La niñera fea de mis hijos

Capítulo 1: Necesito una niñera

Oliver

Una vez más veo a la niñera que contraté hace solo unas semanas salir de mi despacho y llevo mis manos a mi rostro, voy a tener que usar mi cargo de presidente para hacer que alguien se quede, ya que el dinero no parece importarles cuando conocen a mis hijos y bueno, a veces hasta yo quisiera irme y desaparecer, dejarlos con los guardaespaldas en esta casa y alejarme, los amo, pero vivir cerca de ellos es como estar en primera línea de batalla. Me pongo de pie mientras pienso en algo, no pueden estar sin niñera, acabarían con la casa blanca en menos de tres días, quizás deba hablar con ellos, pero tampoco he sido el mejor de los padres y sé que eso ellos me lo van a recriminar porque aunque solo tienen 8 años, saben demasiado.

—Le traje su té —miro a Marissa cuando entra, ella es la encargada de la cocina y suspiro

—No he pedido nada

—Pero vi a la niñera salir y pensé que lo iba a necesitar —sonrío y tomo la tasa en mis manos, ella tiene razón, me acomodo contra mi escritorio mirando el té.

—Voy a necesitar a una niñera nueva

—¿Por qué no hablas con los pequeños? —la miro —estoy segura de que ellos solo están intentando llamar su atención señor Presidente

—Marissa no lo tomes a mal pero tengo un consejero

—Lo sé, pero este no es padre y no sabe nada sobre eso, en cambio, yo tengo cinco hijos y tres nietos —ruedo los ojos —hable con los trillizos, señor —la mujer se aleja y bufo cuando sale por la puerta, ella tiene razón.

Me acerco al lugar de la casa en donde sé que los trillizos están porque es donde único les permito vivir y miro mi reloj, en menos de media hora debo estar reunido con el gobernador Levy y no debo tardar mucho, entro a la habitación y no me sorprende en nada ver todos los juguetes que hay por el suelo, menos ver las paredes pintadas, camino por el lugar y maldigo cuando resbalo y casi caigo, bufo al ver que he embarrado todo mi zapato de lo que parece pintura azul.

—¿Papá? —miro a la pequeña que hay frente a mí, es mi hija, sí, es ella, solo que el rostro está lleno de pintura y su cabello rubio también, hago el amague de agacharme y de tocarla, pero la idea se borra de mi cabeza al instante, me ensuciaría y tengo una reunión importante.

—Gina —susurro su nombre —¿por qué estás así? —ella sonríe

—Estamos pintando papá, ven, acompáñame —extiende su pequeña mano hacia mí, la cual está llena de pintura

—Te sigo —digo, ella asiente y solo baja la mano, se da la vuelta y echa a andar, doblamos por un pasillo y entonces lo veo, una de las paredes del lugar está siendo pintada o al menos eso intentan ellos, los colores rojo y azul se mezclan en ella, veo a Jason subido a una silla dando brochazos, cuando su hermana lo llama, él se gira, la silla se tambalea y corro hacia este, logro impedir su caída, pero la brocha cae sobre mi traje ensuciando este.

—¡Dios mío! —lo separo rápido de mí —¿qué demonios hacen? —chillo y ambos me miran con miedo —que sean mis hijos no significa que puedan hacer lo que les dé la gana —bramo rabioso —les daré una hora para limpiar todo esto.

—Y no lo haremos —siento la rabia correr por mis venas al escuchar su voz y me giro, el pequeño Sam está frente a mí, tan sucio como sus hermanos y está sonriendo

—¿Qué dijiste mocoso? —voy hacia él

—Que no eres nadie para decirnos que hacer

—Soy vuestro padre —tomo con fuerza su brazo, él ni se inmuta

—No, no lo eres —él se safa de mi agarre —un padre hace cuentos, cuida, habla y juega con sus hijos, tú no haces nada de eso —me señala y aprieto mis dientes

—Sam tiene razón —miro a su hermana cuando habla —desde que mamá no está aquí, tú tampoco —aprieto con más fuerza mis dientes.

—Ella no murió aún, pero tú parece que si —vuelvo la mirada a Sam —no puedes exigirnos nada porque no te comportas como un papá y tampoco puedes hacerlo como un presidente porque eso nos da igual.

—Así es —miro a Jason —no puedes mandarnos a la cárcel —los tres se echan a reír con ganas provocándome un intenso dolor de cabeza.

—Volveremos a hablar —ellos siguen riendo sin escucharme —volveré y hablaremos

—Si claro —ríe Sam —te pasas a veces una semana sin vernos —vuelven a reír y camino hacia la salida, salgo de ese lugar lanzando fuerte la puerta y camino por el pasillo echo una furia, malditos mocosos, pero pienso castigarlos, les quitaré todos sus juguetes y los encerraré en una habitación mucho más pequeña, una en la que no puedan ni correr, con brusquedad empujo la puerta de mi despacho y entro, al ver a todos dentro me quedo quieto, mi amigo y consejero alza ambas cejas, mi secretaria abre su boca en una O y el gobernador solo se me queda viendo, y ahora, ahora recuerdo que mi camisa está llena de pintura.

—Lamento la demora —carraspeo yendo hacia mi silla —tenía problemas

—Donde hay hijos hay problemas —ríe el gobernador disipando el aire tenso y sonrío

—veo que me entiende —él asiente

—Dos hijas y un hijo —bufa —por suerte ya una está casada y con un hijo y el otro no vive conmigo —sonrío

—Mi niñera se acaba de ir —suspiro —y los niños andan como locos —paso las manos por mi cabeza

—Necesita una niñera

—Necesito un ejército —él ríe —ya ve, ni siquiera porque soy el presidente las niñeras se quedan —ambos reímos.

—Conozco a alguien que se quedará —enarco una ceja

—¿De qué habla?

—De que puedo traerle una niñera, es maestra y es —él respira hondo —bueno, sería una buena niñera porque no se iría

—¿Y de quién habla? —cuestiono lleno de curiosidad

—Pues de mi hija menor —lo miro sorprendido —tiene 25 años, pero le aseguro que ella no se irá, ella me lo debe —el gobernador sonríe

—Hable con su hija y dile que venga —rápido asiente el hombre como si estuviese desesperado

—Eso sí, ella es algo rara —sonríe un poco —pero no se lo tome en cuenta, es una buena chica, ni siquiera sale de la casa, por eso quiero que tenga este trabajo, así hace otras cosas que no sea solo leer y estudiar, ya casi parece monja, solo le falta el convento —él ríe y yo solo asiento con lentitud.




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