silencio. Aparto el teléfono del oído, completamente atónito. Lo que acabo de oír me dejó helado. Nunca había tenido una conversación así con Max. No entiendo del todo qué fue eso, pero comprendo que debo armarme de paciencia si quiero que esa Kira se quede a trabajar conmigo. Desde ayer sé que no podría encontrar mejor niñera para mi hijo.

Suspiro y presto atención al silencio de la casa. Lo que más me preocupa ahora es el despertar de mi hijo.

La espera me desespera. Cada minuto se alarga sin fin. Salgo afuera, como si con eso Max y Kira llegaran más rápido.

Me sobresalto con el timbre del teléfono. Es la doncella. Con miedo corro de nuevo hacia la casa. Lo que más temía ha ocurrido. Voy hacia la entrada, pero un claxon frente al portón capta mi atención. Exhalo aliviado. Sé que es Max.

Con el ánimo más ligero, me dirijo por fin hacia mi hijo.

Al entrar en el dormitorio, lo veo sentado sobre la almohada, con los brazos cruzados. Al verme, pregunta de inmediato:

—¿Dónde está Kira?

Suelto un respiro y me acerco.

—Kira acaba de llegar, hijo —me agacho junto a él.

—¿Y por qué tardó tanto? —frunce el ceño.

—Bueno, estabas dormido.

El pequeño suspira hondo y pide:

—Entonces vamos a lavarnos. No quiero estar en pijama cuando llegue Kira.

Sonrío y lo tomo en brazos. Minutos después, Artemko ya está impecable: lavado, vestido. La doncella arregla su cama mientras él se encamina hacia la salida de la habitación.

De pronto llaman a la puerta. Mi hijo corre a abrir y, al ver a su niñera, exclama satisfecho:

—¡Hola!

—¡Hola! —susurra la chica, vestida con un mono de tela ligera en color negro. Se agacha junto al niño y él la abraza enseguida.

Nuestras miradas se cruzan y la morena, algo desconcertada, me saluda.

Respondo a su saludo mientras ella se incorpora y carga al pequeño en brazos. Entonces le hago una observación:

—Señorita Kira Vladímirovna, Artemko pesa, no tiene por qué llevarlo. —Pero mi hijo solo la abraza más fuerte del cuello. Así que añado: —Señorita Kira Vladímirovna, mi hijo acaba de levantarse, llévelo a desayunar.

—Sí, claro —murmura ella y se lo lleva en brazos.

Exhalo. Qué suerte que Max llegó a tiempo. De lo contrario, el niño me habría destrozado los nervios. Pero ahora tengo que hablar con mi jefe de seguridad, porque esa conversación telefónica no me dejó nada tranquilo.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.