La niñera del hijo del millonario

Episodio 17

KIRA

Después de recoger a Artemko, me fui con él a desayunar. A mí también me sirvieron desayuno, porque así lo insistió Maksim Vladislavovich. Desayuno mientras las emociones me desbordan. Los pensamientos revolotean en mi cabeza como cuervos negros. ¿Qué hago aquí? ¿Y cómo voy a salir de esta situación?

El niño no deja de hablar. Lo ayudo, le alcanzo servilletas. Él, feliz, sonríe y mientras come me cuenta lo bien que se siente de tenerme a su lado.

Después del desayuno, según el horario, nos toca un paseo al aire libre, así que salimos. El niño me lleva directo al área de juegos: hay un arenero y hasta una casita infantil. Todo está preparado para jugar, aunque para un solo niño me parece demasiado. Y probablemente tampoco sea muy divertido para él jugar solo.

—Kira, construyamos un castillo de arena... uno enorme, tan grande como podamos —me pide entrecerrando los ojos.

Parece que tendré que recordar mi infancia. Pero, ¿qué remedio? Si hay que hacerlo, se hace.

—Vale —acepto, aunque enseguida me sorprendo pensando si realmente puede jugar en la arena. Hoy en día hay tantos niños alérgicos... —Artemko, ¿seguro que puedes jugar en la arena? —le pregunto con atención.

—Claro que sí. Si no, ¿para qué tendría yo un arenero? —me responde con firmeza el pequeño sabiondo.

Tiene lógica. Aunque sigo sintiendo cierta inquietud, mis pensamientos se disipan con sus palabras:

—Todos los veranos construyo casas aquí, y también túneles para los coches...

Espero de corazón que me haya dicho la verdad, porque si no, su padre no estará nada contento conmigo.

Nos ponemos a construir el castillo. Yo amontono arena y el niño la transporta con camiones de juguete. El trabajo avanza rápido.

Tan absortos estamos en la construcción que no nos damos cuenta cuando llega Maksim Vladislavovich. Se aclara la garganta y nos dice:

—Perdonen, jóvenes constructores, que interrumpa su proyecto, pero ya es hora de almorzar. Así que, por favor, hagan una pausa.

—¡Pero aún no hemos terminado! —protesta Artemko, ocupado.

—Artem Demyanovich, su padre lo espera para almorzar. ¿O prefiere que venga a buscarlo personalmente?

El niño resopla con fastidio y lo mira molesto.

—Artemko, vamos. No hagamos enojar a tu papá. Después de comer seguimos —le digo suavemente.

—No vamos a seguir —replica enfadado, frunciendo el ceño—. En el horario ya toca otra cosa.

—Entonces seguimos mañana —le aseguro con poca convicción.

—¿Lo prometes? —me pregunta con desconfianza.

—Lo prometo.

No sé por qué le prometo algo si ni siquiera estoy segura de poder cumplirlo.

—Está bien. Vamos.

El niño, aún molesto, me toma de la mano y me lleva tras Maksim Vladislavovich. Yo estoy algo nerviosa y en el fondo espero poder almorzar aparte.

Pero no fue así. Demyan me invitó a comer junto con él y su hijo. Mi tensión aumentó de inmediato. Habría preferido comer sola, quizás así hasta habría sentido el sabor de la comida, pero con tanta presión lo único que siento son nervios. Me concentro en el niño y trato de no prestar atención a Demyan.

Cuando ya estábamos terminando, el padre del pequeño me llamó:

—Kira Vladimirovna, ahora puede descansar o dedicarse a lo que necesite. Tiene unas tres o cuatro horas, porque mi hijo y yo iremos a la ciudad...

—¡Quiero que Kira venga con nosotros! —exigió el niño con un tono caprichoso.

—Artemko, iremos los dos solos —le respondió su padre, serio y firme.

—¡Si Kira no viene, yo no voy! —insistió el pequeño.

—¡Artem! —tronó el padre.

Me quedé desconcertada cuando el niño, molesto, se levantó de la mesa y salió del comedor.

—¡Artemko! —lo llamé.

—¡Artem, vuelve inmediatamente! —ordenó su padre, pero el niño se alejó como si no lo oyera.

Me levanté enseguida de la mesa y, mientras caminaba, me disculpé:

—¡Perdón!

Alcancé a Artemko en el salón. Me agaché, lo abracé y le pedí que no hiciera berrinche. Le prometí esperarlo y que, cuando volviera, pasaríamos toda la tarde juntos. El niño lloraba en mis brazos y repetía caprichoso una y otra vez:

—Quiero estar contigo siempre.

—Kira Vladimirovna, déjenos solos, por favor —escuché detrás de mí la voz firme de Demyan.

Me levanté, solté al niño y él añadió:

—Kira, busque a Maksim Vladislavovich. Que le muestre su habitación. Puede instalarse allí mientras no estemos.

Me dio pena el pequeño, pero no podía desobedecer al padre. Crucé una mirada con

Artemko, le hice un gesto de despedida con la mano y me fui.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.