La niñera fea de mis hijos

Capítulo 3: Ofensa

Valeria

Mientras me arreglo los tres pequeños están a mi espalda sin dejar de mirarme, pongo las lentillas que cambian el color de mis ojos y luego las enormes gafas, acomodo un poco mi cabello, el cual ahora es rizo y no como cuando lo llevé al club, cambiar de apariencia es fácil y más usando la ropa que llevo, los hombres solo tienden a fijarse en el cuerpo y si no ven este y solo ven una horrible ropa entonces te dan por fea y así surge la magia. Una vez que termino me giro hacia los niños, la boca de Gina es una perfecta O y los chicos están estupefactos.

—¿Y? ¿Cómo me veo? —les sonrío

—Horrible como cuando llegaste —es Sam quien habla, este me cae bien, tiene cierta maldad en su mirada

—¿Por qué lo haces? —Gina me mira con curiosidad

—Porque tengo una vida lejos de esta casa y así debe seguir siendo, es un secreto

—¿Y qué te hace pensar que no le diremos nada a papá? —pregunta Sam cruzándose de brazos

—Porque haremos un trato —me acerco a ellos —ustedes se callan y yo los ayudo

—¿Ayudarnos a qué? —miro a Jason que al fin habla

—Ayudarlos a recuperar el amor de vuestro padre —dejan de mirarme —sé lo que se siente la vida que tienen ahora, estoy segura de que el presidente es la clase de hombre que no juega con ustedes, que ni siquiera come con ustedes y que viene a verlos muy pocas veces —no dicen nada y veo que estoy en lo cierto.

—Antes no era así —Jason suspira

—Pero mamá tuvo un accidente y quedó en coma —cuenta Samuel

—Él dejó de querernos —termina Gina con tristeza

—Vamos a hacer que ese hombre del pasado vuelva —me alejo unos pasos

—¿Y cómo lo harás? —miro la habitación con lentitud

—No pueden salir de aquí ¿verdad? —ellos niegan —cámbiense y vístanse, vamos al patio —se miran entre ellos con desconcierto y yo solo camino hacia la puerta, a estos niños de nada le sirven todos los lujos que tienen si no tienen lo más importante.

Los tres pequeños juegan en el patio felices con una pelota, corren de un lado al otro y sonrío, yo miro mi teléfono y suspiro, por suerte hoy no tengo que ir al club, levanto la mirada hacia los trillizos y mi boca se abre, antes de que pueda decir algo Samuel patea su pelota hacia su padre que se acercaba y da en la cara de este, del tiro el presidente queda sentado en el suelo y los guardias rápido se acercan.

—Déjenme, estoy bien —pide él con sus manos en su rostro —¡Déjenme dije! —acaba gritando y todos rápido se alejan de él, todos menos yo que miro hacia Samuel y ver la sonrisa en su rostro solo me indica que lo ha hecho a propósito, niego con la cabeza.

—Señor Presidente

—Cállate —mi boca se cierra de forma rápida y él se pone de pie, se acerca a mí, puedo ver la ira en sus ojos —los sacaste de la habitación —gruñe con odio —¿acaso no sabes que está prohibido?

—Son sus hijos —él alza una ceja —y no me dijo nada sobre eso

—Le pago para que cuides de ellos lejos de mí —señala hacia los niños —¿qué parte no entiende? —levanto la cabeza hacia él

—Pues no logro entender cómo es que un padre no quiere a sus hijos —veo el desconcierto en sus ojos con mi respuesta

—Está despedida —espeta en muy mala forma y luego se aleja a paso rápido, suspiro mirando hacia los trillizos que me miran avergonzados.

—Estarán castigados —comienzo diciendo mientras recojo los juguetes que voy encontrando —sin juguetes una semana a ver si les gusta —añado, ellos me miran desde el sofá —los saqué a jugar y hacen eso —levanto los brazos incrédula.

—Ya no nos mandas —miro a Sam que es quien habla —te han despedido —sonríe pero yo también.

—Pero no me iré —me cruzo de brazos

—Pues deberías —Samuel se pone de pie —o te haremos pasar un infierno aquí —me encara sin dejar su sonrisa

—¿Ahora soy la enemiga?

—Acabas de castigarnos solo por lanzar una pelota a papá —me acerco a él

—Lo hice porque deben obedecerme —me pongo a la altura del chico

—No eres nuestra madre para obedecerte —son sus palabras, miro a sus hermanos que aunque me miran con pena sé que no se pondrán en contra de él, miro los ojos de Samuel —y así vestida eres muy fea —sonrío.

—No me iré y van a obedecer

—Ya veremos —el chico pasa por mi lado y patea la caja en donde echaba los juguetes haciendo que esta se voltee, respiro hondo viendo como sus hermanos le siguen, bien, ahora también ellos estarán contra mí, solo espero que no cuenten mi secreto al Presidente.

Camino con cuidado y sin mucha prisa hacia la oficina del presidente, luego de llegar ahí doy dos suaves toques en la puerta y espero paciente hasta que escucho su voz, sin mucho ánimo entro al despacho y al no verlo solo, me quedo en la puerta.

—Julio déjanos solos —el hombre al que le habla me mira y solo sonríe, yo también lo hago, lo he visto antes, en el club para el cual bailo, pero estoy segura de que no me reconoce, este se acerca un paso hacia mí.

—No nos han presentado —me extiende su mano —Soy Julio

—Ya lo acabo de escuchar —este ríe y con su mirada me recorre, me tenso un poco, pero al ver la mueca que hace con su boca es claro que no me reconoce

—Pues —mira hacia el presidente y en la sonrisa de ambos está la burla —un placer, señora —aprieto mis dientes y él solo sale del despacho, miro hacia el presidente que está escondiendo su sonrisa, odio a los hombres así capaces de burlarse de una mujer solo por su aspecto, pero ambos van a pagarlo tarde o temprano.

—¿Para qué pidió verme? —mira mis ojos —solo trabajó un día así que no tiene derecho a más dinero —sonrío

—Vine a decirle que sus hijos están bien y se bañarán dentro de unos minutos para luego cenar.

—¿De qué habla?

—Cuando me contrataron me dijeron que debía informarle a usted sobre todo y eso estoy haciendo —vuelvo a sonreír y él solo está mirándome perplejo, carraspea y se pone de pie.

—Señorita Levy respeto mucho a su padre —arregla su corbata —y agradezco el trabajo que ha hecho hasta hoy, bueno ha sido solo un día, pero muchas gracias —mira mis ojos —puede recoger sus cosas e irse, su falta de respeto hoy es imperdonable.




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