La niñera fea de mis hijos

Capítulo 5: Promesa

Valeria

Él masculla algo y luego sale del baño dejándome sola, respiro hondo cerrando fuerte mis ojos, por poco me ve, miro hacia el espejo y niego con la cabeza, es claro que no quería que la cena fuera de este modo, pero los demonios que cuido no saben comportarse, es más, no lo intentan, aman armar líos, echarle a perder todo a su padre y hacer enfadar a este. Sé que fuera el presidente me sigue esperando, pero me tomo mi tiempo para limpiarme y arreglarme, en definitiva, es él quien quiere verme, no yo a él, pensaba que el presidente era el villano, es claro que no conocía a su familia, ¿qué hablar de su madre? Por Dios, la mujer desde que entré me cayó como una patada y su hermano, sonrío, es lindo, pero en sus ojos se ve la envidia y la ambición, en fin, que a pesar de todo, los trillizos son los únicos con buen corazón aquí.

—¿Me seguía esperando? —me hago la sorprendida cuando salgo y le veo, en sus ojos hay algo diferente, su mirada hacia mí es rara aunque sigue habiendo algo de desprecio.

—Lo de hoy es imperdonable —empieza con sus quejas sin mirarme

—No hay nadie pidiendo perdón —al instante sus ojos buscan los míos, su mandíbula se tensa y la vena en su cuello se irrita, es que es muy fácil sacarle de quicio.

—¿Cree que lo que hace es gracioso? —da un paso hacia mí —he sido humillado, me han avergonzado delante de mi familia

—Su familia —sonrío —pensé que la mía era mala

—Lo toma todo a juego —bufa claramente irritado

—¿Y usted? ¿Lo toma a juego? —mi pregunta lo confunde —¿desde cuándo no lee un cuento a sus hijos? ¿Desde cuándo no comía con ellos?

—Eso no es excusa para que se comporten como animales —brama comenzando a caminar y lo sigo, los niños están sentados y al verlo se tensan un poco —definitivamente un internado es lo que merecen, ¿escuchan? —los señala —los enviaré a un internado como debí hacer hace años

—¿cómo hicieron con usted? —me mira rápido y sus hijos también

—¿Qué dice? Yo nunca he estado en un

—Yo sí —interrumpo sus palabras —¿le cuento como es? —sonrío —ahí solo hay niños a los que sus padres no soportan, niños malos, ahí nadie se arregla, todo se rompe —suspiro —pasas las noches llorando queriendo volver a casa, a tu habitación, con tus juguetes y al final cuando despiertas te das cuenta de que estás en el mismo cuarto, junto a otros niños que como tú no quieren estar ahí —doy un paso hacia él —dígame señor presidente, ¿quiere eso para sus hijos? —tensa su mandíbula sin responder —le prometo que sí, van a aprender idiomas, matemática, historia, también van a aprender a no importarles nada ni nadie, serán más rebeldes, solo querrán salir a la calle y llamar como sea la atención de sus padres, un internado no es la solución, mandarlos lejos, privarlos de amor no es la solución, créame, se va a arrepentir —bufa como si mis palabras no importaran nada

—Que sabrá usted si no tiene hijos —exclama irritado, solo que para este punto yo también lo estoy

—Y para ser como usted, no deseo tenerlos —su mirada es puro hielo y sus manos forman puños, sé que se contiene, me señala con fastidio

—Hablaré con su padre —sonrío

—¿Y qué cree que hará? —me acerco más a él que se aleja —¿por qué cree usted que mi padre me mandó aquí? Ya no me soportaba más —sus ojos se abren como platos —señor presidente, debo hacer que los niños se limpien y supongo que usted no va a ayudar —señalo la puerta —puede irse ya y hablar con su familia, después de todo, ustedes se merecen —aprieta sus dientes.

—Va a pagar lo que hace —gruñe y echa a andar, pagar yo, sonrío sin dejar de mirarlo y antes de salir me mira, niega con la cabeza y luego lanza la puerta, yo paso las manos por mi rostro y entonces miro a los tres niños que no han dejado de mirarme y están muy sorprendidos.

—¿No vas a regañarnos? —cuestiona Sam y suspiro

—¿Para qué lo haría? No van a cambiar —él sonríe —además, los entiendo, sería igual que ustedes con una familia como esa —ellos ríen y aunque sé que está mal apoyar lo mal hecho no puedo evitar apoyarlos a ellos. —Sam —miro al niño —quiero seguir en esta casa, estoy del lado de ustedes, solo pido que no digan a su padre sobre mi secreto.

—No hablaremos —el pequeño da su palabra sonriendo y asiento.

Salgo al balcón y mi mirada va hacia donde está el presidente hablando con su amigo, me quedo ahí, quieta en medio de la oscuridad viéndolos beber, ambos son parecidos, ambos apuesto a que se ríen de mí a mis espaldas y eso, solo eso los hace malos hombres, me encantaría ahora saber de qué hablan aunque el presidente solo parece pensativo y mueve la bebida en su mano con pesar, sus hombros están abajo, parece realmente cansado y lo veo tocar con su otra mano el anillo en su dedo, quizás ahora piensa en su esposa, suspiro alejándome de ahí y cierro las puertas dobles, al voltear retrocedo a punto de pegar el grito.

—Gina —gruño el nombre de la pequeña que está frente a mí mientras sostiene un peluche bastante grande por una oreja —¿querías mandarme a otra vida? —suspira —¿qué te pasa?

—No puedo dormir —murmura sin mirarme y respiro hondo

—¿Quieres hablar? —me acerco a ella que niega —vamos entonces a la cama, te haré un cuento —la tomo en mis brazos y con ella camino hacia su cama, sus hermanos duermen tranquilos y en silencio dejo a la pequeña en la cama para luego sentarme a su lado. —bueno, veremos —suspiro —no me sé muchos cuentos pero

—Extraño a mamá —la miro cuando habla y es imposible no sentirme mal por ella

—¿Desde cuándo no la ves? —bufa

—Hace mucho —toca el peluche que traía —ella era buena —agrega y su voz se apaga —me gustaría verla —aprieto mis dientes, el infeliz ni siquiera lleva a sus hijos a ver a su madre, ¿será posible? —hablé con papá, pero dice estar estresado por la campaña —se encoge de hombros —y no va a llevarnos a verla —la única palabra que grita mi mente es egoísta mientras miro a la niña.




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